Cultura

El martirio de san Andrés de Pedro Pablo Rubens

Un acercamiento artístico al cuadro del pintor flamenco Pedro Pablo Rubens "El martirio de san Andrés" que se conserva actualmente en la Fundación Carlos de Amberes, en Madrid.

Andrés Iráizoz·31 de marzo de 2023·Tiempo de lectura: 7 minutos
rubens

El martirio de San Andrés, de Pedro Pablo Rubens fue encargado al pintor por Jan van Vucht, un flamenco que residía en Madrid y a su muerte en 1639 legó el cuadro al Hospital de San Andrés de los Flamencos, ahora Fundación Carlos de Amberes, fundado en 1594 por Carlos de Amberes.

Carlos de Amberes el cual donó sus bienes para que se construyera un hospital que sirviera de hospedaje a los pobres y peregrinos procedentes de los Países Bajos. En 1617 se fundó el hospital e iglesia bajo la advocación de San Andrés, patrón de Borgoña y que contó con la protección real desde el siglo XVII.

Al suprimirse el hospital en 1844, el lienzo fue depositado en el Monasterio de El Escorial y también en la Real Fábrica de Tapices, y en 1891, tras la renovación del hospital, fue colocado nuevamente en la nueva capilla; tiempo después fue objeto de compra y venta, sobrevivió a la Guerra Civil y en 1978 ingresó temporalmente en el Museo del Prado y desde 1989 se encuentra en la Fundación Carlos de Amberes.

La primera vez que estuvo en un museo de Hispanoamérica fue en 2019, en el Museo Nacional del Barroco de Puebla de Zaragoza (México).

Fue expuesto en el Museo Nacional de Arte de México con el objeto de mostrar la influencia de Rubens en artistas de la Nueva España como José Juárez y Cristóbal de Villalpando.

El Martirio de san Andrés. Pedro Pablo Rubens
El Martirio de san Andrés. Pedro Pablo Rubens

Antecedentes artísticos: Van Veen y Rubens

Recogemos aquí la aportación de Inmaculada Rodríguez Moya en el volumen Otto van Veen: Inventor y pintor, entre la erudición y la devoción: “A finales del año 1594, Van Veen recibe el encargo de ejecutar un nuevo retablo en San Andrés de Amberes con la temática del martirio del santo.

En esa época, predominó el gusto hacia la representación de martirios en Amberes, después del restablecimiento del catolicismo por parte de Alejandro Farnese. Anteriormente ya existían imágenes de mártires, si bien a partir de ese momento se multiplicaron con un tono declamatorio y monumental y expresiones enfatizadas de instrumentos de tortura y composiciones llenas de figuras y actividad, de lo cual es un ejemplo el retablo de Van Veen. Se pretendía así dar modelos de imitación de la fortaleza y coraje que los verdaderos cristianos debían demostrar en tiempos de persecución.

El retablo representó la crucifixión del santo en una tabla principal sin alas y en la predela, escenas de la vocación de los apóstoles y de Cristo con el orbe.

El artista ha situado en primer plano a una serie de personajes: mujeres llorosas y niños, al gobernador romano a caballo y los soldados que crucifican al santo. En el plano medio, pero en la parte superior del lienzo, es decir, ya en la Gloria celeste, se sitúa la cruz aspada con el santo, cuyo cuerpo coincide totalmente con la posición del madero, presentándose de frente al espectador. Le rodean angelotes, con la palma, la rama de olivo y la corona de mártir. Al fondo vemos un templete circular y una puerta, sirviendo la grisalla para situar las luces de la escena.

En 1.596 Van Veen ejecuta el modelo sobre lienzo siguiendo la composición del boceto, complicando la composición al incorporar más personajes y mayor abigarramiento. Modifica las luces, dejando en penumbra a los soldados que sostienen la cruz, para resaltar las figuras de las mujeres, y al gobernador en primer plano. Ilumina más el fondo resaltando a contraluz estas figuras del medio plano y creando un efecto de profundidad mayor.

En una última etapa, en la tabla, se comprueba la maestría de Van Veen en el tratamiento de los claroscuros y el color, y el clasicismo predominante en la obra. La tabla, de gran tamaño, enfatiza el aislamiento de San Andrés con respecto a la mitad, simbolizando su ascensión a la Gloria por su situación superior por la luz dorada que emerge tras él, por su estoica serenidad y la  de los ángeles con las coronas y la palma, y ayudando uno de ellos al soldado a clavar la lanza en el santo. Luz y colorido con rasgos y gestos de las mujeres llorosas y los indiferentes soldados, permiten crear el efecto devocional buscado. La arquitectura del plano del fondo -templo circular y puerta triunfal- se resalta aún más, creando un efecto fantasmagórico y contribuyendo a subrayar lo extraordinario de la escena. La tabla pretende mostrarnos la glorificación heroica del mártir con la clara finalidad de despertar la fe militante de los devotos.

Van Veen pretendió destacar la crucifixión como una escena que causara impresión y sobrecogiera al espectador por su tamaño.

Similar intención tuvo Rubens en el martirio de San Andrés (1639), obra de su etapa final en la que se inspiraría en la composición de su maestro. Rubens crea un efecto aún más estremecedor que Van Veen, acentuando las diagonales de la composición, estructurada sobre la propia cruz, que ocupa todo el espacio pictórico y situando a pocos personajes en primer plano (el gobernador a caballo y las mujeres llorosas en el mismo lado que en la tabla, los angelotes con los símbolos de su gloria y los soldados musculosos sosteniendo la cruz), quedando la multitud en una línea de fondo muy inferior, si bien el efecto de superioridad espiritual del santo y el efecto de luces y sombras buscado por Rubens es muy similar y aún más espectacular que el de su maestro».

Misión y muerte de san Andrés

San Andrés, segundo de los apóstoles, lleva un nombre griego que, según Benedicto XVI, es signo de una cierta apertura cultural de su familia.

Fruto de su primer celo apostólico, fue su conquista proselitista de Simón Pedro. Intercedió por los paganos antes de que llegara el tiempo de estos, al hacer de intérprete, a un pequeño grupo de griegos, de la profecía sobre la extensión del Evangelio a aquellos.

“Andrés convirtió a muchos a Cristo con su predicación y con innumerables milagros”, y en una de las lecciones aplica a Andrés las palabras de la Carta a los Romanos: “Todo el que invocare el nombre del Señor será salvo. ¿Cómo habrán de invocar -judíos y paganos- a Aquel en quien no creen? ¿Y cómo creerán en Aquel de quién no oyeron nada? ¿Y cómo oirán sin quien les predique?… Y yo pregunto: ¿Es que todavía no oyeron nada? Pero si a toda la tierra salió su voz y sus palabras llegaron a los confines de la tierra”, proclama el breviario en su fiesta.

Los bárbaros en sus tierras fueron destinatarios de su mensaje evangélico, probablemente con el mismo Pedro. Eusebio, padre de la Iglesia, le sitúa apostólicamente en la salvaje Escitia, al sur de la Rusia actual o en sus regiones fronterizas como Bitinia, El Ponto y, sobre todo, Sínope, al sur y oeste del Mar Negro.

Otras fuentes señalan como tierra de su misión la Lidia, el Kurdistán y la Armenia, y en una segunda etapa pudo bajar de Bitinia a Tracia, Macedonia y Grecia hasta la Acaya, en el actual Peloponeso.

Allí en Grecia, en Patrás, encontró el final de su obra apostólica. Según una “Enciclica de los presbíteros y diáconos de Acaya sobre el martirio de san Andrés”, después de haber predicado el evangelio como obispo de Patrás, en Acaya, fue condenado a morir en la cruz por el prefecto Egeas, cuya esposa fue convertida por el santo junto a gran parte de la población.

El suceso fue de la siguiente forma: Egeas descubrió la conversión y, furioso, quiso obligar a los cristianos a que ofrecieran sacrificios a los ídolos. San Andrés intentó que desistiera en su empeño, pero el procónsul ordenó que lo encarcelaran. No fue clavado, sino que tras su flagelación fue amarrado a la cruz, para que tardara más en morir y así prolongar su sufrimiento.

El pueblo suplicaba el perdón del reo. Millares de personas pedían que se le librara del tormento, incluso el hermano del prefecto se unió a las súplicas, aunque todo fue en vano. Durante los dos días de sufrimiento no dejó de predicar, haciendo concurrir a muchas personas, que acudían a escucharle.

La multitud no tardó en amotinarse contra Egeas quien, contra tales amenazas, trató de liberarle. Sin embargo, san Andrés decía: “¿A qué vienes? {…} Yo no bajaré vivo de aquí; ya veo a mi Rey que me está esperando”.

Trató de desatarlo, pero este se lo impidió rezando la oración que comenzaba así: “No permitas, Señor, que me bajen vivo de aquí. Ya es hora de que mi cuerpo sea entregado a la tierra”. Al decir estas palabras, san Andrés quedó envuelto por una luz venida del cielo y acto seguido, el apóstol murió. Una samaritana recogió su cadáver tras su muerte. Sus reliquias fueron llevadas a Bizancio y la cabeza trasladada a Roma, donde descansan ahora los dos hermanos.

No se conoce el año de la muerte de san Andrés, aunque se sospecha que, al tiempo del tránsito de la Virgen María, Andrés ya había muerto.

La citada encíclica del clero de Acaya describe la muerte del apóstol con vivos colores: “Cuando Andrés llegó al lugar del martirio exclamó a la vista de la cruz: ¡Oh, cruz santa, que fuiste adornada con los miembros del Señor! ¡Cruz largamente deseada, profundamente amada, constantemente buscada y al fin preparada para mi alma! ¡Recógeme de entre los hombres y llévame a mi Maestro! ¡Por ti me reciba quien por ti me redimió!”.

El Bautista exclamó junto al Jordán ante su discípulo Andrés: “¡He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo!” Y el Señor, días antes de su muerte, respondió a una pregunta de Andrés con la sentencia: “El grano de trigo ha de morir para producir fruto”. El sacrificio del Señor lo llevaba Andrés más metido en el alma que todos los demás apóstoles, más aún que su propio hermano Simón, que no pudo reprimir su protesta ante la predicción de la cruz. Andrés saludó a la cruz con un jubiloso: “¡Salve, Crux!”.  Aquel sí a la cruz, tan dulce y enérgico, es la más alta hazaña. Quien saluda a su cruz con un ¡salve! Ha de ser “Andrés”, es decir, varonil.

La cruz en que murió Andrés era en aspa, la llamada cruz de san Andrés, en forma de X. “X” mayúscula es también la inicial griega del nombre de Cristo; quien viva unido a la X -a la cruz- vivirá unido a Cristo y viceversa. El mismo Señor advierte: “Quien quiera ser mi discípulo, tome sobre sí mi cruz.” Esta ha sido escogida para darnos la más profunda semejanza con Cristo y, como hermosamente pedía San Andrés, “para llevarnos al Maestro”.

El autorAndrés Iráizoz

Arquitecto.

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