Estar en paz con todos los hombres

Nuestra sociedad exige derechos, lo que es legítimo por supuesto, pero hay sufrimiento cuando se espera que sean respetados en dirección a nosotros mismos pero no en dirección a los demás. Esta realidad se agrava cuando además, llamamos derechos a nuestros deseos.

5 de diciembre de 2023·Tiempo de lectura: 2 minutos
Paz

Signo de luces que dice "paz" en inglés (Unsplash / Jonathan Meyer)

Los seres humanos tenemos derechos… ¡y responsabilidades!

Con el surgimiento de diversas iniciativas para la defensa de derechos humanos, parece que nos hemos olvidado de que ellos van acompañados de deberes. Nuestra sociedad exige derechos, lo que es legítimo por supuesto, pero hay sufrimiento cuando se espera que sean respetados en dirección a nosotros mismos pero no en dirección a los demás. Esta realidad se agrava cuando además, llamamos derechos a nuestros deseos. 

Recientemente una mujer madura llegó a mi consulta experimentando angustia ante la inminente venida de su suegra a casa. Ella se preguntaba entre sollozos: ¿por qué tiene que venir? Yo tengo derecho a ser feliz”. 

Acompañé con empatía sus sentimientos y poco a poco nos fuimos abriendo a una profunda reflexión sobre el amor en familia. En un momento de la conversación ella reveló lo que había en su corazón y en su conciencia: 

“Toda la vida he sido rechazada por mi suegra y ahora que se encuentra enferma, no tengo ganas de verla. Pero amo a mi esposo y sé que para él sería muy valioso que yo mostrara algo de compasión. Sé que a él le duele mi frialdad y no quisiera ser así pero en el fondo de mi corazón no me nace acercarme. ¿Qué puedo hacer?”.

En su carta a los romanos, san Pablo nos exhorta a hacer vida nuestra fe con ciertas actitudes básicas: “Tengan el mismo sentir unos con otros, no sean altivos en su pensar sino que sean condescendientes con los pequeños. No sean sabios con su propia opinión. Nunca paguen a nadie mal por mal. Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres” (Rom, 12, 16-18).

Esto, que parece una utopía, puede realizarse con una determinación personal: “haré lo correcto aunque no sienta deseos”. Hoy, gracias a los avances en neurociencias se nos confirma que es posible cambiar nuestros sentimientos y actitudes, modificando nuestras conductas y pensamientos. Es decir que no debemos hacer depender de nuestros sentimientos, las acciones que tomaremos; todos podemos elegir nuestras reacciones pensando en las consecuencias y seleccionando la mejor respuesta ante toda circunstancia.

El neurólogo alemán Eduard Hitzig, ya a finales del s. XIX, diseñó lo que hoy conocemos como el alfabeto emocional. El detectó una correlación entre ciertos sentimientos y actitudes. 

Afirmaba que los sentimientos “R” generan actitudes “D”:

-Rabia, resentimiento, rencor, rechazo

Generan actitudes “D”:

-Depresión, desánimo, desaliento, desesperación

En cambio, los sentimientos “S” producen actitudes “A”:

-Serenidad, sociabilidad, sueño, sonrisa, sabiduría

Generan actitudes “A”:

-Amor, amistad, aprecio, ánimo, acercamiento

De acuerdo a las observaciones del Dr. Hitzig, nuestro cerebro puede ser moldeado: el cerebro es un ‘músculo’ fácil de engañar; si sonríes cree que estás contento y te hace sentir mejor.

Así que será necesario poner buena cara al mal tiempo y seguir adelante haciendo lo correcto aunque originalmente no tengamos ganas, esto nos dará madurez emocional.  Esforcémonos en practicar las virtudes humanas, este ha sido el andar de los santos, y estamos llamados a serlo. 

Cuando la Palabra de Dios nos pide devolver bien por mal, es porque al conocer nuestra naturaleza humana, nos recomienda hacer aquello que más nos conviene, y no lo que nos dictan los resentimientos.

Escuchar la voz del Creador y obedecerla, nos hace verdaderamente libres y felices.

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