Hay diversas formas válidas de apertura a la realidad desde la experiencia, correspondientes al ser mismo que fundamenta variados fenómenos, y conforme a la capacidad receptora humana. Así, el conocimiento se puede adquirir según cinco modos de experiencia: sensible, afectivo-sentimental, estética, ética y religiosa. Todas ellas aportan una gran riqueza de datos a la elaboración racional y contribuyen a la maduración personal y al florecimiento cultural, científico y técnico de la comunidad humana. Rechazar alguna de estas formas de conocer a causa de reduccionismos o de prejuicios ideológicos resulta contrario al sentido común y conduce inevitablemente a un empobrecimiento y a una degradación personal y social.
La experiencia religiosa constituye un acerbo sapiencial en todas las épocas y sociedades. No es algo exclusivo de los llamados místicos, aunque en ellos se da de un modo especialmente intenso o lúcido. En realidad, todo buscador del Dios trascendente, todo creyente, tiene experiencia de la presencia divina en su vida, llenándola de sentido: en su oración, en su conciencia, en sus decisiones, en la orientación de su existencia, en sus relaciones humanas, en sus tribulaciones, gozos y esperanzas.
Es cierto que hay personas en las que dicha apertura natural al misterio divino se torna decisiva. Así ocurre en la vida de los santos reconocidos por la Iglesia, y en tantos otros que gozan ya de la presencia de Dios, que vivieron en el tiempo íntimamente religados al misterio del Dios personal. El relato de su encuentro íntimo con el Señor durante su existencia terrena contiene una fuente privilegiada para el conocimiento de Dios, que redunda en beneficio de todos.
Puede decirse que su profunda relación personal con el Señor constituye un auténtico lugar teológico: es decir, su vida remite al Dios en quien creen; irradian a Dios, son paradigma de la presencia del misterio sagrado y trascendente en la inmanencia de la historia.
Además, junto a ciertos rasgos comunes, dicha biografía interior -que se despliega en múltiples acciones evangelizadoras- resulta distinta y única en cada una de esas historias. Por todo ello, la Iglesia manifiesta su interés en dar a conocer la vivencia de Dios de esas almas grandes, para beneficio de toda la comunidad creyente y de la entera sociedad.
Así, por ejemplo, la filósofa hebrea Edith Stein -conocida hoy como Santa Teresa Benedicta de la Cruz- narra su conversión como fruto de la gracia mediante el encuentro con Dios a través de la biografía interior de Santa Teresa de Jesús. En efecto, al concluir la lectura del Libro de mi vida de la mística abulense, exclamó, absorta y convencida: “¡Esto es la verdad!”. Era la sincera constatación, por parte de una mujer intelectual, de la realidad del Dios que irrumpe dentro de una mujer -que vivió varios siglos antes- para transformar y colmar su existencia con un potencial de irradiación arrollador.
El modo de conocimiento de Dios en los santos resulta complementario al de la razón filosófica y teológica. En estos últimos se trata de una ciencia con frecuencia excesivamente elaborada y académica. En cambio, en los santos Dios es conocido y vivido como un sujeto trascendente y a la vez cercano, alguien que se halla dentro, dinamizando la propia existencia.
Este conocimiento de comunión personal con Dios consiste, por tanto, en una experiencia interior, vital, rica, transformante, que configura personalidades humanamente maduras, cabales, bellas; hombres y mujeres lúcidos y audaces, con defectos y limitaciones, pero capaces de emprender gestas apostólicas y caritativas, llegando a las cimas de la humanidad. Sus vidas luminosas, con frecuencia ocultas, son las que realmente deciden el curso de la historia y el progreso de la civilización del amor.
El elenco de vidas ejemplares de esta modalidad de conocimiento experiencial de Dios resulta inagotable. Desde intelectuales conversos, pasando por pastores que han renovado la vida de la Iglesia, hasta hombres y mujeres de increíble acción caritativa a favor de los más pobres, o en la promoción humana y la educación de los jóvenes desfavorecidos; o, en fin, tantos seglares que han construido la civilización de la familia y han inculturado el evangelio en las diversas sociedades desde su ámbito profesional y social. Todos ellos han provocado una movilización de discípulos dispuestos a adherirse a la misión de Cristo con radicalidad evangélica.
En definitiva, el testimonio cercano de los santos muestra, con la fuerza irrefutable de la vida lograda, la veracidad del Dios que lleva a plenitud insospechada la existencia de quienes se orientan por entero a él. La grandeza de estas figuras -dentro de una riquísima variedad- argumenta por sí misma a favor del Dios capaz de desarrollar al máximo en cada persona y en cada pueblo el mejor potencial de humanidad.