Vaticano

La Cuaresma, un viaje de regreso a casa

El Papa Francisco ha recordado el verdadero sentido de la Cuaresma en la homilía del Miércoles de Ceniza: regresar a Dios, para volver a encontrar la alegría de ser amados.

David Fernández Alonso·17 de febrero de 2021·Tiempo de lectura: 4 minutos
miércoles de ceniza

El Santo Padre Francisco, guardando las medidas sanitarias, ha podido celebrar la Santa Misa del Miércoles de Ceniza, que da inicio al tiempo de Cuaresma, en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro. Durante la celebración, ha tenido lugar la imposición de la ceniza, que Francisco ha impuesto a los cardenales y colaboradores presentes en la celebración.

El inicio del camino

El Papa ha comenzado su homilía recordando que hoy «iniciamos el camino de la cuaresma» y señalando la dirección a seguir durante estos días hasta la Semana Santa: «Hay una invitación que nace del corazón de Dios, que con los brazos abiertos y los ojos llenos de nostalgia nos suplica: «Vuélvanse a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Vuélvanse a mí. La cuaresma es un viaje de regreso a Dios. Cuántas veces, ocupados o indiferentes, le hemos dicho: “Señor, volveré a Ti después… Hoy no puedo, pero mañana empezaré a rezar y a hacer algo por los demás”. Ahora Dios llama a nuestro corazón. En la vida tendremos siempre cosas que hacer y excusas para dar, pero ahora es tiempo de regresar a Dios».

La cuaresma es el tiempo para volver a encontrar el camino de regreso a casa

Papa FranciscoHomilía del Miércoles de Ceniza

Por tanto, continúa el Pontífice, «la cuaresma es un viaje que implica toda nuestra vida, todo lo que somos. Es el tiempo para verificar las sendas que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo. La cuaresma no es una recolección de florecillas, es discernir hacia dónde está orientado el corazón. Preguntémonos: ¿Hacia dónde me lleva el navegador de mi vida, hacia Dios o hacia mi yo? ¿Vivo para agradar al Señor, o para ser visto, alabado, preferido? ¿Tengo un corazón “bailarín”, que da un paso hacia adelante y uno hacia atrás, ama un poco al Señor y un poco al mundo, o un corazón firme en Dios? ¿Me siento a gusto con mis hipocresías, o lucho por liberar el corazón de la doblez y la falsedad que lo encadenan?»

Francisco explica que «el viaje de la cuaresma es un éxodo de la esclavitud a la libertad. Son cuarenta días que recuerdan los cuarenta años en los que el pueblo de Dios viajó en el desierto para regresar a su tierra de origen. Pero, ¡qué difícil es dejar Egipto! Siempre, durante el camino, estaba la tentación de añorar las cebollas, de volver atrás, de atarse a los recuerdos del pasado, a algún ídolo. También para nosotros es así: el viaje de regreso a Dios se dificulta por nuestros apegos malsanos, se frena por los lazos seductores de los vicios, de las falsas seguridades del dinero y del aparentar, del lamento victimista que paraliza. Para caminar es necesario desenmascarar estas ilusiones».

Los viajes de regreso

«¿Cómo proceder entonces en el camino hacia Dios?» Se pregunta el Pontífice. Y entonces propone como respuesta los viajes de regreso que nos relata la Palabra de Dios.

El perdón de Dios, la confesión, es el primer paso de nuestro viaje de regreso

Papa FranciscoHomilía del Miércoles de Ceniza

Mirando al hijo pródigo, «comprendemos que también para nosotros es tiempo de volver al Padre. Como ese hijo, también nosotros hemos olvidado el perfume de casa, hemos despilfarrado bienes preciosos por cosas insignificantes y nos hemos quedado con las manos vacías y el corazón infeliz. Hemos caído: somos hijos que caen continuamente, somos como niños pequeños que intentan caminar y caen al suelo, y siempre necesitan que su papá los vuelva a levantar. Es el perdón del Padre que vuelve a ponernos en pie: el perdón de Dios, la confesión, es el primer paso de nuestro viaje de regreso».

Para volver a Jesús, tenemos que aprender de «aquel leproso sanado que volvió a agradecerle. Diez fueron curados, pero sólo él fue también salvado, porque volvió a Jesús (cf. Lc 17,12-19). Todos tenemos enfermedades espirituales, solos no podemos curarlas; todos tenemos vicios arraigados, solos no podemos extirparlos; todos tenemos miedos que nos paralizan, solos no podemos vencerlos. Necesitamos imitar a aquel leproso, que volvió a Jesús y se postró a sus pies. Necesitamos la curación de Jesús, es necesario presentarle nuestras heridas y decirle: “Jesús, estoy aquí ante Ti, con mi pecado, con mis miserias. Tú eres el médico, Tú puedes liberarme. Sana mi corazón”.

Primero vino Él a nosotros

Casi al final de la homilía, Francisco concluyó que «nuestro viaje de regreso a Dios es posible sólo porque antes se produjo su viaje de ida hacia nosotros. Antes que nosotros fuéramos hacia Él, Él descendió hacia nosotros. Nos ha precedido, ha venido a nuestro encuentro. Por nosotros descendió más abajo de cuanto podíamos imaginar: se hizo pecado, se hizo muerte. Es cuanto nos ha recordado san Pablo: «A quien no cometió pecado, Dios lo asemejó al pecado por nosotros» (2 Co 5,21). Para no dejarnos solos y acompañarnos en el camino descendió hasta nuestro pecado y nuestra muerte. Nuestro viaje, entonces, consiste en dejarnos tomar de la mano. El Padre que nos llama a volver es Aquel que sale de casa para venir a buscarnos; el Señor que nos cura es Aquel que se dejó herir en la cruz; el Espíritu que nos hace cambiar de vida es Aquel que sopla con fuerza y dulzura sobre nuestro barro».

Pongámonos ante la cruz de Jesús: Miremos cada día sus llagas. En esos agujeros reconocemos nuestro vacío, nuestras faltas, las heridas del pecado, los golpes que nos han hecho daño

Papa FranciscoHomilía del Miércoles de Ceniza

Haciendo referencia al acto por el cual inclinamos la cabeza en la imposición de las cenizas, el Papa nos anima a que «cuando acabe la cuaresma nos inclinaremos aún más para lavar los pies de los hermanos. La cuaresma es un abajamiento humilde en nuestro interior y hacia los demás. Es entender que la salvación no es una escalada hacia la gloria, sino un abajamiento por amor. Es hacerse pequeños. En este camino, para no perder la dirección, pongámonos ante la cruz de Jesús: es la cátedra silenciosa de Dios. Miremos cada día sus llagas. En esos agujeros reconocemos nuestro vacío, nuestras faltas, las heridas del pecado, los golpes que nos han hecho daño».

Sin embargo, concluye Francisco, «precisamente allí vemos que Dios no nos señala con el dedo, sino que abre los brazos de par en par. Sus llagas están abiertas por nosotros y en esas heridas hemos sido sanados (cf. 1 P 2,24; Is 53,5). Besémoslas y entenderemos que justamente ahí, en los vacíos más dolorosos de la vida, Dios nos espera con su misericordia infinita. Porque allí, donde somos más vulnerables, donde más nos avergonzamos, Él viene a nuestro encuentro. Y ahora nos invita a regresar a Él, para volver a encontrar la alegría de ser amados».

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