Era una fría tarde de diciembre, la nieve cubría el patio y los quietos columpios invitaban a jugar. Faltaban cinco minutos para que sonara la campana, las vacaciones de Navidad estaban a minutos de comenzar. Todos los alumnos del cuarto curso de primaria miraban el viejo y ruidoso reloj colocado encima de la pizarra. De pronto, el profesor interrumpió sus miradas y dijo con fuerte voz:
– La tarea para estas navidades es que realicen un escrito sobre lo que sueñan con ser de mayores. El escrito que más guste –haremos una votación entre varios profesores– ganará dos entradas para ir a la pista de patinaje sobre hielo.
Dicho esto, el reloj pasó a un segundo plano; ahora las mentes de los alumnos estaban en la pista de patinaje. La campana sonó y Tomás salió a toda prisa hacia el coche donde lo esperaba su madre. Se subió al coche junto a sus cuatro hermanos y dijo a su madre con gran ansiedad:
– ¡Hola, mamá! ¿A que no sabes el premio que dará el profesor Luis a quien gane la mejor narración sobre lo que soñamos con ser de mayores?
Su madre y sus hermanos lo miraron con intriga, y respondieron:
– ¿Cuál es el premio?
– ¡Pues quien gane esa redacción recibirá dos entradas para ir a la pista de patinaje!
– ¡Impresionante!, dijo su madre con tono de sorpresa. – ¿Y ya sabes sobre qué escribirás? El año pasado soñabas con ser arqueólogo, como Indiana Jones.
Sus hermanos mayores, Lucía y Paco, se empezaron a reír. Sonrojado, Tomás contestó:
– Pues ya no, mamá, el año pasado era un niño, ahora ya soy mayor, me gustan otras cosas. Por ejemplo, quisiera ser ingeniero, como papá; o médico, para conducir una ambulancia; o profesor para no dar tareas a los niños; o quizá ser abogado y tener un despacho con una gran silla como la del tío Manuel.
María, su hermana de cinco años, lo interrumpió con voz de vieja emperatriz:
– Podrías ser bombero, a ti te gusta mucho el fuego…¿verdad, mamá?
Marta, la madre, se comenzó a reír.
– No sé… como he dicho, son muchas las profesiones que me atraen. Lo que estoy seguro es que quiero hacer algo importante, prosiguió Tomás.
Unos segundos antes de llegar a casa Tomás le preguntó a Marta:
– Mamá, ¿cuál era tu sueño de pequeña? ¿Lo has alcanzado?
Marta se quedó sin habla ante la pregunta y, tras unos segundos que al niño le parecieron una eternidad, contestó:
– Bueno, déjame pensar. Uy, ya llegamos, vamos a entrar que hace mucho frío y a tomar una rica merienda, ¡he preparado churros rellenos con dulce de leche!
– ¡Bien! –gritaron todos, festejando la deliciosa merienda.
Marta quedó algo angustiada ante la pregunta. Antes de sentarse todos a merendar, se escuchó el sonido de la puerta y ella añadió:
– ¡Ya llegó papá!
Luego de merendar todos juntos, Marta dijo a Juan, su esposo:
– Cariño, iré un momento a la casa de mi padre para llevarle unas medicinas, está algo resfriado. Regreso cerca de las 20h.
Juan la había notado algo extraña durante la merienda, pero pensó preguntarle qué le ocurría después de cenar, cuando ya estuvieran más tranquilos para conversar.
Ni bien entró Marta por la puerta, su padre la notó algo rara.
– Hola, papá, ya estoy aquí, traje tus medicinas. ¿Qué tal llevas ese resfriado?
– Hija mía, ya estoy mejor, pero más bien yo te pregunto a ti: ¿qué tal estás? Te veo angustiada.
– Nada, papá, ¿por qué lo dices?
– Tienes una cara… Vamos, te conozco, ¿qué ocurre?
– Ay, papá, te das cuenta de todo, cómo me conoces, a ti no te puedo engañar.
– Sentémonos un momento –dijo su padre.
Marta, tomando aire profundamente, dijo:
– Pues a ver, resulta que fui a buscar a los chicos al colegio y Tomás nos comentó la tarea que le dieron para navidades: escribir lo que sueñan ser de mayores.
– Bien, pero, no es eso lo que te preocupa, ¿verdad?
– No, papá. Lo que ocurre es que Tomi nos comentó cuáles son sus sueños: convertirse en un gran ingeniero, o un médico, o un profesor o un prestigioso abogado. Después me preguntó qué soñaba yo de pequeña y si lo había alcanzado. Esto es lo que me dolió y angustió. Sabes que siempre soñé con ir a la universidad, pero la vida se complicó y no pude conseguirlo. No alcancé mi sueño y ahora soy una simple ama de casa sin ninguna profesión.
Antes de que Marta siguiera hablando, su padre la tomó de la mano y le dijo:
– Marta, hija mía, ¿cómo que no alcanzaste tu sueño? ¿No es tu familia, tu hogar, tu sueño alcanzado? Y, ¿cómo que eres una simple ama de casa sin profesión? Tú reúnes todas las profesiones con las que sueña Tomasito. Eres ingeniero, pues has construido una gran catedral, tu hermosa familia; eres médico, la semana pasada curaste a Juan de esa fuerte gripe gracias a tus cuidados y ahora me estás curando a mí; eres también profesora, ¿no vienen a tu casa los amigos de tus hijos a realizar su tareas porque tú les explicas muy bien?; y eres abogada, pues les defiendes de las injusticias de la vida. Y lo más importante, tú haces que Dios esté en tu casa, en tu cocina, en tu mesa, en la vida de los tuyos.
Y antes de ver explotar en lágrimas a Marta, añadió:
-Y ahora vamos por una taza de té caliente.
Se hicieron las 20h y Marta se sobresaltó:
- ¡Uy, qué tarde es! Papá, ya me tengo que ir, debo ir a preparar la cena. Gracias como siempre, ¡qué bueno es tenerte! Papaíto, ¿qué haría yo sin tus sabios consejos?
Marta se despidió de su padre con un fuerte abrazo y una gran sonrisa. Así caminó hacia su casa, abrigada con el calor de su recuperada alegría, que aniquilaba el frío polar que hacía, y de este modo, su redescubrimiento le hizo llegar en un momento.
Al abrir la puerta de su casa, se encontró con una entrañable escena: Juan, su esposo, leyendo un cuento al pequeño Pedro; María, jugando con el buey y el burro del Belén; Tomás, escribiendo su tarea para ganar las entradas a patinar, y un olor a salsa de tomate le llevó hacia la cocina, donde encontró a Paco y a Lucía preparando unas pizzas. En ese instante, y tras haber observado con detenimiento todo lo visto desde que entró por la puerta, Marta se emocionó, sus ojos se parecían a un cristal bajo la lluvia, pues recordó las palabras que su padre le había dicho minutos atrás.
– ¿Mamá qué ocurre?, le preguntó Lucía.
Sonriendo, Marta le dijo:
-Todo está bien, no me ocurre nada, hija, voy a preparar la mesa que ya me han ahorrado bastante trabajo haciendo la cena.
Al sentarse los siete en la mesa, Lucía tomó la palabra y mirando risueñamente a Marta, dijo con tono adolescente:
– Papá, a mamá le ocurre algo y no nos lo quiere decir. Está muy extraña desde que llegó de la casa del abuelo.
Juan miró a Marta y le dijo:
-¿Qué sucede, cariño?
Marta, sonriendo, dijo con amable voz:
– A ver, no os preocupéis, todo está bien. La verdad es que estoy muy contenta porque ya he recibido mi regalo de Navidad.
En ese instante, el pequeño Pedrito salió disparado hacia la sala de estar para ver si en la chimenea había llegado algún regalo para él también.
– Mamá, ¿qué regalo has recibido?, preguntó con intriga Tomás.
– Todavía no es seis de enero, continuó María con cara de sorpresa.
Mientras Paco se comía toda la pizza, Pedrito volvió a entrar en el comedor gritando con tono desilusionado:
– ¡Mami, mami, no hay ningún regalo para mi en la chimenea!
Marta, con una risa disimulada, tomó de la mano a Pedrito y mirando a todos dijo:
– A ver, el regalo de Navidad que he recibido sois vosotros, mi familia, mi sueño alcanzado.
En esto, Pedrito, sin entender lo que ocurría en esa mesa, preguntó una vez más:
-Mami, papi ¿dónde está mi regalo?, y todos comenzaron a reír a carcajadas.
Bachiller en Teología por la Universidad de Navarra. Licenciado en Teología Espiritual por la Universidad de la Santa Cruz, Roma.