Aquel Casio del 85

Mis padres, que no eran músicos ni estrellas deportivas, componían, cada día, con sus vidas sencillas, la mejor melodía nunca oída, los más bellos versos jamás escuchados, la más espectacular de las jugadas.

17 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos
casio

Aquel primer día de clase tras las vacaciones de 1985 no se me olvidará jamás. Lucir el Casio nuevecito me convirtió por un día en el más popular del colegio. Todos querían que se lo enseñase, que les mostrara todas sus funciones, escuchar su alarma y ver cómo se encendía en su modo nocturno.

Era resistente al agua hasta los 50 metros de profundidad, una característica que en mi casi medio siglo de vida no he tenido la suerte de necesitar jamás, pero que sin duda marcaba la diferencia entre “mi Casio” y todos los demás relojes que pudieran existir en mi pequeño gran universo vital.

Cuento esta anécdota nostálgica en estos días en los que la marca japonesa ha salido a la palestra a raíz de la mención que de ella ha hecho una famosa cantante en su tema de despecho contra el exfutbolista padre de sus hijos.

Reconozco que, en un principio, me dejé llevar también por el gusto morboso por el salseo escudriñando la letra, hasta que una tertuliana de un programa de radio me hizo preguntarme por cómo marcaría lo que dice la canción a los hijos de la pareja ahora y en el futuro.

Mientras quienes no tenemos vínculo afectivo disfrutamos del espectáculo, como niños en el corrillo de la pelea de patio, los puñetazos y las patadas duelen de verdad; si no a los adultos, que al fin y al cabo han aprovechado para monetizar cada golpe, sí a unos niños para quienes las dos personas más importantes de sus vidas se han convertido entre sí en enemigos públicos.

Los padres, llamados a enseñar a sus hijos, mediante su respeto y cariño mutuo lo que es el amor, pasan a ser el peor de los ejemplos posibles de lo que este significa. Y sin amor, que es la mayor fuerza que existe en el universo, ¿qué sentido tiene esta vida?

En aquel curso del 85, yo no sabía cuánto costaba un Rolex, ni falta que me hacía, pero sí estaba acostumbrado al lujo: al lujo de contar con un padre y una madre que, con sus más y sus menos, con sus diferencias y acuerdos, incluso con sus riñas y discusiones, se respetaban profundamente, se daban el uno al otro, se perdonaban…

En definitiva: se amaban.

En mi casa nadábamos en la abundancia, pero no de dinero, porque siempre íbamos justos para llegar a fin de mes, sino de fidelidad, de comprensión, de generosidad e incluso de solidaridad intergeneracional, pues la abuela vivía con nosotros.

Una suegra en casa no siempre es fácil, pero ahí estaba el amor para limar asperezas y para soportar con paciencia los defectos de cada uno.

Viendo el panorama actual, en el que las parejas se deshacen con la misma rapidez con la que suben los millones de reproducciones del polémico vídeo en Youtube, me convenzo cada vez más de que el mejor legado que puedo dejar a mis hijos no se mide en euros, porque no hay euros suficientes para pagarlo, y se llama el ejemplo de lo que es el amor.

Porque, ¿en qué exclusivo colegio o carísima universidad enseñan la más importante de las potencialidades humanas? ¿Qué prestigioso laboratorio puede descifrar la fórmula de la verdadera fuente de la felicidad que es el amor?

En aquel curso del 85, mis padres, que no eran músicos ni estrellas deportivas, componían, cada día, con sus vidas sencillas, la mejor melodía nunca oída, los más bellos versos jamás escuchados, la más espectacular de las jugadas.

Soy el hijo de dos estrellas mundiales que nadie conoce, ni falta que hace, porque su legado no es de este mundo; es eterno, verdaderamente inmortal, inalcanzable materialmente.

Cuando pienso en aquel Casio del 85 pienso en lo poco que necesita un niño para llegar a ser un adulto feliz. Le basta con saber que el amor existe, que hay alguien capaz de dar la vida por él, sin esperar nada a cambio y que, en las guerras, aunque solo sean verbales, todos pierden. Gracias papá, gracias mamá.

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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