España

La incertidumbre del futuro

El reciente congreso Iglesia y sociedad democrática ha puesto el foco en algunas de las realidades que marcan la española actual, especialmente en la dificultad de lograr estabilidad economica, social y familiar de los jóvenes.

Maria José Atienza·7 de noviembre de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos
futuro

Un espacio de reflexión es siempre una necesidad en un mundo que cambia, quizás con excesiva rapidez. Sin embargo, las jornadas celebradas en Madrid constataron la dificultad de un diálogo honesto en cuestiones fundamentales como las que se trataron 

En la actualidad asistimos a una suerte de competición impositiva, en la que ideologías de uno y otro signo pugnan por el espacio de poder y en la que, al mismo tiempo, son evidentes las consecuencias de una pérdida del sentido del bien común en todas las esferas de la vida humana. 

No cabe duda de que las bases de todo sistema social: la familia y la educación, viven, en nuestra sociedad, horas complicadas. 

Por una parte, la falta de apoyo institucional a la familia era denunciado sin tapujos por la periodista Ana Iris Simón, que ponía el dedo en la llaga cuando afirmaba que hay una parte de la sociedad que habla de la familia pero que no trabaja para que puedan existir familias. No hay nada para que “los jóvenes podamos construir una biografía que nos permita tener familia”

La educación, por su parte, ha pasado de ser un elemento clave del desarrollo social a una mera “herramienta golosa” para los políticos, manifestada en cambios continuos de legislación que llevan, por un lado, a una indiferencia práctica del profesorado ante estas legislaciones y, por otra, a la creación de una ficticia guerra entre opciones educativas, pública, privada, y concertada que termina en la rebaja de derechos y libertades para las familias. 

De la falta de solidez de esta base social, podríamos ir entresacando esos problemas que se fueron poniendo de manifiesto a lo largo de las mesas redondas que compusieron en reciente encuentro de la Fundación Pablo VI.

La falta de empleo y de adecuación formativa al mercado laboral, la polarización política que se encierra en resolver la vida de los partidos y no de los ciudadanos; o la consideración de la democracia como una especie de religión suprema que vemos, con demasiada frecuencia, sometida a los vaivenes de las leyes de la propaganda y no de la búsqueda del bien común, fueron algunas de las realidades que, de una manera u otra, iban remitiendo, a lo largo de esas reflexiones, a la ausencia de un espacio común de principios innegociables como la dignidad del ser humano o los derechos fundamentales que cimentan cualquier sociedad. 

Como resultado el futuro se presenta, como poco, incierto. Quizás por ello, la mesa dedicada a las expectativas de la juventud en la actualidad fue una de las más críticas y certeras en el análisis de esa generación “ansiosa de principios y valores” que concede un gran valor a las seguridades que no han podido tener: un hogar, una estabilidad familiar, un trabajo… 

La generación que viene es la generación que “viene de vuelta” del mito de la vida sin ataduras y, como apuntaba Diego Garrocho, la postmodernidad ha pasado de ser relativista a ser fundamentalista. 

Una polarización de las posturas que poco puede aportar en el espacio público y que tiene el peligro de alejar a sus defensores del enriquecimiento y la necesidad del diálogo, asentado sobre los principios básicos de la dignidad humana. 

Por ello, y aunque pasara más desapercibida que otras cuestiones, la denuncia del presidente de la Conferencia Episcopal Española de la silenciación de la propuesta católica por las “ideologías pujantes del momento”, especialmente “en cuatro puntos: la visión católica del ser humano, la moral sexual, la identidad y la misión de la mujer en la sociedad y la defensa de la familia formada por el matrimonio entre un hombre y una mujer” conduce, en efecto, a un grave error y una grave pérdida en la pluralidad y apertura del diálogo social y de la construcción del futuro común. 

En ese futuro inescrutable, en el que los escenarios posibles e imposibles parecen darse la mano, la voz de los católicos tiene el reto, en palabras de Jesús Avezuela, Director General de la Fundación Pablo VI, de “brindar respuestas y ofrecer soluciones, generando un clima propicio que nos ayude a construir un programa actual, siendo respetuoso con las opciones de cada uno”.

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