A mi ángel de la guarda

Doy gracias a Dios por hacerte mi compañero en el camino de la vida, por ser esa sombra inseparable, esa puerta cercana siempre abierta a la trascendencia

2 de octubre de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos
ángel

Querido ángel de la guarda:

¡Muchas felicidades en tu día! Aunque bueno, desearte felicidad a ti que estás literalmente en la Gloria, quizá no sea la mejor forma de demostrarte mi afecto.

Si por lo menos tuvieras cuerpo, te daría un abrazo, pero eres espíritu puro y no puedo verte, ni sentirte, ni olerte, ni oírte…

Espero no ofenderte por darte protagonismo porque si hay algo que te ha caracterizado siempre es tu humildad. Jamás, nunca, has buscado figurar y no te molestas cuando tantas veces me olvido de ti o vivo como si no existieras, ¡pero es que eres tan discreto! Yo entiendo que, como buen agente secreto, tu trabajo consiste precisamente en no delatarte y por eso confirmo que eres tan bueno en lo tuyo: ¡No dejas ni rastro! Y lo haces bien porque, si no, pondrías en un aprieto mi libertad para elegir creer o no.

Tras cada acción tuya, siempre le he podido echar la culpa a la suerte, al azar o incluso a mi propia valía personal. ¡Y en cuántas otras ocasiones habrás actuado sin que yo siquiera me haya percatado de los peligros!

A veces te presentas en forma de otra persona: a través de un amigo, de mi mujer, o incluso de un desconocido. Ahí te he podido calar en muchas ocasiones. Ya me explicarás cuando nos veamos cara a cara cómo lo hacéis, pero estoy convencido de que os ponéis de acuerdo entre vosotros. ¿A que sí? Tú vas y le dices a uno de tus compañeros: “oye, dile a tu humano que le diga al mío tal cosa”. Y ahí va ese humano, que se le viene de repente un pensamiento sin saber por qué, te lo suelta, y tú alucinas porque es justo lo que necesitabas escuchar ese día.

Como soy una persona racional, siempre puedo achacarlo a la calidad humana, intelectual o espiritual de quienes tantas veces han sido ángeles para mí, pero no lo tengo tan claro cuando he sido yo a quien habéis utilizado para dar mensajes a otros. Muchas veces hay quien me ha recordado unas palabras mías que le ayudaron, aunque yo no fuera consciente de haberlas pronunciado, al menos en el sentido que la otra persona interpretó. ¿De dónde salió ese pensamiento? ¿Quién lo indujo? Yo lo tengo claro. El Espíritu Santo os tiene de recaderos. Esas inspiraciones vuestras no son tan sorprendentes, porque son muy parecidas a esas otras “sugerencias al oído” que vuestro compañero caído se empeña en hacernos y que siempre parecen llenas de luz. Quien no está entrenado espiritualmente, no las reconoce, pero cuando uno ha caído en su trampa un montón de veces, ya no duda de su existencia y trata de estar siempre alerta.

Se ve que el malo, como es un soberbio y vanidoso, no se preocupa tanto de borrar sus huellas y, aunque le interese pasar desapercibido, en realidad no puede evitar dejar su marca. Así que, al final, gracias a él, yo creo más en ti.

Alguno que me lea pensará que soy un infantil, que esta carta la dedico a mi amigo imaginario, que creo en seres invisibles que suben y bajan del cielo… Que piense lo que quiera. Yo solo creo en lo que veo con mis propios ojos, que no son solo los que tengo en la cara, sino también los que me permiten conocer esa otra realidad trascendente que todo hombre y mujer a lo largo de la historia ha estado y está capacitado para descubrir por sí mismo.

Lo que es infantil es esconderse en el refugio de los cinco sentidos negando cualquier otra forma de conocimiento por miedo a no poder controlarlo. Cuando se toca el tema, yo siempre recuerdo aquella valiente frase del divulgador científico Eduard Punset que decía que “la intuición es una fuente de conocimiento tan válida como la razón” ¿Se la sugeriste tú? No me extrañaría, porque a mí me ayuda mucho repetirla.

¡Ciertamente hay tantas realidades diarias en las que la intuición nos guía mejor que la razón! ¡Hay tantos patrones y señales que pasan desapercibidos a simple vista! Hace falta, eso sí, sensibilidad y desapego de lo material; pero, el que es capaz de leerlos, descubre cómo el verdadero bien, la verdadera belleza o la verdadera verdad –valga la rebuznancia–, no están donde todo el mundo mira, donde todo el mundo toca, donde todo el mundo huele; sino en lugares menos comunes.

Pues yo te intuyo, querido ángel, y doy gracias a Dios por hacerte mi compañero en el camino de la vida, por ser esa sombra inseparable, esa puerta cercana siempre abierta a la trascendencia. Discúlpame por darte tanto trabajo con mis continuos intentos de salirme de la ruta hacia el cielo. Átame corto, que ya sabes que no soy de fiar.

Y un último deseo: dile a tu compañero, al de ese lector que me lee ahora, que suscite hoy en él la alegría de sentirse también acompañado, cuidado y consolado. Y sugiérele que no se la quede para él solo, sino que la comparta con todos los suyos. ¡Porque hoy es fiesta grande en cielo y tierra!

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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