Evangelización

El cura de Ars, san Juan María Vianney

San Juan María Vianney, conocido como el cura de Ars, es el patrono de los párrocos y los pastores de almas.

Pedro Estaún·4 de agosto de 2023·Tiempo de lectura: 4 minutos
San Juan María Vianney

San Juan María Vianney - Foto de Catholic News Servive

En Dardilly, no lejos de Lyon (Francia), una tierra de profunda tradición cristiana, el 8 de mayo de 1786, nació Juan María, el santo cura de Ars. Era el cuarto de seis hermanos, de una familia campesina. Muy poco después, estalla la Revolución Francesa y los fieles deberán reunirse ocultamente para la Misa celebrada por alguno de aquellos heroicos sacerdotes, fieles al Papa, que son perseguidos con tanta rabia por los revolucionarios. Tuvo que hacer su primera comunión en otro pueblo, en un salón con las ventanas cuidadosamente cerradas, para que nada se trasluzca al exterior.

Vocación al sacerdocio

A los diecisiete, Juan María determina ser sacerdote e inicia sus estudios, dejando las tareas del campo a las que hasta entonces se había dedicado. El padre Balley se presta a ayudarle, pero el latín se hace muy difícil para aquel mozo campesino. Llega un momento en que empieza a sentir el desaliento y decide entonces hacer una peregrinación a pie a la tumba de san Francisco de Regis para pedir su intercesión.

Por un error es llamado a filas en 1809, a lo que estaban exentos los seminaristas. Cae enfermo y, sin atender a su debilidad, es destinado a combatir en España. No puede seguir a sus compañeros y, desalentado, se ve en la necesidad de desertar, por lo que debe permanecer oculto tres años en las montañas de Noës. Una amnistía le permite volver a su pueblo muy poco antes de que falleciera su madre y reiniciar sus estudios sacerdotales. Sus superiores reconocen su conducta, pero su aprovechamiento es muy bajo y es despedido del seminario. Intenta entrar en los hermanos de las Escuelas Cristianas, sin lograrlo. El padre Balley se presta a continuar preparándole y por fin, el 13 de agosto de 1815, el obispo de Grenoble le ordenaba sacerdote a los 29 años.

Destino, Ars

El arzobispado de Lyon le encargó un pueblo muy pequeño al norte de la capital llamado Ars. El territorio no tenía ni siquiera la consideración de parroquia. Llega el 9 de febrero de 1818 y prácticamente no volverá a salir jamás. Por dos veces se le enviará el nombramiento para otra parroquia, y otras será él mismo quien intente marcharse,  pero siempre se interpondrá la divina Providencia, para que san Juan María llegara a resplandecer, como patrono de todos los curas del mundo, precisamente en una parroquia de un minúsculo pueblo.

Los primeros años los vivió enteramente consagrado a sus feligreses: les visita casa por casa; atiende a los niños y a los enfermos; se encarga de la ampliación y mejora de la iglesia…. Se empleó a fondo en una labor de moralización del pueblo: guerra a las tabernas, lucha contra el trabajo de los domingos, empeño en desterrar la ignorancia religiosa y, sobre todo, su dramática oposición al baile, lo que le ocasionará sinsabores y disgustos, incluso con acusaciones ante sus superiores. Sin embargo años después podía decirse que “Ars ya no es Ars”. El demonio, que no veía con buenos ojos su actuar, atacó al santo con violencia. La lucha contra él tuvo en algunas ocasiones un carácter dramático. El anecdotario es copioso, y en algunas ocasiones, sobrecogedor.

Primeras peregrinaciones a Ars

Juan María solía ayudar a sus compañeros sacerdotes en los pueblos vecinos y aquellos campesinos recurrían luego a él al presentarse dificultades, o simplemente para confesarse y volver a recibir buenos consejos. Éste fue el comienzo de la célebre peregrinación a Ars.

Comenzó como un fenómeno local en las diócesis de Lyon y Belley, pero luego fue tomando mayor extensión de tal manera que llegó a hacerse célebre en toda Francia y aun en Europa entera. De todas partes empezaron a afluir peregrinos, se editaron libros para servir de guía. En la estación de Lyon se llegó a establecer una taquilla especial para despachar billetes a Ars.

Instrumento de las gracias de Dios

Aquel pobre sacerdote, que trabajosamente había hecho sus estudios, y a quien se le había relegado a uno de los peores pueblos de la diócesis, iba a convertirse en consejero buscadísimo por millares de almas. Y entre ellas habría gentes de toda condición, desde prelados insignes e intelectuales famosos, hasta humildísimos enfermos y pobres gentes atribuladas. Debía pasarse el día metido en el confesionario, predicando o atendiendo a los pobres. Sorprende que pudiera subsistir con aquel género de vida. Por si fuera poco, sus penitencias eran extraordinarias.

Dios bendecía copiosamente su actividad. El que a duras penas había hecho sus estudios, se desenvolvía de maravilla en el púlpito, sin tiempo para preparse. Resolvía delicadísimos problemas de conciencia. Tras su muerte habrá testimonios, abundantes hasta lo increíble, de su don de discernimiento de conciencias: a éste le recordó un pecado olvidado, a aquél le manifestó claramente su vocación, a la otra le abrió los ojos sobre los peligros en que se encontraba, a otros les descubrió su modo de ayudar en la Iglesia… Con sencillez, casi como si se tratara de corazonadas o de ocurrencias, el santo mostraba estar en íntimo contacto con Dios y ser iluminado por Él. Y todo con una grandísima cordialidad. Conservamos el testimonio de personas, pertenecientes a las más elevadas esferas de aquella sociedad francesa que marcharon de Ars admiradas de su cortesía y gentileza. Su extrema humanidad le llevó también a la fundación de “La Providencia”: una casa que, en brazos exclusivamente de la caridad, fundó para acoger a las pobres huérfanas de los contornos.

Fallece un santo

El viernes 29 de julio de 1859 se sintió indispuesto. Bajó, como siempre, de madrugada a la iglesia, pero no pudo resistir en el confesionario y hubo de salir a tomar un poco de aire. Antes del catecismo de las once pidió un poco de vino, sorbió unas gotas y subió al púlpito. No se le entendía pero sus ojos bañados de lágrimas, volviéndose hacia el sagrario, lo decían todo. Continuó confesando, pero ya a la noche se vio que estaba herido de muerte. Descansó mal y pidió ayuda: “El médico nada podrá hacer. Llamad al señor cura de Jassans”.

Se dejó cuidar como un niño. No rechistó cuando pusieron un colchón a su dura cama y obedeció al médico. Y se produjo un hecho conmovedor. El calor era insoportable y los vecinos de Ars, no sabiendo qué hacer para aliviarle, subieron al tejado y tendieron sábanas que durante todo el día mantuvieron húmedas. El pueblo entero veía, bañado en lágrimas, que su cura se les marchaba. El mismo obispo vino a compartir su dolor. Tras una emocionante despedida de su padre y pastor, el santo cura ya no pensó más que en morir y, con una celestial  paz, el jueves 4 de agosto de 1859 entregaba su alma a Dios «como obrero que ha terminado bien su jornada». 

Lo canonizó el papa Pío XI el 31 de mayo de 1925. Tres años más tarde, en 1928, el Papa nombró al cura de Ars Patrono de los párrocos y pastores de almas.

El autorPedro Estaún

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