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Amor contraceptivo, amor infeliz

La mentalidad contraceptiva es fruto de una concepción parcial, incompleta del amor y de la entrega. Junto a ello, viste de medicina un acto que, en sí mismo, no constituye una curación a ninguna patología.

Eduardo Arquer Zuazúa·26 de marzo de 2024·Tiempo de lectura: 5 minutos

Uno de enero de 2023, mi primer día de jubilado. Me parecía mentira tras más de 40 años de trabajo ininterrumpido como médico de Atención Primaria de salud. Muchísimas alegrías, satisfacciones, reconsideraciones, estudios, rectificaciones; todo por el bien del paciente.

Sólo un sinsabor que tristemente me acompañó durante todo ese tiempo: la demanda de anticonceptivos por parte de muchas usuarias del Sistema Nacional de Salud y la obligada, como no puede ser de otra manera, -y desagradable- negativa que debe manifestar un médico, sea o no católico.

En efecto, es desagradable porque a pesar del deseo de ayudar en todo que tenemos los galenos por vocación, sabemos que tras el rechazo a prescribir estos productos se sigue un momento de incómoda tensión entre el médico y la usuaria, cuyo semblante se vuelve hosco, áspero, duro, que advierte de una muy posible ruptura de relaciones.

Aunque siempre he procurado, cuando se daba el caso, que mis razonamientos en contra de tal proposición incluyeran una absoluta apertura hacia la paciente para cualquier otro problema de salud que pudiera necesitar de mí, por lo general eran poco o nada tenidos en cuenta:

-“¿Entonces quién me puede recetar?” 

Esta ha sido la contestación más habitual.

-“Pues yo tengo derecho”. 

-“Pues usted tiene obligación legal de prescribírmelo”.

-“Pues lo voy a denunciar”.

En todos los casos me mantuve firme exponiendo entonces el que creo que es el argumento inequívoco, para nosotros los médicos, a formular ante la demanda de contracepción: “Mi compromiso, mi deber, es con el enfermo y en este momento usted no me está planteando una enfermedad”.

Medicina y contraconcepción

Siendo la nuestra una profesión hermosa y apasionante, no comprendo cómo hemos permitido que nos utilicen para un asunto como éste que pertenece más a la Sociología que a la Medicina.

Sí, claro está, nosotros debemos alertar de los posibles efectos secundarios y de los factores de riesgo concomitantes, pero deontológicamente es un tema que no nos concierne, y sin embargo he podido experimentar cómo nos han venido utilizando: nos la han colado, hablando vulgarmente.

Si bien, nunca hemos estado unidos en este aspecto porque hay muchos colegas que defienden la contracepción y están dispuestos a facilitarla.

Abortos provocados y contraceptivos

Las más altas autoridades sanitarias no dejan de asociar la contracepción y el aborto a la praxis médica.

Pongamos un ejemplo: si uno busca el vocablo “aborto” en la web de la Organización Mundial de la Salud se encuentra con esta primera afirmación general: “El aborto es un procedimiento médico habitual”. Nada puede ser más hipócrita; y unas líneas más adelante dice: “Cada año se provocan cerca de 73 millones de abortos en todo el mundo”. Nada más cierto.

Igualmente en una publicación de la OMS del 5 de septiembre de 2023, refiriéndose a los contraceptivos, se asegura que “de los 1.900 millones de mujeres en edad reproductiva (15-49 años) que había en todo el mundo en 2021, 1100 millones necesitaban planificación familiar; de estas, 874 millones utilizaban métodos anticonceptivos modernos”. 

La OMS entiende como modernos los que se basan en la administración de productos hormonales o anti-hormonales, ya sea por vía oral, inyectable, ginecológica, transcutánea o subdérmica; los dispositivos intra-uterinos (DIUS), la píldora del día después, los condones (masculinos o femeninos), la esterilización masculina o femenina y algunos métodos naturales de eficacia constatada.

Entre esta diversidad, bastantes de ellos tienen un fuerte potencial anti-implantatorio, es decir: abortivo. Aunque es para reflexionar, no es el propósito de este artículo entrar en detalles concretos a este respecto.

Un amor no integral

“Nos queremos, pero ahora no nos conviene tener hijos. No vamos a renunciar por eso a tener relaciones”. Así podría resumirse el argumento más común de la mayoría de las parejas de nuestro entorno.

Hagamos un breve análisis de ese “nos queremos”: ¿Quieres a la totalidad de la persona de tu pareja? Evidentemente no.

Hay un aspecto de su persona que estás detestando durante largo tiempo y a veces definitivamente: se trata de su fecundidad, de su capacidad de ser agente de procreación querida por Dios, lo cual constituye una vertiente esencial de su humanidad. Y esto vale para los dos. Pero se evita profundizar porque no se quiere renunciar al placer y a la emoción que el acto conlleva.

En el amor contraceptivo sólo hay una donación parcial, interesada, cómplice, que oscurece completamente el sentido de una acción singular de gran trascendencia. Por tanto, no se le puede llamar acto de amor porque no tiene la entrega total, la donación completa ni tampoco la aceptación de la totalidad del otro. Es, por ende, un acto impositivo, egoísta, de desamor, porque inflama lo sensible, pero vaciándolo de su inherente contenido procreativo.

No se me olvida lo que respondía mi suegro, que en paz descanse, que tenía 10 hijos y muy buen humor cuando alguien le hacía esta observación: 

-“Es que a ti te gustan muchos los niños” .

-“No, -contestaba-. A mí la que me gusta es mi mujer.”

¡Cuántos llantos, cuántas depresiones, cuántas desilusiones hemos visto los médicos de Atención Primaria en la consulta causados por este desamor entre parejas! 

 “Doctor, se lo di todo”, me decía una chica que no cesaba de sollozar porque después de varios años su novio,con quien mantenía relaciones, la había dejado. De aquí extraje un consejo que he repetido muchas veces a las jóvenes: No entregues lo que no le corresponde a quien no le corresponde.

Cambio de mentalidad

La contracepción ha propiciado importantes cambios de conducta sociales, comenzando por el movimiento “Hippie” de los años 60 del siglo pasado hasta desencadenar una brutal caída de la natalidad en todo el orbe y también un alarmante aumento de los divorcios, con lo que esto conlleva de sufrimiento para padres, pero sobre todo para los hijos. 

Puede que no sean tan sensibles cuando son pequeños, pero para un hijo mayorcito o adolescente, el divorcio de sus padres es una cruel traición hacia él. Su salud mental se deteriora muy gravemente y ningún argumento les sirve de consuelo; lo he podido constatar muchas veces en la consulta.

Pero también la contracepción, junto con el consumo de alcohol y drogas, está en el meollo de la actual movida juvenil, y éste es otro de los grandes escándalos de nuestro tiempo.

Pienso que una chica de 10 -11 años que comienza a tener una pandilla pre-movida, si no ha recibido una acendrada formación en lo referente a la moral sobre el verdadero sentido del amor humano, está perdida. Y me temo que son la mayoría.

-“No me traigas hechos consumados -o sea, un embarazo-. Protégete”-. Esto le decía un padre a su hija adolescente. Yo lo interpreto como: “déjate abusar, pero…”.

Moral sexual

Porque, ¿quién educa hoy a los jóvenes y a los adultos incidiendo valientemente en la moral sexual querida por Dios?, ¿los padres?, ¿la parroquia?, ¿el colegio?, ¿o nadie?

Yo respondería –con mucho pesar- que nadie o casi nadie y, claro, las chicas y los chicos llegan a la madurez faltos de toda doctrina moral y expuestos a las consecuencias de este juego sensiblero que, frustrando tantas expectativas, acaba en la desconfianza entre el hombre y la mujer, en el desencanto de la vida y en la infelicidad porque no saben “trabajar” el amor.

La gracia de Dios no ha disminuido, la admirable doctrina que propone la Iglesia católica sobre la moral sexual y matrimonial debe proclamarse más y más para dar alegría a los corazones desilusionados.

Seamos esos “heraldos del evangelio” valientes que proponía san Juan Pablo II.

Por mi parte voy a intentar arreglar el mundo y ya me he inscrito en mi parroquia como catequista jubilado. Intentaré afrontar esta nueva etapa con sabiduría pero sin dejarme llevar por el pesimismo, muy al contrario, pondré toda mi ilusión. Tendré que aprender algo de pedagogía. La gracia y la eficacia las pone Dios. Espero no defraudarle.

El autorEduardo Arquer Zuazúa

Médico

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