Cultura

Pío XII, un gran amigo del pueblo de Israel

La silenciosa labor de la diplomacia vaticana para salvar cientos de miles de judíos del holocausto concuerda con el rechazo del nazismo, desde un principio, por Pío XII

José M. García Pelegrín·3 de agosto de 2022·Tiempo de lectura: 9 minutos

Foto de Pío XII. ©Getty Images/F. Ramage

Ante la inminente desclasificación de los documentos que obran en el archivo vaticano en relación con la persecución judía por la Alemania nazi (el “holocausto”), es un buen momento para revisar las respuestas de Pío XII a esta ideología pagana: ¿es cierto el reproche que suele hacérsele, de que “calló” frente a los crímenes nazis, de que “podría haber hecho más”?

Cuando falleció Eugenio Pacelli —elegido Papa el 2 de marzo de 1939, el mismo día en que cumplía los 63 años, como sucesor de Pío XI— el 9 de octubre de 1958, se sucedieron las muestras de duelo y reconocimiento. Destacan entre estas las declaraciones de la entonces Primera Ministra israelí Golda Meier, quien lamentó la pérdida de “un gran amigo del pueblo de Israel”. Bien conocido es, además, el hecho de que cuando Israel Zolli —quien había sido el rabino superior de Roma entre 1939 y 1945— recibió el bautismo en la Iglesia Católica el 13 de febrero de 1945, eligió como nombre de pila el de Eugenio, en agradecimiento a los esfuerzos que Pío XII había hecho para salvar a los judíos de Roma.

Los datos

Durante la dominación alemana en Roma, entre el 10 de septiembre de 1943 y el 4 de junio de 1944, el Papa dio orden de abrir los conventos de clausura e incluso el propio Vaticano y la residencia estival del Papa en Castengandolfo para acoger a los judíos perseguidos por las SS y la Gestapo: en 155 conventos de Roma fueron escondidos 4.238 judíos romanos, a los que hay que sumar los otros 477 que fueron recibidos en el Vaticano y los aproximadamente 3.000 que encontraron refugio en Castengandolfo, donde la habitación del Papa cobijó a embarazadas judías: en la cama papal vinieron al mundo unos 40 niños. 

Esta labor de ayuda debida a la intervención directa del Papa no se ciñó exclusivamente a Roma; mediante la “silenciosa” diplomacia vaticana se pudieron salvar cientos de miles de vidas; en 2002 Ruth Lapide, esposa del famoso escritor judío Pinchas Lapide, confirmaba que este cifraba el número de los judíos salvados directamente por la diplomacia vaticana entre 1939 y 1945, en unas 800.000 personas.

Pío XII, Justo entre las naciones

La ayuda del Vaticano a los judíos perseguidos proporcionó al Papa Pío XII una reputación que se plasmó en el reconocimiento, por parte del comité de Yad Vashem, del título “justo entre las naciones” a sacerdotes romanos como el cardenal Pietro Palazzini (1912–2000), quien durante los meses de la ocupación alemana de Roma era vicerrector del seminario romano. Cuando Pietro Palazzini, en 1985, recibió ese honor en Yad Vashem, hizo referencia a la persona que había estado detrás de toda la ayuda vaticana: el Papa Pío XII.

También Alemania mostró gratitud a Pío XII, tras la caída del nazismo; esta se plasmó, por ejemplo, en el reconocimiento oficial de denominar calles con su nombre. Otro ejemplo del prestigio del que gozaba Pío XII en vida es la portada que le dedicó la revista Time en agosto de 1943, en el que se le reconocen sus esfuerzos en pro de la paz.

Una obra de teatro

Sin embargo, tan solo cinco años tras su muerte, la opinión pública internacional dio un giro de 180 grados en cuanto a la percepción de Pío XII. La leyenda negra sobre el Papa comienza con una obra de teatro: El Vicario de Rolf Hochhuth, estrenada en 1963. Por mucho que sorprenda, la visión sesgada de esa obra logró imponerse de un modo generalizado. Esa interpretación ha continuado durante decenios; en una de las expresiones más polémicas, John Cornwell llegó a denominarle “El Papa de Hitler”: así tituló su libro aparecido en 1999, Hitler’s Pope

En un artículo para el diario Die Welt, el periodista Sven Felix Kellerhoff decía al respecto: “Probablemente no exista ninguna otra figura histórica de rango mundial que, como Eugenio Pacelli —en tan poco tiempo después de su muerte—, haya pasado de ser un modelo ampliamente respetado a una persona condenada por la mayoría. Esto se debió principalmente a la obra de teatro El Vicario de Rolf Hochhuth”.

Hechos olvidados

En contraposición a la especie difundida por El Vicario, los hechos hablan otro lenguaje. Eugenio Pacelli, Nuncio Apostólico en Alemania entre 1917 y 1929, primero en Múnich y desde 1925 en Berlín, mostró un claro rechazo del nacionalsocialismo desde el mismo momento en que lo conoció, con ocasión del golpe de Estado perpetrado por Ludendorff y Hitler con su marcha a la Feldherrnhalle de Múnich, el viernes 9 de noviembre de 1923. En el informe que envió al Vaticano sobre estos disturbios, el Nuncio calificó el movimiento de Hitler de “fanáticamente anticatólico”; durante el proceso seguido contra Ludendorff, Eugenio Pacelli se refirió al nacionalismo como la “herejía más grave de nuestro tiempo”.

Años más tarde, cuando ya era Cardenal Secretario de Estado, Eugenio Pacelli representó oficialmente al Papa Pío XI en Lourdes, el 29 de abril de 1935, en un acto multitudinario para rezar por la paz; en su discurso, Pacelli condenó la “superstición de la sangre y la raza”, una clara alusión a la ideología nazi.

Una encíclica de «Pío XII» 

La muestra más clara de su rechazo al nazismo vino dada con la encíclica Mit brennender Sorge. Aunque fue promulgada —el 21 de marzo de 1937— por el Papa Pío XI, lleva la marca del entonces Secretario de Estado, Eugenio Pacelli. La encíclica venía a responder no solo a los múltiples ataques contra representantes de la Iglesia, sino muy concretamente a la no respuesta por parte del Gobierno alemán a las protestas contra la violación del Concordato, firmado el 20 de julio de 1933 entre la Santa Sede y el Gobierno de Alemania: a lo largo de los años, Pacelli entregó al Embajador alemán ante la Santa Sede más de 50 notas diplomáticas de protesta, sin que causaran efecto.

Eugenio Pacelli dejó su impronta incluso en el título de la encíclica, por otro lado la primera en la Historia que se promulgó en una lengua distinta del latín, prueba también esta de la importancia que desde la Santa Sede se le concedía: el borrador, elaborado por el Obispo de Múnich, Michael Faulhaber, comenzaba con las palabras “Mit grosser Sorge” (“Con gran preocupación”); Eugenio Pacelli tachó de su propia mano la palabra “grosser” para sustituirla por “brennender”; así quedó fijado el título de la Encíclica, con el que pasaría a la historia: “Mit brennender Sorge” (“Con preocupación ardiente” o, en la traducción oficial del Vaticano: “Con viva preocupación”).

La encíclica, que calificaba la ideología nazi como “panteísmo” y criticaba las tendencias de los dirigentes nacionalsocialistas a reanimar las antiguas religiones germánicas, expresaba con palabras inequívocas el rechazo de la ideología nacionalsocialista de “la raza y el pueblo” y la contraponía a la fe cristiana. La encíclica Mit brennender Sorge fue de hecho la única protesta de consideración que hubo en los doce años del nazismo. Llegó a las aproximadamente 11.500 parroquias que existían en el Reich, sin que anteriormente tuviera conocimiento de ello la Gestapo.

La reacción nazi

Los dirigentes nazis la calificaron de claro ataque a su ideología, y por ello respondieron a ella con duras represiones. Un ejemplo es una conversación que mantuvo Franz Xaver Eberle, obispo auxiliar de Augsburgo, con Hitler el 6 de diciembre de 1937 —sobre la cual informó por escrito a Roma el Cardenal Faulhaber, por indicación expresa del Cardenal Secretario de Estado Pacelli—. En dicha conversación, Hitler le dijo a Eberle que los alemanes solo tenían un Cardenal en el Vaticano que les entendía y “lamentablemente, este no es Pacelli, sino Pizzardo”.

Resulta asimismo interesante la opinión que de Pacelli tenía Joseph Goebbels, quien lo menciona en su diario en más de cien ocasiones. Por ejemplo, en 1937 escribe: “Pacelli, completamente contra nosotros. Liberalista y demócrata“. Con ocasión de la elección de Eugenio Pacelli como Papa, el 2 de marzo de 1939, el Ministro alemán de Propaganda anota: “Pacelli, elegido Papa. (…) Un Papa político y, posiblemente un Papa combativo que actuará astuta y diestramente. ¡Cuidado!”. Y el 27 de diciembre de 1939, Joseph Goebbels se refería al discurso navideño del Papa: “Lleno de ataques muy mordaces y escondidos contra nosotros, contra el Reich y el nacionalsocialismo”. Especialmente significativo es lo que apunta el 9 de enero de 1945: “Prawda vuelve a atacar fuertemente al Papa. Es curioso, prácticamente gracioso, que se califique al Papa de fascista y de estar confabulado con nosotros para salvar a Alemania de su difícil situación”.

Causas del descrédito

Sin embargo, con el paso del tiempo lamentablemente así fue: lo que a Goebbels, y él bien debía de saberlo, le parecía “curioso, prácticamente gracioso” —que Pío XII fuera considerado favorable al nazismo— se produjo poco después de su muerte. ¿Cómo es posible que, a la vista de esas actuaciones y condenas, de lo que los mismos nazis pensaban sobre Pío XII, siga estando tan extendida la imagen del “Papa que calla” o incluso del “Papa de Hitler”?

El jurista y teólogo Rodolfo Vargas, experto en Pío XII y presidente de la Asociación Solidatium Internationale Pastor Angelicus, responde a esta cuestión haciendo referencia a la “fuerza de la ficción”: “La ficción es muy poderosa, y posee un poder de fascinación que la literatura especializada y la investigación no tienen”.

El ya mencionado periodista Sven Felix Kellerhoff propone otra explicación, en un artículo publicado con ocasión del cincuentenario del estreno de El Vicario: la visión del Papa que se da en esa obra de teatro “no tiene nada que ver con la realidad; pero es más cómodo hacer responsable del genocidio al supuesto silencio de un Papa que a la colaboración de millones de alemanes ‘arios’, que —al menos— miraron para otro lado, a menudo se beneficiaron de él y no raramente participaron en él”.

Un cambio de opinión

No obstante, de un tiempo a esta parte está comenzando a cambiar esa percepción, al menos en publicaciones especializadas: coincidiendo con el 50º aniversario de la muerte de Pío XII, en 2008, aparecieron diversos trabajos que resaltan su actividad callada pero eficaz. Una labor que cobra un mayor realce aún si se tiene en cuenta el temor reinante en la Ciudad Eterna durante la dominación alemana. Que este temor era algo real, lo demuestra el hecho de que Mons. Ludwig Kaas, quien había sido Presidente del partido católico Zentrum y se había trasladado a comienzos de abril de 1933 a Roma, pensó en destruir todo el material que poseía de la época de la República de Weimar porque “había que contar con que las SS ocuparan el Vaticano”.

El historiador Michael Hesemann, refiriéndose a la pregunta de si Pío XII protestó “suficientemente” contra el genocidio judío, expone que los que acusan a Pío XII de no haber protestado más explícitamente contra el holocausto, no tienen en cuenta que sus actividades de ayuda fueron posibles precisamente porque el Papa no protestó abiertamente: “Si las SS hubieran ocupado el Vaticano, no se habría podido llevar a cabo ese amplio plan de salvación y se habría producido la muerte segura de al menos 7.000 judíos”.

Un precedente decisivo

Existía un precedente, que bien conocía el Papa: cuando, en agosto de 1942, las tropas alemanas de ocupación deportaron a los judíos de los Países Bajos, protestó el obispo católico de Utrecht. La consecuencia fue que los nazis enviaron a Auschwitz también a los católicos de origen judío; la víctima más famosa fue Edith Stein, que se había convertido del judaísmo al cristianismo e ingresó posteriormente en el Carmelo. Ya en 1942, cuando supo por primera vez de la Shoah, Pío XII comentó a su confidente Don Pirro Scavizzi: “Una protesta por mi parte no solo no habría servido de ayuda a nadie, sino que habría desatado las cóleras contra los judíos y hubiera multiplicado las atrocidades. Quizá hubiera despertado las alabanzas del mundo civilizado, pero a los pobres judíos solo les habría producido una persecución más atroz que la que sufrieron”.

También se está llevando a cabo últimamente una labor de divulgación para dar una visión más objetiva de Pío XII. Por ejemplo, en 2009 se celebró en Berlín y en Múnich una exposición sobre él; acababa en una sala que llevaba por título “Aquí puede usted oír el silencio del Papa”; efectivamente, se podía escuchar el radiomensaje de Pío XII en las Navidades de 1942 y en el que el Papa Pacelli hablaba de “los cientos de millares de personas que, sin culpa propia alguna, a veces sólo por razones de nacionalidad o de raza, se ven destinados a la muerte o a un progresivo aniquilamiento”. Que Pío XII se mantuviera en silencio respecto del holocausto, como venía afirmando el escritor Rolf Hochhuth desde 1963, intentando influir sobre el debate público en Alemania, es algo que acaba de ser refutado definitivamente con hechos. 

Nuevas perspectivas sobre Pío XII

Por otro lado, también en el mundo de la ficción se ha producido en los últimos años un cambio de tendencia; además de alguna otra película, destaca el hecho de que en Alemania, la Primera Cadena (ARD) de la televisión pública realizara entre 2009 y 2010 una miniserie que reivindica el papel de Eugenio Pacelli, como Nuncio, como Cardenal Secretario de Estado y también como Papa Pío XII: Gottes mächtige Dienerin (La poderosa sierva de Dios), es una adaptación de una novela publicada en 2007 y narra desde el punto de vista de sor Pascalina Lehnert, si bien se centra en el debate de Pío XII con su propia conciencia. En la entrevista exclusiva que me concedió entonces su director, Marcus O. Rosenmüller, durante el rodaje, este incide en que «el Papa se encontraba en una situación histórica tremendamente difícil y tuvo que sopesar los diferentes argumentos para obrar correctamente. Nuestro film intenta traducir sus reflexiones en imágenes; por ejemplo, tras la razia de Utrecht, en julio de 1942, por las protestas del obispo contra las deportaciones de judíos, Pío XII echa, página a página, al fogón en la cocina un documento que ya tenía escrito”. 

En relación con las versiones sesgadas que desde hace ya tiempo se vienen dando de Pío XII, Marcus O. Rosenmüller comentaba: “La acusación de antisemitismo hecha a Pacelli me parece absolutamente absurda; esto es mera provocación. Nosotros presentamos a un Papa que se opuso intelectualmente al nacionalsocialismo, y al que debido a ciertos hechos —como las deportaciones en los Países Bajos— no le fue fácil saber cuál era la decisión correcta. Como además era diplomático hasta los tuétanos, es posible que esa diplomacia le dificultara algo la acción. Pero también nos esforzamos por tener en cuenta el tiempo en el que vivió. Exigir del Vaticano y en particular de Eugenio Pacelli que tendrían que haber visto todo desde el principio con claridad diáfana, es un anacronismo. El fenómeno “Hitler” es también el fenómeno de su subestimación: durante mucho tiempo, los políticos ingleses y franceses subestimaron la dimensión del nazismo. Cuando Hochhuth afirma que todo el mundo estaba en contra de Hitler y solo Pío XII hizo oídos sordos a los que buscaban ayuda, está diciendo algo sencillamente falso”.

Quizá estas obras ficcionales puedan revertir con el tiempo la distorsionada imagen que, hace ya casi 60 años, proporcionó otra obra de ficción de un Papa que no solo no calló ante el genocidio, sino que hizo esfuerzos por salvar a cuantos más, mejor; y que lo consiguió precisamente por hacerlo de un modo silencioso.

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