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San Ireneo de Lyon. Doctor de la unidad

Al comienzo de este mismo año, el Papa Francisco ha proclamado Doctor de la Iglesia a san Ireneo de Lyon, reconociendo sus escritos como testigos cualificados de la genuina doctrina apostólica.

Antonio de la Torre·11 de marzo de 2022·Tiempo de lectura: 5 minutos
ireneo

San Ireneo nace en oriente, en las pujantes comunidades cristianas de Asia Menor (quizás en Esmirna, en torno al año 130). Fue formado en la tradición asiática que desde el apóstol san Juan había conocido un intenso desarrollo hasta el brillante quehacer de san Justino. Pero su labor pastoral, al menos la que conocemos hoy, la desarrolló en occidente, siendo sacerdote y luego obispo de Lyon, dedicando su apostolado a galos, romanos y germanos. Vemos de nuevo la rica diversidad de la Iglesia del siglo II, en la que un obispo de cultura asiática podía desarrollar su ministerio en las Galias.

Comprobamos también la intensa movilidad de los cristianos, que en este siglo iban difundiendo la fe por todo el imperio. De hecho san Ireneo viajará dos veces a Roma. Siendo sacerdote, para llevar al Papa Eleuterio una carta de los mártires de Vienne. Siendo obispo, para acudir al encuentro del Papa Víctor a fin de defender las tradiciones propias de la cultura asiática con respecto a la Pascua, sin perder por ello la unidad plena con la Iglesia de Roma. Entendemos por tanto su título de Doctor Unitatis: unidad entre las diversas culturas cristianas y unidad entre las diversas comunidades y el Papa, que preside la de Roma en la caridad.

Al proclamarle Doctor, la Iglesia atribuye un especial reconocimiento a sus escritos teológicos como testigos cualificados de la genuina doctrina apostólica. Tan sólo tenemos completas dos de sus obras. La más relevante, el monumental tratado titulado Contra las herejías, organizado en cinco libros, que supone la más importante reflexión teológica de todo el siglo II y posiblemente de toda la teología asiática. Como complemento, una pequeña joya titulada Demostración de la predicación apostólica, donde expone con profundidad los elementos básicos de la fe recibida de los apóstoles por tradición. Lamentablemente del resto de su obra no queda casi nada, y ni siquiera sabemos con certeza cómo murió, aunque una tradición se refiere a él como mártir en la gran persecución de Septimio Severo, en el año 202.

Sus intereses

Ya sabemos que los Padres de la Iglesia no escribían sus obras por el afán de publicar libros o de exponer sus aficiones personales, sino con un profundo sentido de misión en favor de la Iglesia. Así lo vemos en los escritos de san Ireneo, que tienen como objetivo principal fomentar y salvaguardar la fe de los sencillos, explicando cuidadosamente la doctrina apostólica y denunciando clara y razonablemente sus desviaciones y manipulaciones. Por otro lado, como indica su título de Doctor, muestra siempre un serio interés por mostrar y promover la unidad de la Iglesia en su admirable diversidad de culturas: germanos, celtas, galos, griegos, romanos y asiáticos comparten una misma fe y una misma Iglesia.

Otra gran preocupación de san Ireneo es exponer y transmitir lo que él mismo ha recibido por tradición. Son muy numerosas las referencias, explícitas o implícitas, a los maestros que le precedieron: san Juan, san Ignacio, san Policarpo, san Papías y los presbíteros de Asia o san Justino. Su extraordinaria reflexión teológica tiene hondas raíces en la Tradición, y en ningún momento se separa de ella o la adultera. También recibe de la tradición el canon de las Sagradas Escrituras, particularmente al de los evangelios. San Ireneo hablará del evangelio tetramorfo, es decir, de un único evangelio mostrado en cuatro formas: los cuatro evangelios canónicos que tenemos hoy en el canon de los libros inspirados. San Ireneo suele moverse en los temas y doctrinas marcadas por la tradición, y en un lenguaje próximo al de la Escritura, aunque, paradójicamente, su genio teológico le permitirá hacerlo con una expresión tan novedosa que aún hoy nos resulta notablemente actual.

Sobre la Creación y la humanidad

Un tema esencial en la doctrina de san Ireneo es la creación material, como punto de encuentro entre Dios y la humanidad, y como lugar teológico despreciado por los gnósticos, quienes negaban a la materia todo valor como resultado que era de un error en el mundo divino. Sin embargo, la humanidad es creada desde la materia, cuando Dios Padre modela con sus manos (el Verbo y el Espíritu) a Adán, a quien insufla el espíritu de vida. En esta plasmación de Adán, san Ireneo ve la imagen de Dios en el hombre, que se refiere a su espíritu y a su materia. A partir de esta imagen original, Dios despliega la historia de la Creación como un proceso mediante el cual el hombre, imagen de Dios, va adquiriendo cada vez más su semejanza con El, todo ello en el marco del tiempo y la materia.

San Ireneo nos enseña por tanto que la historia, el devenir de la Creación entera, es historia de salvación, el tiempo que se toma Dios para culminar el modelado de su criatura hasta la perfección de su semejanza con Él. La historia es una economía, un plan pensado por Dios para salvar al hombre en su unidad de carne y espíritu, un proceso movido en sus diversas etapas por la inspiración de un único Espíritu Santo. 

Es el Espíritu el que guía este proceso y el que lo da a conocer a los enviados de Dios, tanto en el tiempo del Antiguo Testamento (los profetas) como en el Nuevo (los apóstoles). En el centro de este proceso está la Encarnación del Verbo, momento esencial donde Dios modela al Adán nuevo y perfecto, a Jesucristo, que viene a recapitular en sí todo lo humano, para liberarlo y llevarlo a plenitud.

La carne del Verbo

Si las enseñanzas gnósticas se basaban en especulaciones y misterios teóricos para obtener por su conocimiento la salvación del espíritu, chispa divina del hombre, san Ireneo centrará su enseñanza en los misterios del Verbo de Dios en la carne humana, como nuevo Adán. Por tanto hablará de la liberación obrada por el Verbo Encarnado en la Cruz, no en la elaboración de un sistema intelectual de iluminación, porque en ella culmina su acto de obediencia que cancela la desobediencia del primer Adán y por tanto redime a la humanidad de todos los males que aquella desobediencia le habían traído. Jesucristo lleva a plenitud a la humanidad salvada al darle con el Espíritu Santo la perfecta semejanza divina, y al guiarla hasta lo más alto, a la visión y al encuentro con el Padre. Como había anunciado Isaías, el Emmanuel (Dios con nosotros), el Verbo Encarnado, sería un signo desde lo más hondo de la tierra (la liberación obtenida en la Cruz) hasta lo más alto del Cielo (la salvación entendida como una participación en el misterio de la Ascensión de la carne de Cristo hasta la derecha del Padre).

Esta magnífica visión de la historia de la humanidad, de la obra salvadora de Jesucristo y de la verdadera plenitud de la persona humana (unidad de materia y espíritu) tiene su correspondencia en la magnífica meta que culminará todo este proceso. Partiendo de la enseñanza de sus predecesores, san Ireneo explicará que la historia desembocará en el Milenio profetizado por san Juan en el Apocalipsis. Un Reino de mil años en donde los justos disfrutarán con Jesucristo es una creación renovada y liberada de todo mal. Un espacio de retribución y plenitud, pero sobre todo, una última etapa en el proceso de plasmación de la humanidad, en donde la carne de los justos resucitados se preparará para recibir la visión de Dios. Al término del milenio, la Jerusalén Celeste descenderá a esta Creación renovada y la humanidad entrará en la unidad y semejanza perfecta en la visión del Padre.

En la obra del nuevo Doctor Unitatis, aprendemos, pues, a ver la unidad de las variadas culturas en la única fe, de las diversas comunidades en la única Iglesia, de los cuatro evangelios en el único mensaje de Jesucristo, de las distintas etapas de la historia en un único proyecto, y de todas las disposiciones de Dios en una única economía salvadora. Ante la necesidad de unidad y concordia en el mundo en que vivimos, descubrimos en san Ireneo a un Doctor antiguo que, en nuestro tiempo, tiene todavía mucho que enseñar.

El autorAntonio de la Torre

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