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¿El fin de la medicina?

Las leyes que no sólo protegen, sino que instauran como derechos, actos como el aborto o la eutanasia han llevado a una situación en la que cabe plantearse si estos procedimientos pueden ser calificados como "médicos".

Emilie Vas·22 de marzo de 2024·Tiempo de lectura: 5 minutos
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Desde principios del siglo XXI, la mayoría de los gobiernos europeos han promovido leyes progresistas para acompañar la «evolución de las costumbres» y de la sociedad. 

La ley sobre el aborto se ha modificado constantemente para ampliar su plazo legal. El matrimonio, así como la adopción, se han abierto a las parejas del mismo sexo, cambiando las definiciones de «familia» y «padres».  Cada vez más, las palabras «madre» y «padre» se sustituyen en los documentos oficiales por «progenitor 1» y «progenitor 2» o incluso por «representante legal». 

La autorización de la procreación asistida para las parejas femeninas ha eliminado la existencia de un padre biológico en los certificados de nacimiento. Las madres de alquiler, la gestación por cuenta ajena o la maternidad subrogada son aceptadas por algunos activistas, que sugieren que los niños nacidos de un «proyecto parental» son más queridos que los nacidos de un «embarazo no deseado».

La sociedad individualista y progresista sigue destruyendo la familia tradicional, con un padre y una madre, para promover cada vez más derechos individuales que reflejen los deseos de cada persona. 

La eutanasia como derecho

Continuando con esta «evolución inevitable» de la sociedad, el Parlamento francés debate desde principios de febrero de 2024 la creación de un derecho al suicidio asistido y a la eutanasia, cuestionando así la legitimidad de la prohibición moral de infligir la muerte, ya que la eutanasia y el suicidio asistido son dos formas diferentes de tratar el sufrimiento mediante la administración de la muerte. 

La idea básica de este debate es proclamar que cada individuo es libre de decidir su propio «final de la vida» y que las autoridades no tienen más remedio que adaptar la moral común a los deseos y exigencias de cada cual. Al convertirse en una elección, la muerte cuestiona la propia definición de la medicina y su papel en la sociedad.

La medicina, del latín medicine ‘remedio’, la noble ciencia de la salud, es el arte de prevenir y curar las enfermedades. Su misión es ofrecer remedios, curar, sanar y proteger. El médico es ante todo el que se ocupa de nosotros y de nuestro sufrimiento. Cuando la eutanasia se convierte en un procedimiento médico, el médico pasa a ser el que quita la vida a los demás.

¿Matar como “acto médico?

¿Pueden el suicidio o la eutanasia considerarse procedimientos médicos? ¿Debe realmente el médico infligir la muerte a pacientes debilitados, vulnerables o amenazados en su integridad cuando debería protegerlos? ¿Debe convertirse la muerte en un medio terapéutico para aliviar el sufrimiento? 

Algunos activistas proclaman la necesidad y el derecho a «morir con dignidad», a poder elegir una muerte «suave» y «digna», una muerte que posea literalmente un valor eminente, una excelencia que debe inspirar respeto. ¿En qué sentido dejar de vivir es estimable u honorable? Estos militantes proponen la eutanasia y el suicidio asistido como procedimientos médicos para tratar el sufrimiento, instrumentalizando así el dolor de los enfermos incurables, cuyo deseo justificable y respetable de dejar de sufrir no puede criticarse ni juzgarse.

Sin embargo, la cuestión del derecho a la eutanasia plantea la cuestión de la muerte como tratamiento contra el sufrimiento, y posteriormente contra cualquier tipo de sufrimiento… 

Hoy en día, todos los países que han legalizado la eutanasia, como Bélgica y Canadá, dentro de un marco legal muy estricto, han ampliado las razones para incluir cualquier sufrimiento psíquico y psicológico, sin ninguna patología física degenerativa o discapacitante, para decidir poner fin a la propia vida, y esto también se aplica a los niños menores de 1 año… 

El hilo conductor de todo lo que se puede leer sobre el «final de la vida» y la necesidad de la eutanasia es la ausencia total de esperanza, y finalmente lo que se discute es más bien el lugar y el tratamiento en nuestras sociedades occidentales de la enfermedad, el sufrimiento y la desesperación. 

La soledad, la desesperación y el sufrimiento aíslan a las personas, las hacen frágiles y vulnerables y, sobre todo, hacen desaparecer en todos la esperanza y el valor. 

El hombre, animal social, necesita a los demás y no ha sido creado para el dolor, la angustia, el sufrimiento o la muerte, sino para la alegría, el amor y la vida.

El valor de la confianza

La relación entre un paciente y su médico se basa en gran medida en la confianza mutua, porque este último es el que ayuda y no el que perjudica. Confianza confirmada por el juramento hipocrático, que nos llega de la antigua Grecia y que todo médico debe proclamar y no traicionar, so pena de ser expulsado del Colegio de Médicos. Al pronunciarlo, los médicos juran no «causar nunca deliberadamente la muerte». La Declaración de Ginebra, en cambio, hace prometer a quienes tratan que velarán por el «respeto absoluto de la vida humana». La idea de que los médicos inyecten un veneno para detener el corazón de aquellos a quienes deben proteger, ¿no sería una violación de estos dos juramentos? 

También se podría denunciar la hipocresía de este debate a través de la propia noción de «suicidio asistido», que transforma la acción solitaria de un desesperado que se suicida en una acción colectiva con un tercero presente, asistiendo y ayudando… 

Los activistas apenas mencionan la ética de la medicina, poniendo constantemente en primer plano la urgencia de privilegiar «la evolución de la sociedad», la elección individual en detrimento de la preservación de la vida humana y del bien común. 

La expresión neutra y apagada «final de la vida» sustituye cada vez más a la de muerte, evacuando así la oposición fundamental entre la vida, la actividad espontánea propia de los seres organizados, y la muerte, la ausencia total y definitiva de actividad.

Para ellos, la muerte debería convertirse en un derecho, porque tener derecho a la eutanasia es literalmente tener «derecho a la muerte». Derecho, del bajo latín directum, se refiere a ‘lo que es justo’. ¿Es justa la muerte? ¿Puede ser un derecho? ¿Es un derecho morir dignamente y, por tanto, debe justificarse el derecho a la vida? ¿Y qué debemos decir a los que siguen esperando a pesar de su sufrimiento, debemos desanimarlos explicándoles que lo correcto para ellos y para la sociedad sería desaparecer y marcharse, que el mundo estaría mejor sin ellos porque sufren demasiado? 

Para los creyentes, el sufrimiento y la muerte, el pecado original, han sido redimidos por la Pasión de Cristo. El sacrificio de Jesucristo trae la esperanza en la vida después de la muerte, en la vida eterna, en la misericordia y el amor de Dios para con todos.

Como repiten todos los fieles en la Misa: «a salvo de toda turbación, esperando que se cumpla la esperanza bienaventurada», esta esperanza es precisamente la de la bienaventuranza celestial donde, reunidos con Dios, ya no habrá sufrimiento, dolor ni muerte.

La muerte es definitiva, terrible y absoluta; no puede ni debe considerarse un avance de la medicina. Aceptar la muerte no significa aceptar infligirla. El sexto mandamiento, «no matarás», no tiene atenuantes, aunque los partidarios de la eutanasia afirmen que la muerte se convierte en misericordia.

¿Es esto mostrar compasión y acompañar a los que sufren? Jesús dice a cada uno que cargue con su cruz, no dice que la deje porque sería demasiado pesada, pero como los talentos está a nuestro alcance y con Él podemos tener la fuerza de la fe, de la esperanza….

El autorEmilie Vas

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