Cultura

El Nuncio Apostólico, una figura clave en la diplomacia vaticana

En esta entrevista, Mirosław Stanisław Wachowski, Subsecretario de la Sección para las Relaciones con los Estados y experto en diplomacia vaticana, explica la figura de los Nuncios Apostólicos.

Antonino Piccione·2 de mayo de 2023·Tiempo de lectura: 8 minutos
papa nuncio hungria

El Papa se encuentra con el patriarca Hilarión de Hungría y Budapest junto al Nuncio en Hungría, mons. Michael W. Banach ©CNS photo/Vatican Media

Mirosław Stanisław Wachowski nació en Pisz (Polonia), el 8 de mayo de 1970. Ordenado sacerdote para la diócesis de Ełk el 15 de junio de 1996, se licenció en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Lateranense.

Ingresó en el Servicio Diplomático de la Santa Sede el 1 de julio de 2004, y ha trabajado en las Representaciones Pontificias en Senegal, en las Organizaciones Internacionales en Viena, en Polonia y en la Sección para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales de la Secretaría de Estado.

esboza la contribución de la acción diplomática de la Santa Sede respecto a las cuestiones contemporáneas y su capacidad de incidir en problemas concretos.

¿Cómo nacen los Legados Pontificios y en qué medida sus rasgos perfilan la acción y la función de los Nuncios Apostólicos en la actualidad?

– El envío de los primeros representantes de la Santa Sede, llamados Apocrisari (en latín Responsales), estaba ligado al hecho de que debían interceder en favor de los intereses de la Sede Apostólica y expresar su solicitud a la corte imperial.

Su establecimiento permanente no se produjo hasta el siglo VI, con el papado de Agapito I, aunque entonces no tenían derecho de jurisdicción. El último apocrisario actuó en 743 en la corte del emperador Constantino V, donde lo encontramos con la tarea de informar de las instrucciones del papa Zacarías durante la primera fase del conflicto de las imágenes, en confrontación con los iconoclastas.

La historiografía nos enseña que la herejía era vista como un factor de desorden, como algo que había que frenar para mantener y preservar una convivencia equilibrada, por lo que la presencia del Apocrysiar era un motivo más para mantener un desarrollo equilibrado de la sociedad y evitar conflictos.

La costumbre de la representación por parte del Obispo de Roma, sin embargo, se originó con anterioridad a la figura del Apocrisario, con el envío de Legados a Concilios y Sínodos.

El primer testimonio cierto de esta representación se encuentra en el Concilio de Arlés del año 314, donde el Obispo de Roma, Silvestre, envió a los presbíteros Clodio y Vito y a los diáconos Eugenio y Ciríaco para «ocupar» su lugar.

La transición entre la Antigüedad y la Edad Media vio surgir una figura más en representación de la Santa Sede, el llamado Vicario Apostólico, encargado principalmente de regular las relaciones eclesiásticas en las distintas partes de Europa y de confirmar la primacía de Roma en las diversas Iglesias.

A partir de la segunda mitad del siglo IX, especialmente con el Papa Nicolás I, se generalizó la costumbre de enviar legados de Roma para resolver las cuestiones más difíciles en las que los litigantes apelaban a Roma.

La aparición en el siglo XV de los grandes Estados nacionales está en el origen de un cambio de ritmo en el frente de la diplomacia pontificia. ¿Es así?

– La Santa Sede envió a Venecia al obispo Angelo Leonini como nuncio apostólico el 30 de abril de 1500, iniciando así una representación estable ante los Estados.

La actividad de los representantes pontificios alcanzó su punto álgido en el periodo de la Paz de Westfalia, en 1648, donde se decidió un nuevo arreglo de Europa y una nueva forma de concebir las relaciones y el poder entre los Estados.

El Congreso de Viena confirmó entonces la costumbre anterior de conceder precedencia a los Nuncios y Representantes del Papa.

Un nuevo impulso a la labor misionera de la Iglesia fue dado por Gregorio XVI, con especial atención al Próximo Oriente.

La primera Delegación Apostólica fue creada en 1827 con el nombramiento de Mons. Losana como Delegado Apostólico del Monte Líbano. Sería el Pontificado de León XIII el que dio mayor vigor e importancia a los Nuncios y Legados ante los pueblos católicos.

El mismo León XIII lo afirmó el 20 de agosto de 1880 en un discurso a los Cardenales: es derecho del Romano Pontífice tener en determinados lugares a alguien que represente su persona y ejerza permanentemente su jurisdicción y autoridad.

Desde un punto de vista normativo, ¿cuáles son las referencias precisas del derecho de legación? ¿Y cómo deben interpretarse en relación con la naturaleza especial de la Santa Sede?

– En 1917 se promulgó el Código de Derecho Canónico, donde el canon 265 establece el fundamento de las legaciones del Romano Pontífice, afirmando su derecho a enviar a sus legados donde quiera.

El fundamento de este derecho está estrechamente relacionado con su misión para con todas las Iglesias esparcidas por el mundo, con las que debe comunicarse y a través de las cuales debe evangelizar a los que aún no creen. Libre e independiente de cualquier poder civil, también porque se refiere a la relación entre el Romano Pontífice y los Obispos.

Para comprender mejor la función de los Representantes Pontificios, la Santa Sede tiene dos significados: en sentido amplio es el Romano Pontífice con la Curia Romana; en sentido estricto la Santa Sede es el Romano Pontífice como autoridad suprema.

Para el Derecho internacional, sólo y exclusivamente es relevante la figura del Romano Pontífice, es decir, la Santa Sede en sentido estricto. En el CIC de 1983, la función de los Nuncios Apostólicos se especifica en el Canon 362: «El Romano Pontífice tiene el derecho originario e independiente de nombrar y enviar a sus Legados tanto a las Iglesias particulares de las diversas naciones o regiones como a los Estados y Autoridades Públicas, así como de trasladarlos y destituirlos, respetando, sin embargo, las normas de derecho internacional relativas al envío y destitución de los Legados acreditados ante los Gobiernos».

El derecho del Romano Pontífice a enviar sus propios Legados se define, por tanto, con dos términos precisos: nativo e independiente. ¿Puede precisar su contenido y alcance?

– Por derecho originario se entiende un derecho originario que pertenece al Pontífice como cabeza de la Iglesia universal y depositario de la responsabilidad primaria de proveer a sus necesidades.

La expresión derecho independiente, en cambio, significa que la Santa Sede no depende de ningún otro poder y, por tanto, no se le imponen límites, ni siquiera cuando desarrolla su actividad internacional.

La mejor explicación del derecho afirmado en el canon 362 se encuentra en el preámbulo del Motu proprio Sollicitudo Omnium Ecclesiarum, en el que se exponen con eficacia y claridad las razones teológicas y pastorales de las funciones de los Representantes Pontificios: «La solicitud de todas las Iglesias, a la que hemos sido llamados por la arcana voluntad de Dios y de la que un día tendremos que dar cuenta, exige que, enviados como representantes de Cristo a todos los pueblos, nos hagamos presente adecuadamente en todas las regiones de la tierra y nos procuremos un conocimiento exacto y completo de las condiciones de cada una de las Iglesias».

El Obispo de Roma, en efecto, en virtud de su oficio, tiene un poder pleno, supremo y universal sobre toda la Iglesia, que puede ejercer siempre libremente […] A través de Nuestros Representantes, que residen en las diversas naciones, nos hacemos partícipes de la vida misma de Nuestros hijos y, como insertándonos en ella, llegamos a conocer, de un modo más rápido y seguro, sus necesidades y aspiraciones al mismo tiempo».

El impulso diplomático de la Santa Sede ha sido relevante en la construcción de una comunidad internacional armoniosa y pacífica, gracias a acciones que en ocasiones han contribuido a la resolución de crisis difíciles o han llevado cuestiones internacionales a la atención de la gobernanza mundial. ¿Cómo conciliar la función primordial del Nuncio con el anhelo de protección de toda persona humana?  

– Los Legados de la Santa Sede están al servicio de la Iglesia católica y no de un Estado, cuyos miembros no habitan en un territorio concreto, sino que están dispersos por todo el mundo. Por consiguiente, los objetivos que guían la actividad diplomática no se limitan a los fieles de la Iglesia católica, sino que la actividad de los Nuncios es a menudo una oportunidad para llamar la atención de la comunidad internacional sobre las diversas cuestiones que afectan a la libertad religiosa de todo creyente.

De este modo, la Santa Sede realiza concretamente el objetivo de realzar y proteger la dignidad de toda persona humana. Hay también un aspecto «visual» de la acción de los Nuncios, que deriva de la naturaleza eclesial específica de la diplomacia de la Santa Sede, y es el carácter sacerdotal o episcopal de los representantes pontificios.

El Papa Juan XXIII estableció en 1962 que los Nuncios Apostólicos, hasta desde el inicio de su misión -y no sólo algunos años más tarde, como bajo el pontificado de Pío XII- se les confirió la dignidad episcopal, no por una cuestión de honor, sino para subrayar mejor la función de enlace entre el Sumo Pontífice y los obispos de las Iglesias locales.

La naturaleza eclesiástica de la diplomacia pontificia lleva en sí misma una atención natural a todas las dimensiones de la vida humana, y por esta misma razón no debe olvidarse que toda una serie de cuestiones que, en cambio, son de interés primordial para la diplomacia de los Estados, quedan fuera del ámbito de la diplomacia de la Santa Sede: por ejemplo, las alianzas políticas, las estructuras militares, las relaciones comerciales y financieras, la promoción del turismo, etc.: todos ámbitos de acción que no interesan a la diplomacia de la Santa Sede, salvo, ocasionalmente, por posibles implicaciones morales.

Pablo VI se planteó algunas preguntas que todavía resurgen de vez en cuando: ¿tiene la Santa Sede motivos para utilizar esta forma de actividad llamada diplomacia? ¿No es totalmente ajena a la naturaleza y a la finalidad de la Iglesia? ¿No corre el riesgo de asimilar la Iglesia a instituciones y organismos del orden temporal, con los que no puede ni debe confundirse?

– El mismo Pontífice subrayó que la actividad diplomática de la Santa Sede responde de modo muy adecuado a la evolución actual de la vida internacional y a las necesidades actuales de la misión que la Iglesia debe cumplir en el mundo contemporáneo, aquella misión de la que habló el Concilio Vaticano II, afirmando solemnemente que la Iglesia está llamada a prestar una ayuda decisiva a la sociedad, reforzando y completando la unión de la familia humana. Y es precisamente esta acción la que la Santa Sede se propone llevar a cabo a través de sus representantes pontificios: contribuir a estrechar los lazos entre las naciones, en una leal reciprocidad, atenta al reconocimiento de los derechos y deberes de cada una. La responsabilidad de proteger los derechos humanos fundamentales es, por tanto, connatural a la naturaleza misma de la Iglesia.

Baste recordar que el anuncio del Evangelio nunca ha estado divorciado de la caridad y de la preocupación por los más necesitados. Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, hablando en la Asamblea General de las Naciones Unidas, declararon conscientemente que el papel de la Iglesia en el panorama internacional es el de «experta en humanidad».

El Papa Francisco reiteró esta idea fundacional durante su encuentro con los miembros de la Asamblea General de la ONU: «El desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden imponerse. Deben ser construidos y realizados por cada individuo, por cada familia, en comunión con otros seres humanos y en justa relación con todos los entornos en los que se desarrolla la sociabilidad humana.

Sin el reconocimiento de ciertos límites éticos naturales infranqueables y sin la aplicación inmediata de esos pilares del desarrollo humano integral, el ideal de «preservar a las generaciones futuras del flagelo de la guerra» (Carta de las Naciones Unidas, Preámbulo) y de «promover el progreso social y un nivel de vida más elevado dentro de un concepto más amplio de la libertad» corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover la colonización ideológica mediante la imposición de modelos anómalos y estilos de vida ajenos a la identidad de los pueblos y, en definitiva, irresponsables».

¿Podemos dibujar un identikit del Nuncio Apostólico a la luz del Magisterio del Papa Francisco?

– Con ocasión del Jubileo de la Misericordia, el 17 de septiembre de 2016, el Papa Francisco recordó cómo el Nuncio Apostólico debe «auscultar» el corazón del Papa y dejar que su «aliento» llegue a las Iglesias del mundo implicándose, viajando, encontrándose y dialogando con todos. Debe apoyar y no sólo corregir, debe alejarse de chismosos y arribistas, no debe promover «amigos de amigos» ni abrazar líneas políticas o batallas ideológicas, debe evitar visiones personalistas, superar la lógica burocrática y proponer nombres de candidatos al Episcopado que sean verdaderos testigos del Resucitado y no «portadores de currículum».

El Papa invitó a sus representantes a estar allí donde estén en el mundo «de todo corazón, con mente y corazones indivisos». Además de observar, analizar e informar, es necesario que el Nuncio Apostólico se encuentre, escuche, dialogue, comparta, proponga y trabaje en conjunto, para que brille el amor sincero, la simpatía, la empatía con la gente y la Iglesia local; por eso, la mirada del Representante Pontificio debe ser amplia y profunda.

También en esa ocasión, el Papa Francisco pidió que en el desempeño de su función y en la ingente tarea de garantizar la libertad de la Iglesia frente a cualquier forma de poder que quiera silenciar la verdad, no se limite a entendimientos, acuerdos o negociaciones diplomáticas, sino que trabaje para que la Iglesia pueda ser libre para anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demora, sin repulsa y sin miedo. En este sentido, el Representante Pontificio no abrazará líneas políticas ni batallas ideológicas, porque la permanencia de la Iglesia descansa en la fidelidad a su Señor.

Una parte importante del trabajo del Nuncio es ser un «hombre de reconciliación» y de mediación, imparcial y objetivo en sus encuentros con cada persona, favoreciendo la comunión en cada ocasión. Por último, el Nuncio es también un hombre esforzado y caritativo, que trabaja por la paz y se prodiga en obras de caridad, especialmente hacia los pobres y marginados, cumpliendo así su misión y su ser padre y pastor.

El autorAntonino Piccione

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