Cultura

Iglesias que cantan

La arquitectura sagrada del siglo XX y XXI según Romano Guardini, Rudolf Schwarz, Louis Bouyer y Frédéric Debuyst.

Fernando López Arias·28 de mayo de 2023·Tiempo de lectura: 4 minutos

Basílica de Nuestra Señora de Lichen, Polonia

El poeta francés Paul Valéry escribió en Eupalinos o el Arquitecto que en las ciudades hay edificios mudos, otros que hablan y unos más, los más raros, que cantan. Difícil labor la del arquitecto que trata de hacer cantar sus edificios, sin desafinar con notas estridentes. Continuando con esta imagen, podríamos decir que muchas iglesias cristianas construidas en los últimos decenios han emitido registros sonoros que oscilan entre el vulgar mutismo y las pocas palabras balbucientes. Algunas en cambio, las más raras, cantan música celestial. Al mismo tiempo, el siglo XX ha sido un momento de extraordinaria producción de “música litúrgica” para hacer que la arquitectura cristiana “cante”. Cuatro “compositores” católicos destacados del pasado siglo en este ámbito fueron Romano Guardini, Rudolf Schwarz, Louis Bouyer y Frédéric Debuyst. En el número de junio de Omnes hablaremos más ampliamente de arquitectura sagrada del siglo XXI.

Romano Guardini (1885-1968)

Pocos personajes del siglo pasado han sido más influyentes en el pensamiento cristiano que Romano Guardini, especialmente para la teología de la liturgia. En su conocido libro El espíritu de la liturgia (Vom Geist der Liturgie, 1918) dedica algunas significativas páginas al espacio celebrativo. Este surge del encuentro de dos “mundos interiores”: el de Dios y el de los hombres. Una persona puede percibir este espacio existencial sólo a través de la Iglesia y en la Iglesia. Por todo ello, el “ambiente” donde poder experimentar este espacio litúrgico interior es precisamente la oración.

Guardini concibe la “formación” del espacio celebrativo a partir del movimiento del cuerpo en el rito. Este espacio viviente se funde con el espacio arquitectónico ― que de él toma forma ― para dar origen al espacio celebrativo. Por otro lado, una de las aportaciones esenciales de Guardini por lo que respecta a la arquitectura sagrada es su reflexión sobre las imágenes litúrgicas. La iglesia cristiana es fundamentalmente un lugar simbólico, sacramental, epifánico. En él, la imagen sagrada participa especialmente de esta capacidad de manifestar el misterio divino. El hombre a través de su experiencia de la imagen entra en comunión con Dios. La presencia de imágenes en el templo no es pues una cuestión únicamente de devoción y mucho menos de ornato. En este sentido, incluso la misma superficie vacía tiene para Guardini un significado simbólico, en cuanto imagen del Dios inefable cuya presencia se hace elocuente en el “silencio” icónico.

Rudolf Schwarz (1897-1961)

Íntimamente relacionado con Guardini se encuentra Rudolf Schwarz. Como arquitecto, colaboró estrechamente con Guardini en la remodelación de la capilla y de la Sala de los Caballeros del Castillo de Rothenfels, lugar de reunión de los jóvenes del Quickborn (movimiento juvenil alemán del período de entreguerras, cuya alma mater y guía espiritual era Guardini). Uno de estos jóvenes fue el mismo Schwarz, cuyas iglesias se convertirán en iconos de la renovación de la arquitectura cristiana contemporánea.

Por lo que respecta a su producción teórica, su obra La edificación de la Iglesia (Vom Bau der Kirche, 1938) es posiblemente el libro más influyente del pasado siglo en este ámbito. Las iglesias y los objetos del culto “no deben servir a la liturgia, sino que deben ser la liturgia”. Schwarz consideraba su “primera iglesia” un cáliz que diseñó para Guardini. Deseaba que cada iglesia fuera a su vez un cáliz, receptivo de la gracia, espacio abierto al encuentro con Dios.

El libro de Schwarz pasará sin embargo a la historia por sus famosos “siete planos” para la construcción de la iglesia. Se trataba de disposiciones de la asamblea litúrgica y del altar concebidas como instantáneas de la configuración espacial progresiva de la comunidad (aunque con frecuencia se interpreten erróneamente como posibles plantas para edificios sagrados). El espacio vivo que es la asamblea litúrgica se mueve, oscila y varía a lo largo del tiempo, generando las diversas disposiciones simbólicas.

Louis Bouyer (1913-2004)

A pesar de que la obra de Louis Bouyer Arquitectura y liturgia (Liturgy and Architecture, 1967) pasó relativamente desapercibida cuando fue publicada, su importancia ha sido reconocida progresivamente con el paso de los años. En ella Bouyer enuncia su conocida teoría sobre el origen de la arquitectura cristiana. El espacio celebrativo estaría directamente emparentado con la arquitectura de las sinagogas de la diáspora hebrea, especialmente las de Siria. El origen principalmente judío de estas primeras comunidades cristianas determinó la asunción del esquema sinagogal como estructura de base para las iglesias. La diferencia esencial estaría en que el lugar del cofre donde se guardaban los rollos de la Torah fue ocupado por el altar.

Usando una imagen audaz, Bouyer concibe el templo como un tálamo nupcial, donde tiene lugar el encuentro esponsal entre Cristo y la Iglesia. La liturgia es precisamente el momento de Comunión interpersonal en el que se genera la vida. En la génesis del espacio celebrativo se encuentra la proclamación de la Palabra: la Iglesia nace de la Palabra de Dios, que la convoca en torno a sí como comunidad de culto (Ekklesía). Esta generación del espacio celebrativo a partir de la Palabra explica la propuesta de Bouyer de situar, como en las antiguas iglesias bizantinas, el ambón en el centro de la nave. Desde la Palabra, Cristo conduce la asamblea al altar, orientándola hacia la Jerusalén celeste (el altar se situaría en el extremo oriental del edificio).

Frédéric Debuyst (1922-2017)

El recientemente fallecido Frédéric Debuyst, fundador y prior del monasterio benedictino de Clerlande, fue siempre un apasionado promotor de los espacios celebrativos a medida humana, donde la cercanía de Dios en medio de una pequeña comunidad se palpaba en modo vivo. En sus propuestas arquitectónicas, buscaba siempre un delicado equilibrio entre familiaridad y misterio, cercanía y trascendencia, belleza y sencillez, distancia y proximidad… Esta ambivalencia del espacio celebrativo era lo que consideraba el carácter genuino de la domus ecclesiae, o bien, El genio cristiano del lugar (Le génie chrétien du lieu, 1997).

El “genio del lugar” (genius loci) era en el mundo romano el “ambiente” o la “atmósfera” específica de un sitio. En época reciente, este concepto estuvo en el centro del debate arquitectónico a partir de la publicación de la célebre obra de Christian Norberg-Schulz Genius loci (1979). Debuyst trata de definir el carácter de este genius en el caso de las iglesias, descubriéndolo en su destinación para la liturgia y en su capacidad de mantener y reforzar delicadamente el carácter del lugar donde se construyen (espacio), así como las circunstancias históricas del momento en que se edifican (tiempo). Debuyst, como buen conocedor de Guardini y de Schwarz, recuerda que la arquitectura se desarrolla a partir del rito y en función de él.

Afortunadamente, la música de estos cuatro maestros no ha dejado de sonar hasta nuestros días: sus obras siguen siendo motivo de inspiración para arquitectos y estudios de la liturgia. Como en el caso de otros grandes autores, sus libros se han convertido ya en clásicos. Y los clásicos son esas obras inagotables que nunca te cansas de leer… y releer.

El autorFernando López Arias

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