Cultura

Calvario, el monte de la Nueva Alianza

Siguiendo los cuatro evangelios podemos reconstruir, con bastante proximidad, las horas de la pasión y muerte de Jesucristo. Cada uno de los pasos se lee, de manera plena, a la luz de los textos de la antigua Alianza.

Gustavo Milano·17 de octubre de 2023·Tiempo de lectura: 5 minutos
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Foto: Jesús y Barrabás por Giovanni Gasparro

El cáliz no va a pasar hasta que Jesús lo beba del todo. Una vez escuchada la sentencia capital dictada por Pilato, unos soldados romanos se ponen a coger un palo y unas cuerdas para atarlo en los brazos de este judío condenado que expiraría cuanto antes en el cercano montículo del Calvario.

Tanto judíos como romanos solían efectuar sus ejecuciones fuera de los muros de la ciudad, pero el día siguiente sería sábado y los soldados sabían que nada funcionaba en Judea los sábados. Había que apurarse. Aunque se llevara a cabo la muerte de un hombre que hacía auténticos milagros públicos, al sábado nadie le tocaba.

Además, según el evangelio de Juan, aquel año la fiesta de la Pascua coincidía con el sábado, de modo que agrandaba aún más la solemnidad y la santidad del día siguiente.

Hacia la boda

Sale Jesús del pretorio y de la ciudad, cargando un palo horizontal sobre sus espaldas. Como se solía hacer entonces, el palo vertical de la cruz se encontraría de antemano clavado en el suelo en el sitio del suplicio, aunque los cuatro evangelios hablen de una “cruz” (en el original griego, stauros) llevada por el Señor en su vía crucis.

Los datos divergen respecto de lo que pasó a lo largo del corto camino que separa el pretorio de la cumbre del Calvario. Disponemos básicamente de cinco fuentes: los cuatro evangelistas y la tradición de la Iglesia. Mateo y Marcos están sustancialmente de acuerdo en que lo único que pasó fue que, a la salida del pretorio, los soldados forzaron a un cireneo llamado Simón a llevar la cruz de Jesús hasta un sitio de nombre “Gólgota”. Dan incluso la impresión de que Jesús no llevó en absoluto su cruz por el camino, por falta de condiciones físicas adecuadas o por el motivo que fuera.

En cambio, Lucas habla de un encuentro y un diálogo relativamente largo del Señor con las hijas de Jerusalén, en el que ellas lloran por él y, más que consolar, ellas son consoladas por Jesús. También según Lucas los dos ladrones que serían crucificados con Cristo le acompañan por este mismo recorrido. Juan, por su parte, con solo un versículo explicita que Jesús cargó su propia cruz a lo largo de todo el vía crucis, sin hacer ningún tipo de mención ni a Simón de Cirene ni a mujeres llorosas. Así de escueto es el relato evangélico sobre ese significativo episodio de la vida de Cristo.

La tradición añade algunos episodios más: una intensísima mirada entre Jesús y su madre, el gesto de Verónica, que limpia la cara del Señor con un velo, y tres caídas de Jesús mientras carga con la cruz.

Esta complementariedad entre lo que relata la Sagrada Escritura y lo que aporta la Sagrada Tradición hizo que el Papa san Juan Pablo II, en 1991, propusiera una versión alternativa del Vía Crucis tradicional, llamada “Vía Crucis bíblico” por tener sus catorce estaciones inspiradas directamente en pasajes de la Biblia. De ese modo se aclaran los aportes de ambas contribuciones.

La fiesta de nupcias

Curiosísimamente, ningún evangelista dice cómo Jesús fue crucificado. Las obras artísticas que conocemos discrepan no solo en la posición de los pies (si estaban lado a lado o bien sobrepuestos), sino también en lo que Jesús vestía en ese momento, en quiénes estaban a los pies de la cruz, o en qué exactamente sucedió mientras Él colgaba del madero.

Pareciera que se elude la narración de la sangrienta acción de la crucifixión quizás para ahorrar al lector cristiano el disgusto con la crudeza de los detalles.

En efecto, solo en Juan 20,25 se habla de los agujeros dejados por los clavos en las manos de Cristo ya resucitado, ante la obstinada incredulidad del apóstol Tomás. Únicamente el contexto sacramental de la Sagrada Eucaristía ofrecerá a los discípulos un modo más delicado y sobrenatural para lidiar con este trauma.

Sobre los pies de Cristo crucificado realmente no se dice nada en las fuentes. Con relación a su vestimenta, solo se habla de que fue despojado de sus vestidos, sin que en principio se le quedara ninguna prenda vestida; algo que la iconografía cristiana arreglará sin grandes compromisos.

En cuanto a sus compañías, además de los dos malhechores ya mencionados, Lucas, como hemos visto, habla de “una gran multitud del pueblo y de mujeres” (Lc 23,27) que le seguía, luego llamados “conocidos de Jesús” y “mujeres que le habían seguido desde Galilea” (Lc 23,49). También estaban los soldados romanos con su centurión y los jefes judíos.

En cambio, Mateo y Marcos nos hablan de varios soldados con el centurión, dos ladrones, unos pasantes que injuriaban al Señor, los príncipes de los sacerdotes, escribas y sobre todo muchas mujeres, entre las cuales figuraban María Magdalena, María (la madre de Santiago y de José) y Salomé (la madre de los hijos de Zebedeo).

Por último, Juan cuenta que había allí muchos judíos, príncipes de los sacerdotes, soldados y sobre todo destacaba María de Nazaret (la madre de Jesús), la hermana de María de Nazaret llamada María de Cleofás, María Magdalena y él mismo, Juan, el discípulo que Jesús amaba. De hecho, si el Cireneo se quedó en el Calvario para contemplar el espectáculo, no tenemos noticia; aparentemente trajo la cruz y luego se fue.

Como se nota, las concordancias son la mayor parte, y el recurso a diferentes testimonios ha permitido a los evangelistas recoger datos nuevos para cada versión de esos sucesos. En efecto, la inscripción puesta sobre la cruz tiene un contenido distinto de acuerdo con cada una de las cuatro voces evangélicas.

Según Mateo decía: “Este es Jesús, el Rey de los Judíos”. En cambio, Marcos reduce la frase: “El Rey de los Judíos”. Lucas señala algo similar: “Éste es el Rey de los Judíos”. Sin embargo, Juan reporta algo un poco más largo: “Jesús Nazareno, el Rey de los Judíos”, y apunta que se escribió en hebreo, latín y griego, las tres lenguas que se usaban en la Judea de entonces.

En el contexto de la preparación para la muerte del Mesías, el cuarto evangelista es el único que dedica atención especial a la ropa de Cristo. Por mucho que se haya dicho sobre la supuesta riqueza de la túnica inconsútil del Señor, las investigaciones históricas más serias indican que esa no era necesariamente una prenda cara solo por el hecho de no tener costuras. Ese tipo de confección era común en la Palestina de entonces.

El hagiógrafo lo pone de relieve para resaltar el exacto cumplimiento del Sal 22,19 (“se reparten mis ropas y echan a suertes mi túnica”), donde la túnica no es dividida, sino echada a suertes, y para simbolizar la indivisibilidad de la Iglesia, puesto que la túnica era la ropa usada directamente sobre la piel, en estrechísimo contacto con el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

Todo está preparado. El entorno era ese. Pero ¿por qué sucedió todo esto? Y sobre todo, ¿por qué estos eventos han sorprendido a tanta gente y continúan sorprendiéndonos hoy en día? Es casi increíble que un hombre que curaba, predicaba el amor a los enemigos y vivía de modo sobrio tuviera un final tan violento.

El conocido teólogo luterano Rudolf Bultmann es de la opinión que la ejecución de Cristo se dio por una mala interpretación de su obrar como agitación política; es decir, él atribuye la condena más a los romanos que a los judíos. Quizás Bultmann se haya fijado demasiado en el relato de la pasión, y demasiado poco en el resto del evangelio, en todos aquellos hechos que condujeron la situación de Jesús hasta ese extremo.

De todos modos, otra explicación posible, que huye de las dicotomías judío-romano, religioso-político, blasfemia-crimen, es la que ve la condena como voluntad positiva de Dios Padre para su Hijo tras la caída de Adán.

En este sentido, el Antiguo Testamento nos ofrece más claves interpretativas que el Nuevo. Con el teólogo Marius Reiser nos podemos preguntar: “De hecho nadie esperaba que el Mesías terminaría en una cruz. ¿O no será a lo mejor que hasta aquel momento sólo habían sido ignoradas las respectivas alusiones en la Sagrada Escritura?”.

El autorGustavo Milano

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