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«Tras la belleza del don»

Con el presente libro el poeta Carmelo Guillén Acosta, autor de una quincena de poemarios y de múltiples escritos sobre crítica literaria, inaugura el cultivo de un nuevo género: la biografía.

Manuel Casado Velarde·11 de agosto de 2023·Tiempo de lectura: 4 minutos

©Hannah Busing en Unsplash

El libro «Tras la belleza del don» es una biografía, que el autor califica de “literaria”, de una persona
corriente y moliente, Pepe Molero, con el que comparte el hecho de ser miembro agregado del Opus Dei.
Como señala en el prólogo el también poeta Carlos Javier Morales, no se trata de un relato cronológico de las mil y una andanzas del biografiado. Lo que nos transmite el autor es “el don maravilloso de haber encontrado una persona extraordinaria que lo ha ayudado espontáneamente a convertirse también en otra persona extraordinaria” (p. 13).

Tras la belleza del don

Autor: Carmelo Guillén Acosta
Editorial: Rialp
Páginas: 176
Madrid:: 2023

La trama biográfica de Molero le sirve al autor para poner de relieve cómo “la espiritualidad del Opus Dei impulsa a la santidad en medio del mundo, en el hervor de las circunstancias del mundo” (p. 39). Los lectores de la poesía de Guillén Acosta saben lo bien que riman sus poemas con la belleza de una vida común y plena de sentido como la de Molero. Su último poemario (En estado de gracia, Sevilla, Renacimiento, 2021) es un puro canto al “valor / que tiene cada cosa por frágil que resulte” (p. 13), al carácter sagrado de la materia y lo prosaico.

La biografía alcanza sus páginas más densas y poéticas, más personales, cuando Carmelo Guillén se aparta del intenso ajetreo de la vida de Pepe Molero, y recapitula y reflexiona sobre el hilo conductor del vivir de una persona que ha sabido conjugar como pocas, en presente, los verbos servir y amar.
La vida de Pepe Molero es un canto al don de la amistad: “Un hombre que donde toma asiento sabe integrarse con enorme naturalidad” (p. 80). Se encuentre donde se encuentre, en ese trajinar constante de su vida, “no se siente un verso suelto, abandonado de la mano de Dios; allí descubre ese calor del corazón de otros seres humanos que también han hecho de su vida un don” (p. 84).

“Persona vitalista, muy vitalista, enormemente emprendedora. Continuamente se acuerda de vivir. […] Hombre voluntarioso, nada quejica, decidido, creativo, de los que construyen su existencia sobre los pequeños detalles, sobre la letra menuda de lo ordinario. […Una persona] que ha disfrutado y disfruta como nadie de la vida. […] Un todoterreno. Nada lo detiene. A todo se apunta. De siempre parece que fue así” (pp. 112, 116). Quienes gozan de la amistad de Pepe Molero podrían decir lo que Juan Ramón Jiménez de José Moreno Villa: “No sé qué tiene ese amigo que siempre que viene siempre viene bien”.

El epígrafe provocadoramente titulado “Apología del celibato laical” (pp. 128-132) representa, a mi modo de ver, el do de pecho de la biografía. Se me permitirá, por ello, lo extenso de la cita (pp. 128-129):
Cuando Pepe Molero pide la admisión al Opus Dei sabe que el don comporta el celibato apostólico para vivirlo en el hervor de la plaza del mundo. Nada de apartarse al desierto como los eremitas, o a un cenobio alejado del mundanal ruido.

La llamada que Dios le propone tiene como escenario el trajín diario de las calles de asfalto, los pasos de cebra, los escaparates con anuncios sofisticados, las reuniones de vecinos en el portal de su bloque, la cafetería de la esquina, la contaminación atmosférica, el deseo natural de que llegue el fin de semana para el esparcimiento y, por supuesto, el trabajo profesional realizado con la mayor perfección posible como ofrenda a Dios. Es ahí donde se le pide que esté y es ahí donde Pepe Molero debe ser Pepe Molero, el mismo que viste y calza.

No lo duda: lo suyo es ese temblor que le hace abrir la ventana y saludar a aquel vecino dispuesto a poner su coche en marcha; tener constancia de la subida del pan o de la gasolina; perderse en una feria entre la multitud; rodearse, venido el caso, de amigos frívolos que se extrañan de que él sea célibe, acuda diariamente a misa, trabaje con firmeza, esté siempre contento, sea generoso y se halle dispuesto a servir a los demás y a evitar los ambientes en los que tiene por seguro que se ofende a su Amor.

La palabra clave de la biografía figura ya en el título: belleza. Con ella se retrata “a la persona de la Obra que quiere ser fiel a su vocación y está entusiasmado con la belleza de lo ordinario, vivida a pleno pulmón” (p. 165), “siempre reaprendiendo los matices del asombro y la avidez y haciendo continuamente de su existencia un himno de alabanza al Dios de la creación, cuya belleza no le ha sido negada: ha sabido acogerla, no sé si porque ha nacido con el sello del errabundo infatigable o porque la búsqueda
del instante lo lleva a toparse siempre con lo permanente” (p. 166), con la certeza de que Dios es su fin, en palabras de Agustín Altisent, “no solo después de esta vida, sino ya ahora. Y lo paladea sin llamaradas, que así sabe mejor y es más duradero” (p. 167).

En la omnipresente cultura de la sospecha en que estamos cómodamente instalados, cultura “según la cual toda Belleza es un engaño que debe desenmascararse; [… cultura] que ve en las virtudes mentiras y en el vicio una manifestación de sinceridad” (Catherine L’Ecuyer), biografías como la de Carmelo Guillén Acosta incitan a descubrir la belleza que se encuentra sólidamente integrada en la verdad y la bondad. Este es el propósito que se impone el biógrafo al escribir este libro: “Cantar una vida ordinaria, sin aparente brillo, vivida en su plenitud, en su gozo”. Y para ello, la vida de Pepe Molero, “desde el don de su vocación” (p. 174), le ha venido como anillo al dedo.

El autorManuel Casado Velarde

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