Bendiciones litúrgicas y plegarias de bendición

La moral no solo ayuda a discernir lo que está bien de lo que está mal, sino que ha de facilitar el camino, a veces tortuoso, para salir del error y poder cumplir con renovado entusiasmo la voluntad de Dios.

20 de diciembre de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos

Foto: ©unsplash

En plena sintonía con la caridad pastoral que encarna el pontificado de Francisco, el Dicasterio de la Doctrina de la Fe acaba de publicar una declaración titulada Fiducia Supplicans, aprobada por el mismo Papa, que da luz verde a los pastores para que puedan bendecir a aquellas parejas que viven en situación irregular (parejas civiles no casadas canónicamente, de hecho, de personas del mismo sexo, divorciados vueltos a casar, etc.). 

El documento confirma sin fisuras la doctrina tradicional del matrimonio canónico y deja muy clara en todo momento la doctrina moral de la Iglesia católica que considera contrarias a la ley divina las relaciones sexuales mantenidas al margen de la intimidad matrimonial. 

Lo que sí hace, en cambio, la Declaración es ampliar el concepto litúrgico-teológico de bendición.  Para ello, diferencia la bendición litúrgica, que actualiza, a su nivel, el Misterio pascual de Cristo, de aquella no litúrgica, que podría denominarse “plegaria de bendición”, que se inscribe en el marco de oración cristiana, en cuanto expresión de la acogida y acompañamiento de la Iglesia en favor de todos los hombres, la cual implora la gracia del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende del Padre.

Con esta expansión del sentido de las bendiciones (por lo demás presente en el Catecismo, 2626), la Declaración se fija en la Iglesia como Madre misericordiosa, que acoge incondicionalmente a aquellos hijos que, con corazón humilde, se acercan a ella para ser auxiliados espiritualmente.

De la misma manera que una madre abraza siempre a un hijo con independencia de su comportamiento, situación o circunstancia, la Iglesia Madre también acoge, ama y ora, a imitación de la Virgen María, por toda persona que se acerca al “hospital de campaña” en busca de protección. 

Es misión de la Iglesia facilitar que la acción del Espíritu Santo se infunda en las almas dando una respuesta prudente, positiva y práctica a los hijos que se hallan en situaciones irregulares. Un hijo puede autoexcluirse, rechazando el amor de Dios y de su Iglesia, pero la Iglesia nunca abandona a un hijo suyo, pues Dios nunca lo hace.

De ahí que el papa Francisco otorgue carta de naturaleza, también desde el punto de vista moral, a los procesos de acompañamiento.

Aquí radica, en mi opinión, la gran aportación del pontificado de Francisco a la teología moral. La moral no solo ayuda a discernir lo que está bien de lo que está mal, sino que ha de facilitar el camino, a veces tortuoso, para salir del error y poder cumplir con renovado entusiasmo la voluntad de Dios.

Muy en línea con el magisterio del papa Francisco, la Declaración trata de huir de la casuística cargante e inoportuna, que surge de elevar a rango de norma universal lo que en realidad son situaciones particulares (por más que se hayan generalizado), y que como tales exigen un discernimiento práctico a medida. Y es que una cosa es que haya actos objetivamente pecaminosos (por ejemplo: relaciones sexuales fuera del matrimonio) y otra muy distinta es que haya situaciones objetivamente pecaminosas.

Ciertamente, hay situaciones que facilitan el pecado y el rechazo a Dios (ej. la convivencia no marital), pero eso no significa que cualquier persona que se encuentre en esa situación esté necesariamente en pecado (ej. aquellos que deciden vivir como hermanos). Por eso, estas situaciones requieren de un discernimiento especial y de un acompañamiento cualificado.

Una aproximación fundamentalista a la teología moral, que reclame una adhesión rígida e irreflexiva a las normas y reglas establecidas, impide prestar la debida atención pastoral a las personas que se hallan en esas situaciones, abandonándolas en un callejón sin salida.

Confusión y caridad

Es cierto que hay que evitar la confusión doctrinal, como esta declaración deja bien claro, pero también lo es que la posible confusión de unos pocos no puede llevar a obstaculizar los actos de caridad de la Iglesia Madre con sus hijos más necesitados.

La Declaración no deja dudas en este punto: “precisamente para evitar cualquier forma de confusión o de escándalo, cuando la oración de bendición la solicite una pareja en situación irregular, aunque se confiera al margen de los ritos previstos por los libros litúrgicos, esta bendición nunca se realizará al mismo tiempo que los ritos civiles de unión, ni tampoco en conexión con ellos. Ni siquiera con las vestimentas, gestos o palabras propias de un matrimonio. Esto mismo se aplica cuando la bendición es solicitada por una pareja del mismo sexo”. 

La Iglesia, insiste la Declaración, es el “sacramento del amor infinito de Dios”. Es una Iglesia santa y madre, abarrotada de pecadores, de personas que avanzan a base de “pequeños pasos”. En cada nueva pisada, resplandece la belleza del amor salvífico de Dios y la ternura de la Iglesia, que se siente madre, muy madre. Ahí radica su fuerte atractivo evangelizador y el esplendor de su mensaje.

El autorRafael Domingo Oslé

Catedrático y titular de la Cátedra Álvaro d'Ors
ICS. Universidad de Navarra.

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