Cultura

Jaime Sanz: “Escuchar es una manera de querer”

Jaime Sanz, capellán de la Sede de Posgrado de la Universidad de Navarra en el Campus de Madrid, ha centrado su atención en la importancia de la escucha en su último libro "El valor de la escucha para el buen gobierno".

Maria José Atienza·8 de mayo de 2024·Tiempo de lectura: 6 minutos
Jaime Sanz: “Escuchar es una manera de querer”

Foto: Jaime Sanz

“Nos cuesta escuchar; a mí el primero” afirma rotundo el sacerdote Jaime Sanz al comenzar esta entrevista. Por eso, y por otras muchas razones, Sanz se lanzó a escribir un libro que, en su sencillez, constituye una lectura más que recomendable para muchas personas hoy. 

En efecto, la escucha se ha convertido, en los últimos años en una necesidad, dentro de una sociedad que oye muchas cosas y escucha muy pocas. Más allá de una utilización estratégica de la escucha, Sanz Santacruz, quien “como sacerdote me dedico profesionalmente a escuchar”, propone un cambio de actitud tanto personal como corporativamente. 

Usted ha escrito sobre el amor, la amistad o la oración. Y ahora, sobre la escucha. ¿Por qué nace el libro?

–Hablando con un profesor del IESE me decía que la escucha es uno de los grandes temas de este siglo. También lo vemos en la Iglesia, por ejemplo, es uno de los grandes hilos conductores del Opus Dei en la preparación de su primer centenario.   

Estamos en una sociedad en la que no se escucha en la política, no se escucha en la empresa e incluso que, en las familias la gente se queja de que nadie habla o nadie escucha. En el fondo todo es porque estamos centrados en una mal entendida eficacia. 

Los sacerdotes nos dedicamos profesionalmente a escuchar. Y yo soy sacerdote desde hace más de 25 años. Cuando escuchas a personas tan distinta aprendes mucho. Gracias a ese conocimiento que he ido atesorando pude escribir el libro. 

¿Cómo escuchar en estos tiempos de la prisa continua?

–En el caso de la familia, por ejemplo, ahora se pasa menos tiempo juntos y, vemos con frecuencia que hay relaciones familiares rotas de inicio.

La escucha en las familias es complicada porque el tiempo en las grandes ciudades es muy reducido pero creo que es buscar tiempo de calidad, que el descanso sea también tiempo de escucha. Como dice Pep Borrell “bailar en la cocina”. Eso significa que el tiempo que pasamos con la familia haciendo ciertas tareas ineludibles (compra, cocina, limpieza…) sea un momento en el que se esté a gusto.

Además, hay que saber desconectar. El móvil es el mayor enemigo de la escucha. Nos pasamos la vida mirando el móvil, sin interesarnos por el que tenemos enfrente. Escuchar es una manera de querer. Cuando escuchas a alguien, lo estas queriendo. La sociedad, la familia, las organizaciones… mejoran cuando hay ese amiente de escucha. 

Afirma que no escuchamos, pero gobiernos, marcas, empresas… afirman querer saber sobre los ciudadanos. ¿Táctica, necesidad, arma arrojadiza?

–Escuchar no es lo mismo que oír. Vemos muchos mecanismos de escucha en la sociedad, por ejemplo, en los partidos políticos, que se dedican a conocer qué se dice, pero tienen una decisión tomada y ese conocimiento no influye en nada. Por eso es importante que en la Iglesia no hagamos como en el ámbito político, donde se habla mucho de pulsar la calle y luego les importa un pepino. 

Además, los cauces de escucha son necesarios en todas las organizaciones. También en las familias: una madre que no escucha a sus hijos o un padre que sólo impone su opinión es imposible que sepan ganarse la confianza de sus hijos, y por tanto, que haya unidad. Escuchar es muy importante porque, como digo en el libro, la unidad es bidireccional, casi circular. Tanto de los que “están arriba” con los que “están abajo” como al revés. 

El valor de la escucha para el buen gobierno

Autor: Jaime Sanz Santacruz
Editorial : Palabra
Páginas: 160
Año: 2023

Pero la persona que dirige puede argumentar que “tiene más datos” o “sabe más del tema”

–La escucha añade argumentos a tu propia decisión. El que no escucha es un soberbio. Piensa, efectivamente, que él “sabe de esto”. Pero quizás, alrededor de él hay gente que sabe mucho más. El jefe que no deja hacer nada a sus subordinados, ni procura que se formen o que suban, en el fondo lo hace por miedo, porque es un mediocre.

En el libro hablo en varios momentos del gobierno de los mediocres, de los que no quieren que los demás les hagan sombra. Un buen gobernante promociona a su gente y esto se puede aplicar a todos los estamentos: gobierno civil, empresarial, la Iglesia o una familia.

Quien gobierna tiene que contar con los demás, darse cuenta del feedback que tienen sus decisiones. Es muy importante que, cuando le hacen una sugerencia, lo primero que ha de hacer es agradecerla siempre.

En segundo lugar, darse cuenta que esa opinión -aunque sea contrario a la tuya-, ayuda a justificar muy bien cada decisión y demás, dejar una puerta abierta a que, en algún momento, la decisión se pueda cambiar.

En este sentido, encontramos cierto temor -no exento de verdad- a decir algo, por miedo a que esta información “se vuelva en contra”

–Aquí entra en juego la confianza. La confianza es la base de la verdadera escucha. Si tu desconfías -o los de arriba te hacen desconfiar- porque se utilizan las sugerencias para apartar a cualquiera que no piense como los dirigentes, se pierde la legitimidad y, sobre todo, la oportunidad de mejorar.

Contar, en un consejo de gobierno, con personas que piensen distinto, enriquece. Si en ese consejo los únicos que están son “los pelotas” que están allí porque no dicen lo que piensan, no se aporta nada a la sociedad. En cambio, con lo contrario, quizás cueste algo más llegar a algunos acuerdos, pero serán mucho más globales y acertados.

Al mismo tiempo, la crítica ha de ser siempre constructiva. Quedarse, simplemente, en decir que todo está mal, no aporta nada, como tampoco lo hace la actitud del que critica y piensa que sólo existe la solución que él aporta. Cuando uno piensa que su solución es la única, entonces, se está convirtiendo en el tirano que critica. 

Otro tema del que hablo en el libro es el de la transparencia. No puedes pedir que otros se sumen a tu proyecto en una organización si no les haces partícipes de los medios, el proyecto, los resultados. Cuando no se actúa de este modo, o bien es porque se oculta algo que no va bien, o bien por un paternalismo mal entendido, que es nefasto. 

En la Iglesia contamos con un “jugador” aparte: el Espíritu Santo y además hay una jerarquía. ¿Hemos identificado escuchar con una forma de asamblearismo?

–Siguiendo a Luigino Bruni, en el libro hablo de las Organizaciones Movidas por un Ideal (OMI), en las que podemos encuadrar las instituciones de la Iglesia. 

En estas organizaciones existe verticalidad siempre. En el caso de la Iglesia tenemos la jerarquía según el sacramento del Orden, pero ya el Concilio Vaticano II habló de abrirse a otros organismos de la Iglesia. Gobernar no es dirigir una organización de manera unipersonal. Eso no es ni prudente ni eficiente. 

Es necesario preguntar antes de tomar cualquier decisión. Contar con los demás es muy importante, sobre todo, si el tema les afecta de algún modo. Se trata de darte cuenta de que tu opinión no está inspirada por el Espíritu Santo, sino que es una opinión más, aunque tengas más datos. Evidentemente, esto no significa que haya que hacer una especie de dialéctica de la escucha, sino de crear una cultura, una manera de escuchar.

Seguimos en el ámbito eclesial, ¿Tenemos el riesgo de diluir los carismas so capa de una “adaptación” nacida de esta escucha?

–La escucha está muy ligada a la humildad. Cuando se tiene la humildad de pensar que uno ocupa un cargo importante porque “no hay otro”. No porque sea el mejor, ni porque sea quien encarne mejor el espíritu -en el caso de una OMI- sino porque me ha tocado y es temporal. 

Creo que el paso que se ha dado en la Iglesia de limitar el tiempo de gobierno en las asociaciones internacionales de fieles es muy interesante. Estoy convencido que la renovación es fundamental. Una organización en la que las mismas personas ocupan siempre sus órganos directivos, al final se corre el riesgo de acabar tiranizando esa forma de gobierno. 

No hay nadie que tenga como oficio gobernar de por vida. Es mucho más enriquecedor que vaya pasando gente. Cuando se gobierna por un tiempo concreto se es más capaz de continuar aquello que han hecho quienes te han precedido y preparar a los que van a venir después. En el fondo, se aporta lo que uno sabe y, cuando venga otro, aportará otras ideas. Todo esto siendo fieles al modo de vivir en tu organización o, si hablamos de instituciones de la Iglesia, fieles al carisma. 

En estas OMI, por ejemplo, en las instituciones de la Iglesia, el fundador o fundadora son las personas que han encarnado el carisma. En este sentido, a veces podemos perder la perspectiva de que son un instrumento de Dios y pensamos que hay que replicar su vida sin apertura o diversidad. Los fundadores y fundadoras de los carismas eclesiales son instrumentos. En ellos, Dios concentra un mensaje -un carisma-, un modo de vivir la vida cristiana.

La fidelidad al carisma es muy importante, porque no se trata de desarrollar un carisma de modo asambleario sino tener en cuenta la finalidad. Hay que fijarse en la finalidad no endiosar al fundador. De hecho, los fundadores de las instituciones de la Iglesia han sido humildes. Eran conscientes de que ese carisma no era un invento de ellos, sino que se lo había dado Dios. Quienes siguen un carisma tienen que vivir una fidelidad a este camino adaptando el carisma al tiempo en el que se desarrolla, porque las circunstancias cambian. 

Adaptar bien el carisma al tiempo en el que vives forma parte de la fidelidad. El carisma en la Iglesia no es para un único momento o una única situación o problema concreta. Es universal y para todos los tiempos.

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