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El Año de Oración 2024 tendrá por lema «Señor, enséñanos a orar»

Con las palabras “Señor, enséñanos a orar” los Apóstoles se dirigieron a Jesús, y estas mismas palabras ha escogido el Papa como lema para el 2024, Año de la Oración, durante el cual también nosotros, discípulos de Cristo, estamos llamados a redescubrir el valor de la oración cotidiana en nuestras vidas.

Arturo Cattaneo·30 de enero de 2024·Tiempo de lectura: 14 minutos

El Papa en la Misa del Domingo de la Palabra 2024 ©OSV

Cuando se quiere emprender una iniciativa, se suele empezar a ocuparse de los aspectos organizativos: con qué personas o recursos contar para lograr el objetivo de la mejor manera posible. ¿A quién, en cambio, se le ocurre primero ponerse a rezar? Evidentemente, a quienes nunca han experimentado el poder de la oración les resulta muy difícil comprender que, para preparar un acontecimiento o una elección importante en la vida, no sólo es aconsejable rezar, sino que es indispensable.

En esta perspectiva, es significativo y es una gran lección que nos ofrece Papa Francisco con esta iniciativa. En el Ángelus del 21 de enero, ha lanzado oficialmente el Año de la oración, en preparación del Jubileo de 2025, animando a rezar para que ese Año Santo repercuta en toda la Iglesia, en la santidad de los cristianos. Ciertamente requerirá la organización y el trabajo de muchas personas, pero sólo con una preparación remota en la oración, ese Jubileo dará frutos de gracia y de reconciliación.

En la presentación de la iniciativa, en la sala de prensa vaticana, monseñor Rino Fisichella, Pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización, deseó que éste sea un año en el que redescubrir “cómo rezar y, sobre todo, cómo educar a rezar hoy, en la era de la cultura digital, para que la oración sea eficaz y fecunda”. El Pontífice, en el Ángelus, habló explícitamente de una necesidad absoluta de oración, de una “sinfonía” de oración tanto a nivel personal como comunitario. En la rueda de prensa del 23 de enero de 2024, precisó cuáles deben ser las características de esta oración: estar ante el Señor en una relación de confianza y amistad, dispuestos a escucharle. Y a darle gracias.

A través de la oración crecerá también nuestra capacidad de prestar atención a los demás, de acogerlos y de tenderles la mano con un corazón misericordioso como el de Jesús.

En el prefacio de “Orar hoy. Un desafío a vencer”, el primero de los ocho libros que el Dicasterio para la Evangelización está a punto de publicar, el Papa escribe: “La oración es el aliento de la fe, es su expresión más adecuada. Como un grito que sale del corazón de los que creen y se confían a Dios”. En este año, con el Jubileo a la vuelta de la esquina, dice el Santo Padre, “se nos invita a ser más humildes y a dar espacio a la oración que brota del Espíritu Santo”.

Verdaderamente, desde el inicio de su pontificado, el de la oración ha sido uno de los temas más recurrentes, un tema al que ha dedicado nada menos que 38 audiencias generales a lo largo de 2020 y 2021 con reflexiones y sugerencias profundas y al mismo tiempo sencillas, concretas, llenas de sentido común y también de ese buen humor que le caracteriza.

En los próximos meses el Papa creará una “Escuela de oración”, pero serán sobre todo las Iglesias locales las llamadas a desarrollar iniciativas que ayuden a los fieles a redescubrir la oración como “alimento de la vida cristiana de fe, esperanza y caridad”. Por estas razones, he recogido en una pequeña antología frases y consideraciones del Papa Francisco que ayudan a comprender mejor por qué y cómo rezar.

El Papa Francisco nos habla de la oración, explicando por qué y cómo rezar

Textos del Papa Francisco recogidos por don Arturo Cattaneo

El Santo Padre habla de la oración en prácticamente todos sus textos, exhortaciones, homilías, cartas, audiencias, etc. Un tema al que también ha dedicado nada menos que 38 audiencias generales durante 2020 y 2021. Se pueden descargar por ejemplo con este enlace.

A continuación, encontrarás sus frases o reflexiones que me han parecido especialmente significativas, ordenadas en seis capítulos.

Qué es la oración

La oración es el aliento del alma, es el aliento de la fe. En una relación de confianza, en una relación de amor, no puede faltar el diálogo, y la oración es el diálogo del alma con Dios. Es importante encontrar momentos en el día para abrir el corazón a Dios, incluso con palabras sencillas (Discurso, 14-XII-2014).

La oración del cristiano nace, en cambio, de una revelación: el “Tú” no ha permanecido envuelto en el misterio, sino que ha entrado en relación con nosotros… La oración del cristiano entra en relación con el Dios de rostro más tierno, que no quiere infundir miedo alguno a los hombres. Esta es la primera característica de la oración cristiana. Si los hombres estaban acostumbrados desde siempre a acercarse a Dios un poco intimidados, un poco asustados por este misterio, fascinante y terrible, si se habían acostumbrado a venerarlo con una actitud servil, similar a la de un súbdito que no quiere faltar al respeto a su señor, los cristianos se dirigen en cambio a Él atreviéndose a llamarlo con confianza con el nombre de “Padre”. Todavía más, Jesús usa otra palabra: “papá” (Audiencia general, 13-V-2020).

La oración es un encuentro con Dios, con Dios que nunca defrauda; con Dios que es fiel a su palabra; con Dios que no abandona a sus hijos (Homilía, 29-VI-2015).

Orar es devolver el tiempo a Dios, salir de la obsesión de una vida a la que siempre le falta tiempo, redescubrir la paz de las cosas necesarias y descubrir la alegría de los dones inesperados (Audiencia general, 26-VIII-2015).

Por qué rezar

¿Por qué rezo? Rezo porque tengo necesidad. Esto lo siento, lo que me impulsa, como si Dios me llamara a hablar (Entrevista del Papa Francisco con jóvenes de Bélgica, 31-III-2014).

El encuentro con Dios en la oración os ayudará a conocer mejor al Señor y a vosotros mismos. La voz de Jesús hará arder vuestros corazones y vuestros ojos se abrirán para reconocer su presencia en vuestra historia, descubriendo así el proyecto de amor que Él tiene para vuestra vida (Mensaje para la XXX JMJ, 17-II-2015).

La oración nos da la gracia de vivir fieles al plan de Dios (Audiencia General, 17-IV-2013).

Cada historia es única, pero todas parten de un encuentro que ilumina en lo profundo, que toca el corazón e implica a toda la persona: afectos, intelecto, sentidos, todo. Es un amor tan grande, tan hermoso, tan verdadero, que lo merece todo y merece toda nuestra confianza (Encuentro con los jóvenes de Umbria, 4-X-2013).

Otro elemento importante es la conciencia de sentirse parte de un plan mayor, al que uno desea ofrecer su contribución (Audiencia general, 7-XII-2022).

Dios nos llama a luchar con Él, cada día, en cada momento, para vencer el mal con el bien (Discurso, 20-X-2013).

La fe no nos aleja del mundo, sino que nos inserta más profundamente en él. ¡Esto es muy importante! Debemos adentrarnos en el mundo, pero con la fuerza de la oración. Cada uno de nosotros desempeña un papel especial en la preparación de la venida del Reino de Dios en el mundo (Discurso en Manila, 16-I-2015).

La oración, el ayuno y la limosna nos ayudan a no dejarnos dominar por las cosas que parecen: lo que cuenta no es la apariencia; el valor de la vida no depende de la aprobación de los demás o del éxito, sino de lo que tenemos dentro (Homilía, 05-III-2014).

La oración preserva al hombre del protagonismo por el que todo gira a su alrededor, de la indiferencia y del victimismo (Discurso, 15-VI-2014).

Con la oración permitimos que el Espíritu Santo nos ilumine y nos aconseje sobre lo que debemos hacer en ese momento (Audiencia general, 07-V-2014).

Sin oración nuestra acción se vuelve vacía y nuestro anuncio no tiene alma, porque no está animado por el Espíritu (Audiencia General, 22-V-2013).

La oración no es un sedante para aliviar las angustias de la vida; o, en todo caso, tal oración no es ciertamente cristiana. Más bien, la oración nos da poder a cada uno de nosotros (Audiencia general, 21-X-2020).

La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial. Puestos ante Él con el corazón abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada de amor que descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo: “Cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Jn 1, 48). ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! (Exhortación apostólica Evangelii gaudium 264).

Cómo rezar

Sencillez, humildad, atención, comprensión y silencio: son las cinco cualidades que corresponden a los cinco dedos.

El pulgar es el dedo más grande, por eso es también el dedo de la alabanza a Dios. Pero también es el dedo que está más cerca de nosotros y nos indica que recemos por los más cercanos, por nuestros seres queridos, por los amigos. El dedo índice es el dedo que enseña, que nos muestra el camino y la senda a seguir. Rezamos por todos aquellos que en la vida nos enseñan o nos enseñarán algo.

El dedo corazón nos recuerda a los que nos gobiernan. A ellos, Dios les ha confiado el destino de las naciones, y por ellos rezamos para que sigan siempre las enseñanzas de Jesús en su deber. El anular es el dedo de la promesa: pedimos a Dios que proteja a los que más queremos, así como a los más débiles y necesitados.

El meñique es el dedo más pequeño. Nos enseña y nos recuerda que debemos rezar por los niños. También nos recuerda que debemos hacernos pequeños como ellos y no caer en el orgullo.

Rezar de forma sencilla, pero concreta al mismo tiempo. Y, como tenemos dos manos, la oración también se puede repetir una segunda vez. Porque sabemos que «rezar es el oxígeno de nuestra alma» y de nuestra vida espiritual (Escrito por Jorge Mario Bergoglio, cuando era arzobispo de Buenos Aires).

La verdadera oración es familiaridad y confianza con Dios, no es recitar oraciones como un loro… Estar en oración no significa decir palabras, palabras, palabras: no, significa abrir mi corazón a Jesús, acercarme a Jesús, dejarle entrar en mi corazón y hacerme sentir su presencia allí. Y ahí podemos discernir cuándo es Jesús o cuándo somos nosotros con nuestros pensamientos, tantas veces alejados de Jesús. Pidamos esta gracia: vivir una relación de amistad con el Señor, como un amigo habla a su amigo (Audiencia general, 28-IX-2022).

Cuando oramos debemos ser humildes: ésta es la primera actitud para ir a la oración. Así nuestras palabras serán realmente oraciones y no un galimatías que Dios rechaza (Audiencia general, 26-V-2021).

En el origen de toda vocación hay siempre una fuerte experiencia de Dios, una experiencia que no se olvida, ¡se recuerda toda la vida! ¡Dios siempre nos sorprende! Es Dios quien llama; pero es importante tener una relación cotidiana con Él, escucharle en el silencio ante el Sagrario y en lo más profundo de nosotros mismos, hablar con Él, acercarnos a los Sacramentos. Tener esta relación familiar con el Señor es como tener abierta la ventana de nuestra vida, para que Él nos haga oír su voz, lo que quiere de nosotros (A los jóvenes en Asís, 5-X-2013).

Este es el camino para aceptar a Dios, no la habilidad, sino la humildad: reconocerse pecador. Confesar, primero a uno mismo y luego al sacerdote en el sacramento de la reconciliación, los propios pecados, las propias carencias, las propias hipocresías; bajar del pedestal y sumergirse en el agua del arrepentimiento (Ángelus, 4-XII-2022).

Hay que quitarse la máscara –cada uno la tiene– y ponerse a la altura de los humildes; liberarse de la presunción de creerse autosuficientes, ir a confesar los pecados, los ocultos, y aceptar el perdón de Dios, pedir perdón a quienes hemos ofendido. Así comienza una vida nueva (Ángelus, 4-XII-2022).

La oración purifica incesantemente el corazón. La alabanza y la súplica a Dios impiden que el corazón se endurezca en el resentimiento y el egoísmo (Audiencia general, 11.III.2015).

¡El Espíritu Santo es el que da vida al alma! Dejadle entrar. Hablad con el Espíritu como habláis con el Padre, como habláis con el Hijo: ¡hablad con el Espíritu Santo, que no tiene nada de paralizante! En Él está la fuerza de la Iglesia, Él es quien os lleva adelante (Audiencia general, 21-XII-2022).

Con el amigo hablamos, compartimos las cosas más secretas. Con Jesús también conversamos. La oración es un desafío y una aventura. ¡Y qué aventura! Permite que lo conozcamos cada vez mejor, entremos en su espesura y crezcamos en una unión siempre más fuerte. La oración nos permite contarle todo lo que nos pasa y quedarnos confiados en sus brazos, y al mismo tiempo nos regala instantes de preciosa intimidad y afecto, donde Jesús derrama en nosotros su propia vida. Rezando “le abrimos la jugada” a Él, le damos lugar «para que Él pueda actuar y pueda entrar y pueda vencer» (Exhortación apostólica Christus vivit 155).

Así es posible llegar a experimentar una unidad constante con Él, que supera todo lo que podamos vivir con otras personas: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20). No prives a tu juventud de esta amistad. Podrás sentirlo a tu lado no sólo cuando ores. Reconocerás que camina contigo en todo momento. Intenta descubrirlo y vivirás la bella experiencia de saberte siempre acompañado. Es lo que vivieron los discípulos de Emaús cuando, mientras caminaban y conversaban desorientados, Jesús se hizo presente y «caminaba con ellos» (Lc 24, 15) (Exhortación apostólica Christus vivit 156).

Un joven al Papa: «¿Puede explicarme cómo reza y por qué reza? Lo más concretamente posible…».

Cómo rezo… Muchas veces cojo la Biblia, leo un poco, luego la dejo y dejo que el Señor me mire: ésa es la idea más común de mi oración. Me dejo mirar por Él. Y siento –pero no es sentimentalismo– siento profundamente las cosas que el Señor me dice. A veces Él no habla… nada, vacío, vacío, vacío… pero pacientemente me quedo ahí, y así rezo… Me siento, rezo sentado, porque me duele arrodillarme, y a veces me duermo rezando… Es también una manera de rezar, como un hijo con el Padre, y esto es importante: me siento como un hijo con el Padre (Entrevista del Papa Francisco a jóvenes de Bélgica, 31-III-2014).

Jesús, maestro de oración

Jesús recurre constantemente a la fuerza de la oración. Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares apartados a rezar. Se trata de observaciones sobrias y discretas, que dejan solo imaginar esos diálogos orantes. Estos testimonian claramente que, también en los momentos de mayor dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús no descuidaba nunca su diálogo íntimo con el Padre. Cuanto más inmerso estaba en las necesidades de la gente, más sentía la necesidad de reposar en la Comunión trinitaria, de volver con el Padre y el Espíritu.

En la vida de Jesús hay, por tanto, un secreto, escondido a los ojos humanos, que representa el núcleo de todo. La oración de Jesús es una realidad misteriosa, de la que intuimos solo algo, pero que permite leer en la justa perspectiva toda su misión. En esas horas solitarias –antes del alba o en la noche–, Jesús se sumerge en su intimidad con el Padre, es decir en el Amor del que toda alma tiene sed. Es lo que emerge desde los primeros días de su ministerio público.

Un sábado, por ejemplo, la pequeña ciudad de Cafarnaún se transforma en un «hospital de campaña»: después del atardecer llevan a Jesús a todos los enfermos, y Él les sana. Pero, antes del alba, Jesús desaparece: se retira a un lugar solitario y reza. Simón y los otros le buscan y cuando le encuentran, le dicen: “¡Todos te buscan!”. ¿Qué responde Jesús?: “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido” (cfr. Mc 1, 35-38). Jesús siempre está más allá, más allá en la oración con el Padre y más allá, en otros pueblos, otros horizontes para ir a predicar, otros pueblos.

La oración es el timón que guía la ruta de Jesús. Las etapas de su misión no son dictadas por los éxitos, ni el consenso, ni esa frase seductora “todos te buscan”. La vía menos cómoda es la que traza el camino de Jesús, pero que obedece a la inspiración del Padre, que Jesús escucha y acoge en su oración solitaria.

El Catecismo afirma: “Con su oración, Jesús nos enseña a orar” (n. 2607). Por eso, del ejemplo de Jesús podemos extraer algunas características de la oración cristiana.

Ante todo posee una primacía: es el primer deseo del día, algo que se practica al alba, antes de que el mundo se despierte. Restituye un alma a lo que de otra manera se quedaría sin aliento. Un día vivido sin oración corre el riesgo de transformarse en una experiencia molesta, o aburrida: todo lo que nos sucede podría convertirse para nosotros en un destino mal soportado y ciego. Jesús sin embargo educa en la obediencia a la realidad y por tanto a la escucha. La oración es sobre todo escucha y encuentro con Dios. Los problemas de todos los días, entonces, no se convierten en obstáculos, sino en llamamientos de Dios mismo a escuchar y encontrar a quien está de frente. Las pruebas de la vida cambian así en ocasiones para crecer en la fe y en la caridad. El camino cotidiano, incluidas las fatigas, adquiere la perspectiva de una «vocación». La oración tiene el poder de transformar en bien lo que en la vida de otro modo sería una condena; la oración tiene el poder de abrir un horizonte grande a la mente y de agrandar el corazón.

En segundo lugar, la oración es un arte para practicar con insistencia. Jesús mismo nos dice: llamad, llamad, llamad. Todos somos capaces de oraciones episódicas, que nacen de la emoción de un momento; pero Jesús nos educa en otro tipo de oración: la que conoce una disciplina, un ejercicio y se asume dentro de una regla de vida. Una oración perseverante produce una transformación progresiva, hace fuertes en los períodos de tribulación, dona la gracia de ser sostenidos por Aquel que nos ama y nos protege siempre.

Otra característica de la oración de Jesús es la soledad. Quien reza no se evade del mundo, sino que prefiere los lugares desiertos. Allí, en el silencio, pueden emerger muchas voces que escondemos en la intimidad: los deseos más reprimidos, las verdades que persistimos en sofocar, etc. Y sobre todo, en el silencio habla Dios. Toda persona necesita de un espacio para sí misma, donde cultivar la propia vida interior, donde las acciones encuentran un sentido. Sin vida interior nos convertimos en superficiales, inquietos, ansiosos –¡qué mal nos hace la ansiedad!– Por esto tenemos que ir a la oración; sin vida interior huimos de la realidad, y también huimos de nosotros mismos, somos hombres y mujeres siempre en fuga.

Finalmente, la oración de Jesús es el lugar donde se percibe que todo viene de Dios y Él vuelve. A veces nosotros los seres humanos nos creemos dueños de todo, o al contrario perdemos toda estima por nosotros mismos, vamos de un lado para otro. La oración nos ayuda a encontrar la dimensión adecuada, en la relación con Dios, nuestro Padre, y con toda la creación. Y la oración de Jesús finalmente es abandonarse en las manos del Padre, como Jesús en el huerto de los olivos, en esa angustia: «Padre si es posible…, pero que se haga tu voluntad». El abandono en las manos del Padre. Es bonito cuando nosotros estamos inquietos, un poco preocupados y el Espíritu Santo nos transforma desde dentro y nos lleva a este abandono en las manos del Padre: “Padre, que se haga tu voluntad” (Audiencia general, 4-XI-2020).

Pero, ¿y si Dios no responde a nuestras súplicas?

Hay una contestación radical a la oración, que deriva de una observación que todos hacemos: nosotros rezamos, pedimos, sin embargo, a veces parece que nuestras oraciones no son escuchadas: lo que hemos pedido –para nosotros o para otros– no sucede. Nosotros tenemos esta experiencia, muchas veces. Si además el motivo por el que hemos rezado era noble (como puede ser la intercesión por la salud de un enfermo, o para que cese una guerra), el incumplimiento nos parece escandaloso. Por ejemplo, por las guerras: nosotros estamos rezando para que terminen las guerras, estas guerras en tantas partes del mundo, pensemos en Yemen, pensemos en Siria, países que están en guerra desde hace años, ¡años! Países atormentados por las guerras, nosotros rezamos y no terminan. ¿Pero cómo puede ser esto? “Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2734) Pero si Dios es Padre, ¿por qué no nos escucha? Él que ha asegurado que da cosas buenas a los hijos que se lo piden (cfr. Mt 7, 10), ¿por qué no responde a nuestras peticiones? Todos nosotros tenemos experiencia de esto: hemos rezado, rezado, por la enfermedad de este amigo, de este papá, de esta mamá y después se han ido, Dios no nos ha escuchado. Es una experiencia de todos nosotros.

El Catecismo nos ofrece una buena síntesis sobre la cuestión. Nos advierte del riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe, sino de transformar la relación con Dios en algo mágico. La oración no es una varita mágica: es un diálogo con el Señor. De hecho, cuando rezamos podemos caer en el riesgo de no ser nosotros quienes servimos a Dios, sino pretender que sea Él quien nos sirva a nosotros (cfr. n. 2735). He aquí, pues, una oración que siempre reclama, que quiere dirigir los sucesos según nuestro diseño, que no admite otros proyectos si no nuestros deseos. Jesús sin embargo tuvo una gran sabiduría poniendo en nuestros labios el “Padre nuestro”. Es una oración solo de peticiones, como sabemos, pero las primeras que pronunciamos están todas del lado de Dios. Piden que se cumpla no nuestro proyecto, sino su voluntad en relación con el mundo. Mejor dejar hacer a Él: «Sea santificado tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad» (Mt 6, 9-10) (Audiencia general, 26-V-2021).

El ejemplo y la ayuda de la Virgen

María no dirige autónomamente su vida: espera que Dios tome las riendas de su camino y la guíe donde Él quiere. Es dócil, y con su disponibilidad predispone los grandes eventos que involucran a Dios en el mundo… No hay mejor forma de rezar que ponerse como María en una actitud de apertura, de corazón abierto a Dios: “Señor, lo que Tú quieras, cuando Tú quieras y como Tú quieras”. Es decir, el corazón abierto a la voluntad de Dios…

María acompaña en oración toda la vida de Jesús, hasta la muerte y la resurrección; y al final continúa, y acompaña los primeros pasos de la Iglesia naciente (cfr. Hch 1, 14). María reza con los discípulos que han atravesado el escándalo de la cruz. Reza con Pedro, que ha cedido al miedo y ha llorado por el arrepentimiento. María está ahí, con los discípulos, en medio de los hombres y las mujeres que su Hijo ha llamado a formar su Comunidad…

Rezando con la Iglesia naciente se convierte en Madre de la Iglesia, acompaña a los discípulos en los primeros pasos de la Iglesia en la oración, esperando al Espíritu Santo. En silencio, siempre en silencio. La oración de María es silenciosa. El Evangelio nos cuenta solamente una oración de María: en Caná, cuando pide a su Hijo, para esa pobre gente, que va a quedar mal en la fiesta.

María está presente porque es Madre, pero también está presente porque es la primera discípula, la que ha aprendido mejor las cosas de Jesús. María nunca dice: “Venid, yo resolveré las cosas”. Sino que dice: “Haced lo que Él os diga”, siempre señalando con el dedo a Jesús… Algunos han comparado el corazón de María con una perla de esplendor incomparable, formada y suavizada por la paciente acogida de la voluntad de Dios a través de los misterios de Jesús meditados en la oración. ¡Qué bonito si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre! Con el corazón abierto a la Palabra de Dios, con el corazón silencioso, con el corazón obediente, con el corazón que sabe recibir la Palabra de Dios y la deja crecer con una semilla del bien de la Iglesia (Audiencia general, 18-XI-2020).

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