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Riquezas del Misal romano: los domingos de Cuaresma (VI)

Con este último análisis de la oración colecta del domingo de Ramos finaliza la serie que nos permite asomarnos a la riqueza del Misal romano.

Carlos Guillén·31 de marzo de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos
Biblia Misal

Un restaurador de libros y manuscritos sostiene una Biblia (CNS photo/Paul Haring)

Con el domingo de Ramos de la Pasión del Señor llegamos al final de nuestro recorrido. Estamos en el pórtico de la Semana Santa. La Iglesia conmemora con la procesión de ramos la entrada de Jesús en Jerusalén. Paradójicamente será aclamado como Rey y Mesías para luego ser condenado a muerte de Cruz.

Como afirmó Benedicto XVI al celebrar este día: “En la procesión del domingo de Ramos nos unimos a la multitud de los discípulos que, con gran alegría, acompañan al Señor en su entrada en Jerusalén”. “Esta alegría del inicio es también expresión de nuestro «sí» a Jesús y de nuestra disponibilidad a ir con él a dondequiera que nos lleve”. Además “quiere ser imagen de algo más profundo, imagen del hecho que, junto con Jesús, comenzamos la peregrinación: por el camino elevado hacia el Dios vivo”.

Una vez que ha tenido lugar la procesión con los ramos y la entrada solemne en el templo, la Colecta abre directamente la celebración eucarística. Esta oración, de estructura sencilla pero notoriamente larga, ha pasado prácticamente inalterada a través de los siglos hasta el Misal de Pablo VI.  Su redactor anónimo podría haberse inspirado algunos textos de san Agustín donde términos como exémplum, documéntum y humílitas aparecen también relacionados.

Dios todopoderoso y eterno, que hiciste que nuestro Salvador se encarnase y soportara la Cruz para que imitemos su ejemplo de humildad, concédenos, propicio, aprender las enseñanzas de la pasión y participar de la resurrección gloriosa.Omnípotens sempitérne Deus, qui humano géneri, ad imitándum humilitátis exémplum, Salvatórem Nostrum carnem súmere, et crucem subíre fecísti, concéde propítius,ut et patiéntiae ipsíus habére documéntaet resurrectiónis consórtia mereámur.

El amor todopoderoso del Padre 

La invocación Omnípotens sempitérne Deus, como tal, se repite en 14 colectas dominicales. Pero el recurso a la omnipotencia divina aparecerá varios cientos de veces en el Misal, siendo uno de los atributos de Dios más mencionados. Aunque pertenece por igual a las tres Personas divinas, en el Gloria, en el Credo y en muchos prefacios la omnipotencia se suele referir especialmente al Padre. Como explica el Catecismo, “Dios es el Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra, en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras necesidades; por la adopción filial que nos da; finalmente, por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados” (n. 270).

El Padre perdona nuestros pecados enviándonos a su Unigénito. La anámnesis nos recuerda dos momentos cumbre de la existencia de nuestro Salvador: tomar nuestra carne (carnem súmere) y sufrir la Cruz (crucem subíre), la Encarnación y la Pasión. Dos momentos estrechamente relacionados entre sí y con nuestra salvación. Explícitamente afirmamos en nuestra plegaria que Cristo realiza todo en favor del género humano y luego lo volveremos a profesar solemnemente en el Credo: “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”. 

El ejemplo de humildad del Hijo

La Redención es objetiva y universal, pero requiere ser acogida por cada uno. La manera de hacerlo es imitar a Jesús, que abraza libremente y hasta el extremo la humillación. De ahí la importancia de que aprendamos las enseñanzas (documenta) de su Pasión, como pedimos en la oración.  Como decía santo Tomás de Aquino: “La pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida, pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes”. Así, el pecado de soberbia del viejo Adán queda sanado en el amor, la obediencia, la paciencia y la humildad de Cristo, nuevo Adán. La Colecta del Domingo de Ramos concluye pidiendo nuestra participación en la resurrección gloriosa (con-sors significa correr la misma suerte, el mismo destino), punto culminante del todo el año litúrgico. Es san Pablo quien enseña que a través del bautismo morimos con Cristo y somos sepultados con Él, para resucitar con Él a la vida nueva, propia de quienes han muerto al pecado y viven ahora para Dios (cfr. Rm 6, 3-11). Y así terminamos nuestro itinerario cuaresmal, preparados ya para participar en la celebración pascual de esta vida nueva que nos ha sido dada por Cristo, con Él y en Él.

El autorCarlos Guillén

Sacerdote de Perú. Liturgista.

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