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Santa Catalina de Siena: trabajando por la libertad de la Iglesia

La Iglesia celebra hoy la fiesta de Santa Catalina de Siena. Mujer clave en la historia de la Iglesia, es una de las pocas mujeres con el título de Doctora de la Iglesia. Su figura y su ejemplo es hoy más actual que nunca. 

Jaime López Peñalba·29 de abril de 2021·Tiempo de lectura: 3 minutos
Santa Catalina de Siena

Foto: ©CNS

Catalina de Siena nos resulta una mujer admirable. Nace en 1347 en una familia de artesanos. Gusta la soledad desde niña, dedica mucho tiempo a la oración y al recogimiento, y a los 6 años, experimenta una primera visión de Jesucristo, lo cual decide su camino espiritual: hace voto de virginidad e intensifica su vida de penitencia y oración, entre las resistencias de su familia.

Más adulta, se consagra como mantellate, terciaria de los dominicos. Su vida espiritual se fortalece y descubre cómo la intimidad cristiana está siempre habitada por Dios: “Has de saber, hija mía, lo que eres tú y lo que soy Yo. Si aprendes estas dos cosas serás feliz. Tú eres lo que no es, y Yo soy el que Soy”. La joven Catalina se familiariza cada vez más con Dios, experimentando especialmente la providencia del Padre. De estas vivencias nacerá su obra más famosa: el Diálogo con la Divina Providencia.

En el año 1366 vive su experiencia mística fundamental de desposorio con Jesucristo que se le aparece como Esposo, regalándole un espléndido anillo, que sólo veía ella, y que marca para siempre su espiritualidad. Nace una relación de intimidad, de fidelidad, de amor: “Amada hija mía, así como tomé tu corazón, que tú me ofrecías, ahora te doy el mío, y de ahora en adelante estaré en el lugar que ocupaba el tuyo”.

«Es Cristo quien vive en mi»

Verdaderamente Catalina actualiza el ideal del Evangelio: no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi (Gal 2, 20). El misterio pascual impregna y configura toda su espiritualidad: Jesucristo, con sus palabras y sobre todo con su vida entregada, es el Pontífice, literalmente hace de puente que nos lleva al cielo. Su cuerpo en la Cruz es el símbolo del ascenso a la santidad, en tres peldaños sucesivos: los pies, el costado y la boca de Jesús, que expresan las etapas clásicas de la vida espiritual de combate con el pecado, la práctica de la virtud y la unión dulce y afectiva con Dios.

En los años sucesivos las visiones se multiplican: del infierno, del purgatorio, del cielo, que culminan en la experiencia mística de los estigmas en 1375, exteriormente invisibles, pero interiormente sensibles para ella.

Su comunión con el Crucificado se traduce en una llamada a solidarizarse con los enfermos de la peste y demás pobres de su tiempo: “Haced memoria de Cristo crucificado, poneos como objetivo a Cristo crucificado”. Su fama de santidad atrae a muchos, y se genera un grupo de discípulos alrededor de la mamma dulcisima. Su maternidad espiritual busca al prójimo, que se convierte en la ocasión de nuestro amor: para Catalina, toda virtud que agrade a Dios se realiza por medio del prójimo que la Providencia nos pone en el camino.

Esta misma fama también genera sospechas. Los dominicos se interesan por esta hija espiritual suya, y envían a fray Raimundo de Capua a investigar a la mujer carismática de Siena. El resultado no solo es favorable a Catalina, sino que Raimundo queda fascinado, se convierte en su discípulo, su confesor y su biógrafo, antes de llegar a ser posteriormente maestro general de la Orden.

Implicación en el destino de la Iglesia

Aquí debe situarse la dimensión política de su vida, en el mejor sentido de la palabra, porque la espiritualidad cristiana siempre debe tomar una forma apostólica.

Catalina se implicará y dirigirá cartas a las grandes personalidades de la Iglesia y de las repúblicas italianas, buscando la paz entre las ciudades, mediando en los conflictos de la alta nobleza, e incluso interpelando a los Papas, pidiendo una intensa reforma del clero y suplicando por la vuelta a Roma del sucesor de Pedro desde Aviñón, donde habían buscado refugio a comienzos del siglo, pero donde también estaban en la órbita política de los reyes franceses. Catalina muere en 1380, en Roma, al lado del Santo Padre, su “dulce Cristo en la tierra”.

Su maternidad espiritual, que buscaba a todos, hoy se expresa con su doctorado, y también con su patronazgo de la Ciudad Eterna, de Italia y de toda Europa. Es madre nuestra también por esa intercesión: que históricamente pedía la libertad del Santo Padre, pero que, en último término, apuntaba a la libertad de toda la Iglesia.

El autorJaime López Peñalba

Profesor de Teología en la Universidad San Dámaso. Director del Centro Ecuménico de Madrid y Viceconsiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad en España.

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