Reformas «San José»

En esta fiesta de san José Obrero, pienso en la falta de reformas que tiene mi casa interior: en la necesidad de reparar aquel desconchón que me dejó la vida.

1 de mayo de 2024·Tiempo de lectura: 3 minutos

Foto: ©Kristyn Brown. "The Saints Project"

El Primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, la Iglesia celebra desde 1955 el Día de San José Obrero, a quien tradicionalmente se ha identificado con un carpintero, pero que era mucho más; era un «τέκτων». ¿Saben qué significa?

Para conocer el oficio de San José, el esposo de María, hay que buscar la referencia en el Evangelio según san Mateo, que relata cómo, tras escuchar la gente de su pueblo hablar a Jesús con tanta unción y sabiduría no lo podían creer y se preguntaban: «¿No es este el hijo del carpintero?». Así es como se ha traducido tradicionalmente el término griego «τέκτων (tekton)», en el que se escribieron los evangelios, ya que era la lengua común en el Mediterráneo oriental en la época de Jesús.

La pregunta es: ¿definiríamos tekton como lo que entendemos hoy en día por carpintero? Y la respuesta es un absoluto y rotundo no. A un carpintero, hoy, lo identificamos con alguien que se dedica a los trabajos exclusivamente de la madera. Y distinguiríamos a un carpintero de obra (quienes hacen las estructuras, trabajan con grandes vigas, etc), de un carpintero de mobiliario (que fabrica e instala puertas, armarios, muebles de cocina…), de un carpintero ebanista (que talla, modela y tornea la madera…).

Un tekton era todo eso, pero muchas cosas más, porque la palabra designa a quien ejercita una amplia gama de trabajos manuales, que entrarían hoy en la categoría de trabajos propios de albañilería, incluyendo todas las tareas de construcción y hasta el tallado de piedra. Es, lo que hoy diríamos, un manitas, un artesano, una persona con gran conocimiento y habilidad para los oficios manuales relacionados con la construcción.

Pero, ¿y Jesús? ¿Fue también un manitas? Una sentencia rabínica afirmaba que «quien no enseñe a su hijo un oficio manual, le está enseñando a robar», por lo que podemos suponer que Jesús siguió las costumbres de su pueblo y aprendió el oficio de su Padre. Y digo bien, de su Padre, con mayúsculas, puesto que (¡oh coincidencia!) también su verdadero Padre es presentado en el Génesis como un artesano que, con la habilidad de sus manos, construyó el universo y modeló a hombres y animales.

Es fácil imaginar a José y a Jesús, en su taller, serrando una gran viga y, al poco, a José, tratando de sacar delicadamente la mota de serrín que había caído accidentalmente en el ojo del niño; es fácil ver al muchacho cepillar y lijar un yugo como le había enseñado su padre para que quedara suave y no hiriera el cuello del buey del vecino o tallar una piedra que habían desechado los arquitectos por no ser del todo perfecta para convertirla, con dos golpes de cincel, en piedra angular de una nueva construcción; es fácil contemplar a Jesús ya adulto y a José, con la maza en la mano, echando abajo la fachada de la sinagoga de Nazaret que se había podrido por las humedades y reconstruirla, como le habían pedido los fariseos, con la puerta más ancha, pues la original era demasiado estrecha para que entraran cómodamente con sus suntuosos ropajes.

La tradición de la Iglesia ha visto también a Jesucristo trabajando mano a mano como tekton, esta vez junto a su Padre Dios y como segunda persona de la Trinidad, en el siguiente pasaje del libro de los Proverbios: «Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba las nubes en la altura, y fijaba las fuentes abismales; cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como arquitecto, y día tras día lo alegraba, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, y mis delicias están con los hijos de los hombres».

En esta fiesta de san José Obrero, pienso en la falta de reformas que tiene mi casa interior: en la necesidad de reparar aquel desconchón que me dejó la vida, en la urgencia de echar abajo aquellos muros que he levantado contra otros, de abrir alguna ventana en aquella habitación un poco triste y de hacer unas buenas estanterías que me permitan ordenar tanto desorden que a veces provoco. Conozco a un par de buenos manitas que seguro pueden ayudarme. Si les pasa como a mí, aquí les he dejado su número. Llámenlos. Son de confianza.

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica
Banner publicidad
Banner publicidad