Familia

Silvana Ramos, construyendo el mundo desde el matrimonio y la familia

La peruana Silvana Ramos, ingeniera de formación, se dedica a la formación y acompañamiento familiar. Su experiencia de vida y su propia familia son, para ella, la fuente de esta necesidad de ser consecuente con la fe y de tener las respuestas ante los retos que, sobre todo, los jóvenes plantean en el ámbito del matrimonio y la familia.

Juan Carlos Vasconez·27 de enero de 2024·Tiempo de lectura: 3 minutos

Silvana Ramos

Silvana tiene 46 años y lleva 13 casada con Francisco. Este matrimonio de Perú tiene tres hijos, que son su mayor aventura. Silvana es ingeniera, pero el matrimonio y la familia son el lugar donde realiza la mayor parte de sus labores. Hace unos años, cursó el Máster de Matrimonio y Familia en la Universidad de Navarra (España), algo que, según nos cuenta, le dio una nueva perspectiva. Es la encargada de Matrimonio y Familia en dos colegios de Lima, llamados Villa Caritas y San Pedro.

Silvana recuerda su infancia como un tiempo lleno de Dios, aunque, como ella misma reconoce, no duró mucho. Aunque su madre “se esforzó porque cada domingo estuviera ahí, en Misa, quisiera o no”, la adolescencia y la juventud de Silvana estuvieron marcadas por su frialdad religiosa. Fue en torno a la treintena cuando “se reencontró con la fe y con Dios, que en realidad siempre estuvo”.

El detonante fue la decisión de un hermano suyo que “en la flor de su adolescencia, decidió irse de casa para consagrar su vida a Cristo”. Silvana trataba de comprender qué había hecho a su hermano tomar esa opción y “en ese viaje de comprender a mi hermano y hacerlo ‘entrar en razón’, la que entró en razón ¡fui yo!”.

Un matrimonio “a todo riesgo”

Una de las pasiones de Silvana es su matrimonio. Ella recuerda cómo, debido a la separación de sus padres, “no conocía parejas de esposos que me dijeran que el matrimonio era algo bonito. Cuando decidimos casarnos, no mucha gente se alegró. Nos sugerían que conviviéramos antes, que nos casáramos con bienes separados…, en fin. Era como prepararse para el desastre en lugar de para una vida de amor juntos”. Fue entonces cuando Silvana decidió junto a su marido, un hombre de fe, prepararse “a conciencia para entender más sobre el sacramento”. Comenzaron una vida de oración, con naturalidad: “Procuramos que el tema de la fe sea algo natural en nuestras pláticas, cuentos e historias. Ahora que tengo dos hijos entrando en la adolescencia, estas pláticas se han vuelto mucho más interesantes y retadoras. Ya no se trata solo de contar y explicar, sino sobre todo de responder a sus dudas, escuchar con el doble de atención lo que llevan dentro, dar espacio, y ser lo más consecuentes posible en nuestra vida de fe”.

Esta vida de oración en familia ha ido avanzando con el tiempo, pero mantiene unas prácticas que ya son tradicionales: “La oración de la mañana, que la hacemos juntos en el auto; es apenas una jaculatoria y una breve reflexión del evangelio que no dura más de 10 minutos de camino a la escuela. Bendecimos los alimentos (y de las maneras más insólitas a veces), y sin falta rezamos juntos todas las noches. Le doy gracias a Dios que sean mis hijos los que, cada vez que los mandamos a dormir, encuentren como excusa para ganarse algunos minutos extra despiertos la frase: ‘¡Aún no hemos rezado!’”. Junto a esto, la caridad y la solidaridad son también parte de la vida de fe de su familia.

Nuevos retos

Acompasada por el ritmo familiar, también los retos de esta madre de familia han ido creciendo en estos años. En la actualidad está acabando una especialización en acompañamiento para el amor y afectividad.

Además de esto, a través de proyectos de formación, “que incluyen temas de crianza, familia, pareja, deportivos, culturales, solidarios y ¡hasta medioambientales!, busco impactar positivamente en el vínculo entre padres e hijos”.

“Les repito a mis hijos que el mayor legado que les puedo dejar es mi vida de fe. Y aunque suene sencillo, es una empresa bastante retadora”, apunta Silvana hablando del futuro.

“No se trata de llevar una vida perfecta, ni mostrarse inmaculado, esto sería imposible. Creo que una vida de fe implica saberse frágil, vulnerable, necesitado de los demás, pero sobre todo de Dios”, afirma.

Silvana tiene muy claro qué quiere mostrar a sus hijos y al mundo: “Que mis hijos sepan, porque lo hayan visto, que a la oscuridad se la vence con la luz, y que las batallas nunca se ganan solos. Si uno quiere llegar lejos, pues más vale hacerlo acompañado y qué mejor compañía que la de Dios, que se muestra a través de quienes más nos aman”.

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