Entramos en lo que antiguamente se llamaba el “Tiempo de Pasión”, caracterizado por el cubrimiento de las cruces e imágenes en las iglesias. Esos símbolos intensifican nuestra vivencia de la proximidad de la Pasión del Señor, nos ponen en camino con Él y nos llaman a un mayor desprendimiento.
En ese contexto, reza la Iglesia:
Te pedimos, Señor Dios nuestro, que, con tu ayuda, avancemos animosamente hacia aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Quaésumus, Dómine Deus noster,ut in illa caritáte, qua Fílius tuus díligens mundum morti se trádiditinveniámur ipsi, te opitulánte, alácriter ambulantes.
Nuevamente estamos ante una Colecta que fue redactada para el Misal de Pablo VI, con tres particularidades. La primera es que se tomó como fuente de inspiración un texto del Rito hispano, que relee en clave de oración un versículo de la Carta a los Efesios: “Caminad en el amor, lo mismo que Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y ofrenda de suave olor ante Dios” (Ef 5, 2). La segunda es su estructura, en la que prima la petición y dentro de ella se insertan tanto la invocación como la anamnesis. La tercera, que es la primera colecta dominical de Cuaresma que hace una referencia explícita a la muerte del Señor.
El Hijo que entregó su vida por amor
Las colectas del Misal usan con frecuencia el verbo quaésumus (pedimos), pero pocas veces como encabezamiento. Al hacerlo hoy la Iglesia nos lleva a enfatizar la absoluta necesidad que tenemos de pedir aquello de lo que carecemos. Desde nuestra pequeñez nos dirigimos a Dios con toda solemnidad llamándolo Dómine Deus. Pero con toda confianza agregamos noster, lo que nos da un sentido de relación y cercanía. Es “nuestro” porque, dando Él el primer paso, quiso que fuéramos su pueblo. Apoyándonos en la firmeza de la voluntad divina tenemos la seguridad de que Dios permanecerá fiel a su alianza.
La oración le recuerda al Padre la inmensa caridad con la que su Hijo nos amó y se entregó a la muerte, para instituir una alianza aún más favorable a nosotros. La construcción del pronombre personal más el verbo en presente indicativo se trádidit (se entregó) nos anuncia justamente que a Jesús nadie le arrebata la vida, sino que, movido por el amor, Él la da libremente, porque para eso vino al mundo (cfr. Jn 10, 18; 15; 13; Mc 10, 45). Nos habla además de un hecho real, histórico, que se hace sacramentalmente presente en cada celebración.
San Juan Pablo II enseña en la encíclica Ecclesia de Eucharistia que “cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y «se realiza la obra de nuestra redención». Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente”.
Caminar en el amor
El fundamento para que podamos elevar nuestra petición a Dios es el más firme posible. Como afirma san Pablo: “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?” (Rm 8, 32). Por eso no hay ningún reparo en decir que esperamos conseguir lo que pedimos, te opitulante, es decir, contando con que tú, Señor, nos socorras, contando con la ayuda de tu gracia, sin la cual no podríamos nada.
La gran petición que hace la Iglesia a Dios este domingo es que nos encuentre caminando animosamente en la misma caridad de su Hijo. Nuevamente esta Colecta nos transmite la idea de movimiento al referirse a los caminantes (ambulantes) y reaparece el adverbio alácriter, reforzando el carácter animoso, vivaz, de ese caminar, como en un crescendo a medida que se acerca la Pascua.
No tenemos nada más grande que pedir en nuestra oración que aquella virtud teologal que sobrepuja a todas las demás y que más nos identifica con Dios. Como escribió Benedicto XVI en su primera encíclica: “Si el mundo antiguo había soñado que, en el fondo, el verdadero alimento del hombre —aquello por lo que el hombre vive— era el Logos, la sabiduría eterna, ahora este Logos se ha hecho para nosotros verdadera comida, como amor. La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega”.
Celebrar, por tanto, los sagrados misterios a lo largo del camino cuaresmal es dejarnos implicar en esa entrega; revestirnos, por la gracia, de aquella misma caridad de Cristo, que nos mueve a entregar también nosotros la vida por Dios y por los demás. En la vivencia concreta de esta caridad encontraremos la piedra de toque para saber cómo va nuestra conversión cuaresmal.
Sacerdote de Perú. Liturgista.