Evangelización

Cinco notas de la santidad, según Gaudete et exultate

El 19 de marzo de 2018, solemnidad de san José, el Papa Francisco firmó la Exhortación apostólica Gaudete et exultate sobre el llamado o llamamiento a la santidad en el mundo actual. En la fiesta de Todos los Santos, se recogen cinco notas del Santo Padre “para que toda la Iglesia se dedique a promover el deseo de la santidad”.

Francisco Otamendi·1 de noviembre de 2023·Tiempo de lectura: 6 minutos

Vidriera con santos ©OSV

El llamamiento del Papa en los 177 puntos de su Exhortación Gaudete et exultate (Alegraos y regocijaos), sigue siendo actual, aunque hayan pasado cinco años y medio desde 2018. Basta examinar las 125 notas de la exhortación para verificar que no fue flor de un día.

Son citas abundantes de la Constitución dogmática Lumen gentium del Concilio Vaticano, de sus predecesores Benedicto XVI, san Juan Pablo II, en especial en su Carta Novo millenio ineunte, san Pablo VI en Evangelii nuntiandi, del Catecismo de la Iglesia católica, de santos, padres de la Iglesia, teólogos, filósofos y autores espirituales.

“Nos moviliza”, escribió el Papa, “el ejemplo de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que se dedican a anunciar y a servir con gran fidelidad, muchas veces arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad. Su testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante”.

Pero también, las claras palabras de sus puntos 1 y 2: “Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada. En realidad, desde las primeras páginas de la Biblia está presente, de diversas maneras, el llamado a la santidad. Así se lo proponía el Señor a Abraham: «Camina en mi presencia y sé perfecto» (Gn 17,1). Y éstas de San Pablo a los Efesios: “Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió ‘para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor’” (Ef 1,4).

“Santos de la puerta de al lado”

Y la conocida expresión de Francisco sobre los “santos de la puerta de al lado”, en este contexto: “No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque ‘fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente’” (Lumen gentium).

“Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente”, añadió el Pontífice, “a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad ‘de la puerta de al lado’, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, ‘la clase media de la santidad’”.

Cinco manifestaciones de amor a Dios y al prójimo

He aquí una síntesis de algunas notas de la santidad, cinco en concreto, tal como las recoge el Papa en su Gaudete et exultate. Son las siguientes: 1) Aguante, paciencia y mansedumbre. 2) Alegría y sentido del humor. 3) Audacia y fervor. 4) En comunidad. Y 5) En oración constante.

“No me detendré a explicar los medios de santificación que ya conocemos: los distintos métodos de oración, los preciosos sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación, la ofrenda de sacrificios, las diversas formas de devoción, la dirección espiritual, y tantos otros. Solo me referiré a algunos aspectos del llamado a la santidad que espero resuenen de modo especial”, explica Francisco.

1) Aguante, paciencia y mansedumbre

La primera de estas grandes notas es “estar centrado, firme en torno a Dios que ama y que sostiene. Desde esa firmeza interior es posible aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, y también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31). Esto es fuente de la paz que se expresa en las actitudes de un santo”. 

A partir de tal solidez interior, el testimonio de santidad, en nuestro mundo acelerado, voluble y agresivo, está hecho de paciencia y constancia en el bien. Es la fidelidad del amor, porque quien se apoya en Dios (pistis) también puede ser fiel frente a los hermanos (pistós), no los abandona en los malos momentos, no se deja llevar por su ansiedad y se mantiene al lado de los demás aun cuando eso no le brinde satisfacciones inmediatas”.

2) Alegría y sentido del humor

“Lo dicho hasta ahora no implica un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico, o un bajo perfil sin energía”, añade el Santo Padre. “El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. Ser cristianos es ‘gozo en el Espíritu Santo’ (Rm 14,17), porque ‘al amor de caridad le sigue necesariamente el gozo, pues todo amante se goza en la unión con el amado […] De ahí que la consecuencia de la caridad sea el gozo’”.

“María, que supo descubrir la novedad que Jesús traía, cantaba: ‘Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador’ (Lc 1,47) y el mismo Jesús ‘se llenó de alegría en el Espíritu Santo’ (Lc 10,21). Cuando él pasaba ‘toda la gente se alegraba’ (Lc 13,17). Después de su resurrección, donde llegaban los discípulos había una gran alegría (cf. Hch 8,8). A nosotros, Jesús nos da una seguridad: ‘Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. […] Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría’ (Jn 16,20.22). ‘Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud’ (Jn 15,11)”.

Francisco reconoce que “hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que ‘se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo’. Es una seguridad interior, una serenidad esperanzada que brinda una satisfacción espiritual incomprensible para los parámetros mundanos”.

3) Audacia y fervor

El Papa prosigue en su Exhortación con la audacia. “La santidad es parresía: es audacia, es empuje evangelizador que deja una marca en este mundo”, escribe. “Para que sea posible, el mismo Jesús viene a nuestro encuentro y nos repite con serenidad y firmeza: ‘No tengáis miedo’ (Mc 6,50). ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos’ (Mt 28,20)”.

“Estas palabras nos permiten caminar y servir con esa actitud llena de coraje que suscitaba el Espíritu Santo en los Apóstoles y los llevaba a anunciar a Jesucristo”, alienta. “Audacia, entusiasmo, hablar con libertad, fervor apostólico, todo eso se incluye en el vocablo parresía, palabra con la que la Biblia expresa también la libertad de una existencia que está abierta, porque se encuentra disponible para Dios y para los demás (cf. Hch 4,29; 9,28; 28,31; 2Co 3,12; Ef 3,12; Hb 3,6; 10,19).

4) En comunidad

EL Santo Padre alerta de que “es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y contra las asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo egoísta si estamos aislados. Es tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y sucumbimos”.

“La santificación es un camino comunitario, de dos en dos”, explica. “Así lo reflejan algunas comunidades santas. En varias ocasiones la Iglesia ha canonizado a comunidades enteras que vivieron heroicamente el Evangelio o que ofrecieron a Dios la vida de todos sus miembros. Pensemos, por ejemplo, en los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de María, en las siete beatas religiosas del primer monasterio de la Visitación de Madrid, en san Pablo Miki y compañeros mártires en Japón, en san Andrés Kim Taegon y compañeros mártires en Corea, en san Roque González, san Alfonso Rodríguez y compañeros mártires en Sudamérica. También recordemos el reciente testimonio de los monjes trapenses de Tibhirine (Argelia), que se prepararon juntos para el martirio”. 

“Del mismo modo, hay muchos matrimonios santos, donde cada uno fue un instrumento de Cristo para la santificación del cónyuge. Vivir o trabajar con otros es sin duda un camino de desarrollo espiritual. San Juan de la Cruz decía a un discípulo: estás viviendo con otros ‘para que te labren y ejerciten’”, recuerda el Pontífice.

“La vida comunitaria, sea en la familia, en la parroquia, en la comunidad religiosa o en cualquier otra, está hecha de muchos pequeños detalles cotidianos. Esto ocurría en la comunidad santa que formaron Jesús, María y José, donde se reflejó de manera paradigmática la belleza de la comunión trinitaria. También es lo que sucedía en la vida comunitaria que Jesús llevó con sus discípulos y con el pueblo sencillo”.

5) En oración constante

“Finalmente”, manifiesta el Papa, “aunque parezca obvio, recordemos que la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor. No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente de largos momentos o de sentimientos intensos”.

En este punto, el Papa cita a san Juan Juan de la Cruz, que “recomendaba procurar andar siempre en la presencia de Dios, sea real, imaginaria o unitiva, de acuerdo con lo que le permitan las obras que esté haciendo”. (…) “No obstante, para que esto sea posible, también son necesarios algunos momentos solo para Dios, en soledad con él. Para santa Teresa de Ávila la oración es ‘tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama’.

De la Palabra a la Eucarístía, con María

“El encuentro con Jesús en las Escrituras nos lleva a la Eucaristía, donde esa misma Palabra alcanza su máxima eficacia, porque es presencia real del que es la Palabra viva”. Al terminar, el Papa escribe: “Quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. (…) Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: ‘Dios te salve, María…’”.

El autorFrancisco Otamendi

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