Se ha hablado mucho de la declaración “Dignitas Infinita” del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, centrándose especialmente en las cuestiones de la lucha contra la ideología de género, el reiterado no al aborto y a la eutanasia, y la idea de considerar incluso cuestiones sociales como la pobreza como un ataque a la dignidad humana. Sin embargo, hay un tema que engloba todos los demás y que, de hecho, subyace a gran parte de la actividad diplomática de la Santa Sede en la actualidad: la cuestión de los nuevos derechos.
En el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, fecha de publicación del documento, la Santa Sede reafirmó repetidamente su apoyo a esos derechos primitivos, enraizados en la esencia misma del ser humano y sobre los que existía un amplio y unánime consenso. Al fin y al cabo, en la época en que se redactó la Declaración Universal, tras la tragedia del nazismo, se necesitaban criterios internacionalmente reconocidos que pudieran defender los valores humanos.
Al mismo tiempo, la Santa Sede no dejó de señalar con el dedo a los llamados “derechos de tercera y cuarta generación”, sobre los que no existe un consenso general y cuya legitimidad no está muy clara. Los derechos de tercera generación son los que se definen como el derecho a la protección del medio ambiente y a la educación. Luego está la cuarta generación de derechos humanos, definida como el derecho al autodesarrollo, en la que también encajan y se desencadenan muchas de las iniciativas pro-género.
Dignidad humana
¿Qué dice «Dignitas Infinita»? Subraya que a veces se «abusa del concepto de dignidad humana incluso para justificar una multiplicación arbitraria de nuevos derechos», algunos incluso «contrarios a los originalmente definidos», convirtiendo la dignidad en «una libertad aislada e individualista, que pretende imponer como derechos ciertos deseos y propensiones que son objetivos».
Sin embargo, añade el documento, «la dignidad humana no puede basarse en criterios meramente individuales ni identificarse con el bienestar psicofísico del individuo por sí solo», sino que «se funda, por el contrario, en exigencias constitutivas de la naturaleza humana, que no dependen ni de la arbitrariedad individual ni del reconocimiento social».
Hace falta, volvemos a leer, un «contenido concreto y objetivo basado en la naturaleza humana común» para certificar los nuevos derechos.
Nuevos derechos
El tema es ampliamente debatido. La referencia a estos nuevos derechos, en diferentes formas, se puede encontrar en varios documentos internacionales, donde, por ejemplo, la terminología de género también se introduce en cuestiones relativas a la recepción de migrantes, o la asistencia humanitaria. Curiosamente, el Papa Francisco ya abordó el tema en su discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede en 2018.
En aquella ocasión, el Papa había observado que «tras las convulsiones sociales del movimiento de 1968, la interpretación de ciertos derechos ha ido cambiando gradualmente para incluir una multiplicidad de nuevos derechos, no pocas veces contrapuestos entre sí».
Esto, continuó el Pontífice, creó el riesgo «en cierto modo paradójico» de que «en nombre de los propios derechos humanos, se establezcan formas modernas de colonización ideológica de los más fuertes y ricos en detrimento de los más pobres y débiles».
El Santo Padre fue más allá, subrayando que no sólo la guerra o la violencia violan los derechos a la vida, a la libertad y a la inviolabilidad de toda persona humana, sino que hay formas más sutiles, como el descarte de niños inocentes incluso antes de nacer. Por eso, más allá del compromiso por la paz, por el desarme, el Papa pidió una respuesta que preste también una nueva atención a la familia.
La postura de la Santa Sede
La cuestión es que la Santa Sede trata de contemplar todos los escenarios de una manera que intenta abarcar todos los problemas actuales.
¿Cuál es el origen del enfoque de la Santa Sede sobre los nuevos derechos? Del hecho de que aportan una nueva visión antropológica que se aleja de la visión de la propuesta cristiana, y priva a la persona de sus tres dimensiones de relación consigo misma, relación con Dios y relación con los demás.
La Santa Sede ve en ello el riesgo de destruir la dignidad del ser humano. El cardenal Pietro Parolin explicó en una entrevista en 2022 que «no se trata de una lucha ideológica de la Iglesia. La Iglesia se ocupa de estos temas porque tiene cuidado y amor por el hombre, y defiende a la persona humana en su dignidad y en sus opciones más profundas. Se trata realmente de hablar de derechos, y de hablar de ellos con amor al hombre, porque vemos las derivas que surgen de estas opciones».
Es una batalla difícil para la Santa Sede, que no sólo no es escuchada, sino que incluso crea molestias cada vez que se opone a la difusión de los nuevos derechos. Así, el documento “Dignitas Infinita” pone un punto más en la cuestión, y proporciona a los diplomáticos de la Santa Sede una nueva herramienta para abordar el tema de los nuevos derechos. Es, ciertamente, la cuestión del futuro, pero también del presente.