Evangelización

Iglesia y comunicación: un reto de 21 siglos

Anunciar la buena noticia de la salvación es una tarea fundante de la Iglesia que ha de ayudarse de cada uno de los lenguajes de la comunicación presentes en la sociedad.

Pablo Alfonso Fernández·4 de abril de 2024·Tiempo de lectura: 6 minutos

Un periodista graba al Papa durante un viaje ©CNS photo/Paul Haring

Desde su origen, la Iglesia tiene encomendada por Jesucristo una tarea de comunicación: su misión evangelizadora consiste en anunciar la buena noticia de la salvación. Para llevarla a cabo cuenta principalmente con la ayuda del Espíritu Santo, que ilumina, impulsa y vivifica su Iglesia. Pero, como enseña la teología, la gracia no sustituye a la naturaleza, y por eso conviene emplear los medios humanos a nuestro alcance para facilitar su acción en las almas.

Entre esos medios están las denominadas Ciencias de la Información, con todo su bagaje técnico y especificaciones propias de una actividad cada vez más profesionalizada.

Las tareas de comunicación han evolucionado con los medios y las capacitaciones especializadas, por eso conviene plantearse el mejor modo de hacer comunicación institucional en la Iglesia, a la vez que se respeta y se facilita el trabajo de los profesionales.

Se trata de una colaboración necesaria, que beneficia tanto a los comunicadores, en su labor de presentar y difundir hechos de relevancia informativa, como a la propia Iglesia, que resulta mejor conocida y puede mostrar al mundo la belleza del evangelio en los acontecimientos presentados como noticia.

Una tarea ética

Al igual que en otras profesiones, la tarea del comunicador tiene un fuerte componente de confianza. La fuente informativa que elegimos viene determinada por las garantías de veracidad y de integridad en la interpretación de la realidad que nos transmite.

Por eso, la Iglesia no puede permanecer ajena a las implicaciones morales del uso de los medios de comunicación, y le interesa contribuir a su desarrollo respetuoso con la dignidad de la persona. Así lo afirma en el Decreto Inter Mirifica, del Concilio Vaticano II, donde reconoce en primer lugar el derecho humano a la información, y su vinculación con la verdad, la caridad y la justicia.

También invita a pensar en las consecuencias que tiene en la conducta de las personas aquello que se transmite, y por eso recuerda la responsabilidad de los profesionales, los destinatarios y la autoridad civil a la hora de seleccionar y de difundir los contenidos.

En el fondo, se trata de recordar que existe una diferencia entre la resonancia informativa que pueda tener un hecho y su relevancia. Reconocer que nos interesa estar a la última, pero aprender a leer los acontecimientos en otra clave distinta del sensacionalismo, para saber interpretar lo que sucede: siempre hace más ruido un árbol caído que un bosque en crecimiento. Y esto tanto en los acontecimientos del mundo como en los que hacer referencia a la vida de la Iglesia.

Ya explicaba el sacerdote británico Ronald Knox (1888-1957) que en Jerusalén todos supieron enseguida que Judas se había ahorcado, sin embargo, muy pocos advirtieron la sencilla y fecunda fidelidad de María.

Desde hace más de 50 años la Iglesia ayuda a reflexionar sobre esta tarea desde una perspectiva ética, con los Mensajes para la Jornada de las Comunicaciones Sociales. Los publica el Papa cada año con ocasión de la festividad de san Francisco de Sales, y nos hacen fijar la mirada en algún aspecto relevante y de actualidad que despierta las conciencias. Por ejemplo, en su mensaje de 2024 el Papa Francisco menciona algunas consecuencias del empleo de la inteligencia artificial.

Con una dinámica propia

El documento que hemos mencionado del Concilio Vaticano II recuerda además que “toca principalmente a los laicos vivificar con espíritu humano y cristiano estos medios”. Es esta una de las expresiones de la Doctrina Social de la Iglesia, a la que se refería genéricamente Benedicto XVI en su primera Encíclica. Allí explicaba que no es tarea de la Iglesia emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible.

Es cierto que puede ni debe quedarse al margen de esa lucha por la justicia, pero se inserta en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien (cfr. Deus caritas est, n.28).

En cuanto a las tareas de comunicación, se comprende que el papel de la autoridad eclesiástica no es propiamente el de disponer de ciertos medios desde los que contribuir a la opinión pública, sino más bien vivificar las distintas iniciativas de los ciudadanos con el espíritu cristiano.

Es verdad que la Iglesia no tiene por misión propia la presencia institucional en el mundo de la comunicación, como tampoco en el de la enseñanza, la atención hospitalaria o la prestación de servicios sociales. Pero, al mismo tiempo, goza de los mismos derechos que cualquier otra institución pública o privada para dirigir o impulsar iniciativas en esos campos de la vida social.

Por eso también se entiende que cabe la promoción de medios católicos (y a esta propuesta dedica el Decreto Inter Mirifica su capítulo II), que puedan actuar en el mundo de la comunicación con profesionalidad y presenten su propuesta informativa, como cualquier otro interlocutor válido en la sociedad.

La Comunicación Institucional en la Iglesia se lleva a cabo cada vez con más profesionalidad, y son de agradecer los esfuerzos de Universidades eclesiásticas por otorgar importancia a la preparación de comunicadores profesionales que puedan dirigir Delegaciones de Medios en las diócesis o poner en marcha iniciativas en el mundo de las agencias de noticias sobre la Iglesia.

Un encuentro reciente

En un coloquio reciente organizado por una diócesis española se convocó a un grupo de periodistas para dialogar sobre la comunicación de la Iglesia, en un clima de franqueza y respeto mutuos. Por ejemplo, hablar de la gestión informativa de los abusos sirvió para reclamar mayor profesionalidad a los informadores, y mejores canales de comunicación a las autoridades eclesiásticas.

La conclusión del encuentro fue que los medios están dispuestos a sacar más informaciones sobre la Iglesia, y que el trabajo de las Delegaciones de medios es apreciado y valorado por los profesionales de los medios generalistas.

De hecho, la mayor parte de las noticias sobre la Iglesia son referencias positivas, sobre Cáritas, testimonios de personas implicadas en tareas educativas o el cuidado del patrimonio artístico religioso.

En general, las intervenciones de carácter social promovidas por la Iglesia tienen interés informativo, así como algunos eventos religiosos que implican movilización de recursos en los lugares en los que se desarrollan como peregrinaciones o celebraciones patronales.

Una contribución necesaria

De todos modos, todavía la visión de la actividad de la Iglesia desde algunos medios de comunicación sigue siendo limitada, ya sea por desconocimiento o por intereses ideológicos. Algunos profesionales siguen atrincherados en cierta mentalidad cerril frente a la vida espiritual, que tiende a marginar las opiniones y actuaciones de los creyentes por el simple hecho de pertenecer a personas que entienden su fe como algo importante y decisivo en sus vidas. No se atiende a la razonabilidad o interés de las propuestas, y se tachan directamente por su origen si llegar siquiera a escucharlas.

Lo refleja bien un pasaje de la novela El despertar de la señorita Prim (Natalia Sanmartín, 2014). La protagonista de esa historia mantiene un diálogo con el dueño de la casa en la que trabaja como bibliotecaria. En un momento de la conversación ella rechaza un argumento al considerar que su origen está en las convicciones religiosas de su interlocutor. Pero este la invita a razonar, y a decirle si le parece correcto o no lo que ha planteado: si únicamente puede contradecirlo por el hecho de venir de una persona creyente, eso no es un argumento válido.

Algunos querrían que los católicos volvieran a las catacumbas, o al menos que no salieran de las sacristías. En algunos ambientes parece que se aplica nuevamente aquel Edicto del emperador Juliano (años 361-363) que exigía a los maestros de las escuelas de Retórica y Gramática creer lealmente en los dioses: los que fueran cristianos debían permanecer “recluidos en las iglesias para comentar allí a Mateo y Lucas”.

Existe un empeño por mostrar como irrelevantes las aportaciones de la fe a la vida social, o reducir su impacto a un ámbito limitado sin reconocer su influjo en tantas manifestaciones culturales que configuran la convivencia.

El pensamiento creyente se tolera a lo sumo como expresión folclórica que tiene su lugar y su momento, como concesión a un regionalismo inevitable, pero no se admite como postura razonable y sensata que pueda ayudar al desarrollo del mundo.

Servidores de la verdad

La Iglesia está llamada a compartir el destino de los hombres, y por eso tiene el derecho y la obligación de darse a conocer en sus palabras, en sus actuaciones, en sus contribuciones al bien común. Por su parte, aquellos que trabajan en la elaboración y difusión de los mensajes informativos, han de ser cada vez más conscientes de su responsabilidad, como servidores de la verdad.

Así lo ha recordado recientemente el Papa Francisco en un Discurso el 23 de marzo de este año a los directivos y trabajadores de la RAI y sus familias, donde califica su trabajo de verdadero servicio público que es un don para la comunidad, y anima a cultivar una actitud de escucha que les ayude a captar la verdad como una realidad sinfónica, hecha de una variedad de voces.

El verdadero servicio de un profesional de la comunicación, en palabras del Papa, contribuye a la verdad y al bien común, promueve la belleza, pone en marcha dinámicas de solidaridad y ayuda a encontrar sentido a la vida en una perspectiva de bien. Su trabajo involucra a todos, y aporta nuevas miradas a la realidad, sin perseguir cuotas de audiencia en detrimento del contenido.

Puede parecer una visión idealizada o algo ingenua, pero la alternativa sería el derrotismo, y parece que Francisco no está dispuesto a tirar la toalla: se puede construir una mayor oferta de calidad de contenidos, todo depende de la capacidad de soñar a lo grande.

Y concluye con una invitación a los profesionales de los medios de comunicación para convertir su trabajo en una sorpresa, que aporte compañía, unidad, reconciliación, escucha, diálogo, respeto y humildad. Todo un reto para los periodistas, y para los que colaboran son su trabajo desde la Iglesia.

El autorPablo Alfonso Fernández

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