Reverendo SOS

Retos, riesgos y oportunidades de la vida afectiva del sacerdote

Los sacerdotes, como cualquiera, necesitan integrar todas las dimensiones de su vida, con particular atención a la afectividad, y dirigirla al bien de sí mismos.

Carlos Chiclana·16 de diciembre de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos
sacerdote

Para conocer mejor los aspectos afectivos de la vida sacerdotal y su integración con las demás dimensiones de la persona, realizamos una investigación cualitativa con una encuesta sobre retos, riesgos, oportunidades, qué ayudó y qué echó en falta, en el desarrollo de su vida afectiva. Participaron 128 sacerdotes, diáconos y seminaristas, con 605 respuestas abiertas y 1039 ideas diferentes que se categorizaron en temáticas.

Los retos principales fueron: la vida espiritual, la soledad, la misión, las dificultades psicológicas y dar / recibir afecto. Los riesgos: la soledad, las limitaciones psicológicas, las dependencias afectivas, los defectos morales y la vida espiritual. Las oportunidades: el trato con personas, la vida espiritual y la amistad sacerdotal. Lo que ayudó: vida espiritual, amistad sacerdotal, testimonio de otros sacerdotes y una familia de origen sana. Un porcentaje importante no echó en falta nada, y otros hubieran deseado recibir mejor formación, una mejor atención a la espiritualidad y a la psicología.

La variedad de respuestas con distintos matices, unida la presencia de categorías comunes, señala la diversidad personal entre los sacerdotes, junto con la participación del mismo ministerio de Cristo, y muestra la importancia de que en la formación inicial y permanente se atienda tanto a los elementos esenciales y centrales del sacerdocio, como a las necesidades particulares según formación, educación, origen social, sistema familiar y experiencias vitales.

Esto permitirá: abordar de forma enriquecedora su vida real; desarrollar un programa personalizado; adaptarse al ciclo evolutivo personal según edad, experiencias previas, motivaciones o personalidad; estar pendientes de las necesidades que surjan de acuerdo con los encargos, cambios sociales, edad, crisis normativas y el desarrollo ordinario de la vida espiritual, con sus desiertos y oasis.

Apreciamos que las áreas de mayor interés eran la vida espiritual, la soledad, las relaciones interpersonales y la formación. Disponer de una formación dirigida por uno mismo, con un buen acompañamiento espiritual y en comunidad, puede ser una de las conclusiones de este estudio, que muestra que habrían deseado mayor formación, mejor acompañamiento y un desarrollo de la vida espiritual más afectuoso y menos normativo.

Una de las cuestiones recurrentes es la soledad, aunque no refieren que hayan echado en falta formación al respecto. ¿Se refiere a la soledad originaria de cada ser humano, la física que puede vivir un sacerdote en al ámbito rural, la emocional propia de quien se dedica a la atención de personas? ¿Podría ser que la soledad fuera precisamente el lugar donde Dios espera para encontrarse con esa alma? ¿Puede ser la referida por personas que por malas experiencias han desarrollado un apego inseguro?

La soledad social es una carencia de relaciones cercanas de amistad, que facilita que la persona se sienta vacía, no aceptada, aburrida, y se aísle. La soledad emocional es la ausencia de relaciones significativas y que proporcionan seguridad. Esta última proviene del desarrollo inadecuado de nuestros vínculos en la infancia y de cómo se configuran las primeras relaciones en los primeros años de vida, con la principal figura de apego, y condiciona la experiencia en la vida adulta en la configuración de las relaciones interpersonales; se asocia con sentimientos de vacío y solo puede ser aliviada a través de la restauración con la principal figura de apego o de un “sustituto”.

La soledad se relaciona con los estilos de apego inseguro. Si estas muestras de afecto no se perciben, la persona se encuentra insatisfecha en sus necesidades emocionales y presenta inseguridad, soledad social o emocional. Las personas seguras tienen un bajo nivel de soledad, una visión positiva de sí mismo, baja ansiedad ante un posible abandono, comodidad con la intimidad interpersonal y relaciones personales satisfactorias, y un esquema positivo de los demás.

Si un sacerdote se siente solo, valorará si está relacionado con carencias de la infancia que hayan configurado un apego inseguro. Si es así, se beneficiará de un acompañamiento espiritual específico para sanar el apego o de una ayuda profesional psicoterapéutica. Si no, habrá de discernir si sufre soledad social -remediable con el desarrollo de una red de amistades generales, sacerdotales y familiares- o si es precisamente esa soledad el lugar donde desarrollar con mayor intensidad la vivencia del celibato y su vinculación con Dios.

Como conclusión del estudio se aprecian ocho dimensiones de enriquecimiento de la vida afectiva del sacerdote: relación con Dios, amistad, acompañamiento, fraternidad sacerdotal, formación, cuidado personal, conocimiento psicológico y misión.

Algunos aspectos que pueden ser trabajados son: sentido positivo y estable de la identidad masculina; madurez para relacionarse con los demás; sólido sentido de pertenencia; libertad para entusiasmarse con grandes ideales y la coherencia y fortaleza para llevarlos a cabo; toma de decisiones y fidelidad a éstas; conocimiento propio; capacidad de corregirse; gusto por la belleza; confianza; capacidad para integrar la propia sexualidad con una perspectiva cristiana.

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