Las preguntas dirigidas a la premio Ratzinger de Teología abordaron diversos aspectos de los tratados en la ponencia central de este Foro.
-Ha dicho Usted que algunos autores, en la línea de Schillebeeckx, plantean la necesidad de “re-contextualizar” la fe en la cultura de la postmodernidad; las posiciones culturales de este tiempo terminarían de perfilar lo que debe creerse.
Pienso en una situación reciente: el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe diciendo que no debe darse la bendición a las uniones entre homosexuales.
Algunas personas lo han rechazado diciendo, por ejemplo, que ese documento recoge el Magisterio oficial, pero que la doctrina debería desarrollarse «sobre la base de las verdades fundamentales de la fe y la moral, la reflexión teológica progresiva y, asimismo, en la apertura a los resultados más recientes de las ciencias humanas y a las situaciones de la vida de los hombres de hoy”.
Quiero preguntarle qué opina. Le diré que lo que acabo de citar es una frase del presidente del episcopado alemán, en su reacción al documento sobre ese tema.
Después del II Concilio Vaticano, Karl Rahner dijo que el trabajo teológico de la Iglesia estaba en posición de ver a muchas filosofías diferentes como parte de la Teología, que habían llegado a ser interlocutoras suyas. Yo no creo que haya pensado que era algo malo, pero es una buena explicación para ver qué pasó después del II Concilio Vaticano.
Yo creo que en muchos casos lo que ocurrió es que, en vez de ver en la Filosofía de Platón y de Aristóteles como socio primario de la Teología católica, en Holanda y en Bélgica, y también en partes de Alemania, la teoría social llegó a ser un socio de la Teología, y la teoría social dominante en ese momento era la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt de los teóricos sociales. Así, tuvimos todo un movimiento de teólogos católicos muy influidos por la Escuela de Frankfurt de filosofía y otras teorías sociales, y un intento de relacionar la Teología con ese mundo de la teoría social contemporánea. Un resultado de ello ha sido que si algunos teólogos deciden que la teoría social no encaja con las enseñanzas magisteriales, entonces sería un error de esas enseñanzas, no de las teorías sociales. Yo creo por eso fue tan importante para esa época lo que escribió el profesor John Milbank en “Beyond secular reason”. Él argumenta que la teoría social no es algo neutral teológicamente, siempre hay presupuestos teológicos “incrustados”, digamos, en esa teoría social. Así que hay que tener mucho cuidado, si es un teólogo católico, cuando se entra en el tema de las teorías sociales.
Por supuesto, queremos hacer hincapié en estas teorías y prestarles atención. No queremos ser como el avestruz, con la cabeza debajo de la arena, y no hacer caso a los libros que leen las personas; pero al estudiar las teorías sociales no deberíamos dejar aparte toda la tradición de la fe, o ponerlo todo entre paréntesis y pensar que todo se está cuestionando si una persona está en desacuerdo con las teorías sociales. “La moda intelectual de la década muy pocas veces es la verdad del siglo”, se dice; y si la élite católica intelectual simplemente asume unas creencias de moda, el resultado final sería que los católicos se convertirían en hijos de su época, y nada más. Perderían la conexión con la verdad, y eso sería una tragedia terrible. La fe católica no está medida por personas secularizadas. Sería una tragedia terrible para las generaciones jóvenes, las nuevas generaciones. Debemos tener el coraje de explicar la fe. Tenemos que explicarla de una forma inteligente, pero sin sentirnos intimidados por el Zeitgeist.
Hace pocos días ha fallecido el teólogo suizo Hans Küng. Él defendía un proyecto que llamaba “Welt-ethos”, Ética Mundial o global, y había constituido una fundación para promoverlo. ¿Sería un ejemplo de un intento de “destilación de los valores”, en el sentido que ha explicado; es decir, una pretensión de unir fe y cultura que ha fracasado de raíz?
En realidad, yo estoy de acuerdo con el análisis del profesor Robert Spaemann, un gran filósofo, que escribió sobre el “Welt-ethos como proyecto” en la revista alemana Merkur. En ese artículo declaró… si puedo recordar la cita… que la Iglesia católica no es un kiosko más en el parque de atracciones (no es una “feria de las vanidades”) de la modernidad. No. En una feria o parque de atracciones, las distintas personas venden distintas cosas. La tradición católica no puede ser tratada como otro producto intelectual más en el mercado.
Uno de los problemas fundamentales que tienen con la fe católica las filosofías posmodernas es se proclaman la verdad. Las filosofías posmodernas se presentan como una narrativa “master”, capaz de explicar todas las preguntas más importantes que podamos formular. Precisamente por esta pretensión de tener la verdad, hay tanta hostilidad hacia la Iglesia en estos filósofos posmodernos. Es verdad, desde luego, que sí hay valores e ideas que comparten distintas tradiciones religiosas. Por ejemplo, la tradición de Confucio piensa en el respeto a nuestros padres, en el respeto hacia uno mismo y su familia, y sus tradiciones. Podemos ver la relación que hay con los diez mandamientos, que mandan honrar a nuestra madre y nuestro padre.
Vemos estas ideas en común entre las distintas religiones, y no pasa nada por investigar esas correlaciones entre sí y por explicar el acuerdo básico en muchos puntos. Pero si se empieza a pensar que eso es todo lo que es necesario hacer, tenemos un problema. Porque Cristo dio a sus discípulos la tarea de cambiar y convertir a todas las personas del mundo.
Por eso, un trabajo académico que solo viera los valores de los distintos grupos religiosos y cuáles tienen una relación entre sí no sería nada malo, pero no es lo que Jesucristo nos pidió. Nos pidió que evangelicemos el mundo; en palabras del II Concilio Vaticano, estamos hablando del segundo sacramento de la salvación, y no podemos rechazar esa declaración. Muchas personas que se pasan a esta filosofía del ethos no están interesadas en este enfoque grande, en el enfoque principal.
En la relación entre fe y cultura juegan un papel importante, o pueden jugarlo, los medios de comunicación. Así lo vio Carl Muth, que para ese fin fundó la revista “Hochland”; precisamente en este punto ha comenzado su interesante ponencia. ¿Cómo ve hoy ese papel en los medios católicos, tanto “intelectuales” como “divulgativos”? Soy Alfonso Riobó, el director de “Omnes”, el medio de comunicación multiplataforma que convoca este coloquio, así que le dirijo esta pregunta sabiendo que su opinión nos será muy útil.
Creo que una cosa que hace falta es ayudar a las generaciones jóvenes a tener una experiencia real de la belleza y de la alta cultura, porque muchos de ellos están en las redes sociales, inmersos en la cultura popular; una cultura puede ser popular, pero ahora mismo nuestra cultura popular es una cultura muy baja. Un signo clave es esa idolatría de los famosos, y estos muchas veces son gente que es una narrativa. Son personas sin integridad, personas que tiene que pasar su vida con unos “coach” que les digan qué deben tener, cuáles deben ser sus planes, su meta en la vida. Son los héroes de nuestros jóvenes, y eso es algo muy triste.
Yo creo que los medios católicos tienen que ofrecer a los jóvenes una alternativa. Por lo menos, tenemos que crear para los jóvenes unos oasis para que puedan encontrar una experiencia de una alta cultura. Tiene que ser, digamos, “amigable para el usuario”, accesible; tiene que ser entendible. Tenemos que buscar alternativas para la gente joven.
También creo que la vida intelectual de la Iglesia es muy importante, y que no deberíamos tener esos dualismos en nuestra forma de pensar: tenemos el enfoque intelectual y el social, y no los podemos integrar entre sí; son dos cosas diferentes. Puede ser más importante dar de comer a la humanidad en vez de escribir libros. Son dicotomías complicadas.
La Iglesia católica ha sido en toda la historia una instancia defensora de la verdad, de la belleza, de la bondad. La Iglesia católica ha construido las universidades de Europa: no tendríamos la Sorbona, Oxford, la Universidad de Salamanca, la Universidad de Bolonia, Cambridge… Las grandes universidades de Europa no fueron construidas sino por los obispos, los católicos y otros, y por los monarcas también católicos. La Iglesia ha sido la defensora del aprendizaje, de los estudios, porque los seres humanos están hechos a semejanza de Dios, y no somos solo gente que responde a los estímulos. Podemos pensar, y eso es un don de Dios. Por eso la Iglesia está de parte del mundo académico, del desarrollo académico. En este periodo de la historia, cuando las personas escuchan estos “mordiscos” (golpes) de sonidos en los medios sociales, no están pensando. Creo que la Iglesia debe hacer un esfuerzo adicional, para dar esa alternativa a las personas. Gracias.
En la mayoría de los países la inculturación de la fe es un desafío. ¿Qué subrayaría para que trabajemos más para hacer un mundo más acorde con los valores del evangelio? ¿Como implica la inculturación a los católicos, para que la fe se haga cultura, como decía san Juan Pablo II, en cada una de las diferentes culturas que van surgiendo y con las que la Iglesia se va encontrando?
Yo creo que el ensayo más importante sobre ese tema es el discurso del cardenal Ratzinger a los obispos de Asia, creo recordar que en 1993, sobre el tema de la inculturación. En otros lugares Raztinger se ha referido también a las ideas de san Basilio el Grande. Cuando la Iglesia se encuentra con una nueva cultura por primera vez, tiene que haber lo que se llama un “corte” en la cultura, para que Jesucristo se pueda insertar en esa cultura. Hay todo un análisis de lo difícil que es y lo cuidadoso que hay que ser en este proceso. Hay un libro de un académico alemán, Gnilka, que considera cómo se han tratado estas cuestiones en los primeros siglos de la vida de la Iglesia, cuando la Iglesia se encontraba con las culturas paganas, y los principios que se adoptaron en ese momento. Es un análisis bastante profundo. Ratzinger hace hincapié constantemente en que la inculturación y la evangelización no es simplemente cambiarse de ropa, vestirse con un nuevo estilo o adoptar algunas tradiciones culturales nuevas. Es un proceso mucho más profundo.
El cardenal Parolin, Secretario de Estado, ha señalado recientemente que las divisiones y las contraposiciones internas en la Iglesia hacen daño a la esposa de Cristo. ¿Qué podemos hacer para buscar y promocionar la unidad, y crecer en esa comunión que Cristo ha entregado a su Iglesia y que nos asemeja a la Trinidad?
Bueno, yo suelo decir a la gente: leed a Ratinzger. También recomiendo el Rosario: hay que utilizar el Rosario. E ir a Misa.
Una parte de la división que hay ahora en la Iglesia es continuación de las interpretaciones de Concilio Vaticano II; creo que esas divisiones van a seguir hasta que se resuelvan. Lo que ha dicho san Juan Pablo II, y lo que ha intentado hacer el Papa Benedicto durante esos años ha sido ofrecer una “hermenéutica de la continuidad”, que explica que hay asuntos que había que afrontar en el Concilio y reformas que debían tener lugar, peros esas reformas no eran cuestión de toda la tradición de la Iglesia. Pienso que tenemos que adoptar esas ideas de la hermenéutica de la continuidad, y que tenemos que rezar y desarrollar nuestra vida espiritual, y relacionarnos con las otras personas de la Iglesia de una forma nueva, diferente.