Hablaba con una persona muy ocupada en sus tareas profesionales y en sus atenciones apostólicas, y a la vez muy acelerada y con picos de ansiedad. Le pregunté: “¿Qué obstáculos hay para que te conviertas –de una vez por todas- en el señor de tu casa? Ocupado sí, y con señorío. Con muchas tareas, sí, y con elegancia. Lleno de proyectos, sí y con serenidad”. Se quedó sorprendido y contento con la pregunta. “No lo sé, pero me la llevo y voy a pensarlo”.
Fíjate, tú eliges a quién entregas el poder en tu vida: a ti y a la dirección personal de tus actos, al exterior que te pide que hagas cosas, a las apetencias interiores, a las dependencias de personas.
Dominar está relacionado con distintas palabras latinas como “dominare”, tener bajo su poder, con la raíz de domus (casa). Así, podríamos decir que quien domina es el señor/señora de la casa, del hogar; y también se refería al dominus (maestro). Así, el dueño y señor del hogar, decide quién entra en la casa y hasta dónde. Es conocedor del entorno, del sistema y de las personas que llaman a la puerta desde fuera, así como de los asuntos internos de la casa. Es muy consciente y está atento para decidir qué hacer y tener el equilibrio dentro de sí mismo. Cuando el equilibrio está dentro de ti, tu “yo” está tranquilo y sano, y los demás respetan tu casa. Cuando entregamos el poder a “los de fuera”, el yo se agota y a veces nace una especie de egoísmo, que no tiene una raíz moral contraria a la generosidad, sino que es necesario para sobrevivir.
Sin embargo, para poder tener el equilibrio dentro de uno mismo es necesario poner el foco de atención también hacia fuera, en el exterior. Contactar con la realidad y dejarse afectar por las personas para poder decidir en consecuencia, y en coherencia, con la naturaleza real de las cosas.
No se trata de tener la casa cerrada, las persianas bajadas y la luz apagada, sino de decidir quién entra en nuestra morada interior y quién no, hasta dónde entra y para qué. Para facilitarte esta toma de decisiones, dominar (señorear) tu vida y elegir lo bueno para ti, puedes observar, mirar, considerar y reflexionar, y después decidir en consecuencia. Estas preguntas a continuación te ayudarán a ejercitarte, al principio quizá como un análisis de laboratorio, pero luego lo harás de forma natural.
1.- ¿Quién hay o qué hay? Alguien que pide algo. Una situación que pide que se intervenga. Un ambiente que parece obligar a reaccionar de una determinada manera. Expectativas sobre mí.
2.- ¿Qué es o quién es? Describe la situación, la persona, el ambiente, las circunstancias y el tipo de relación: pastoral, institucional, familiar, filial, laboral, amistosa.
3.- ¿Qué tiene que ver conmigo? Aquí tienes un filtro para priorizar. Dependerá de si es una persona, una situación, algo material; si es muy querida para mí o que depende de mí por los motivos que sean; en qué medida me he comprometido antes o si es algo novedoso. Por ejemplo, no es lo mismo que te pida dinero un señor por la calle que tu hermana pequeña, que sea un asunto de tu pastoral o del barrio, que tú seas responsable por compromiso previo o que sea de nuevas.
4.- ¿Qué pide? Los demás tienen “derecho” a pedirnos lo que les parezca oportuno. Ante el vicio de pedir, tenemos la virtud de no dar. No depende de nosotros que nos pidan más o menos, cada quién que pida lo que le parezca, que ya decidiré yo cómo respondo.
5.- ¿Qué necesita? Puede que la petición no coincida con lo que necesita. Un señor que te pide dinero por la calle, puede que necesite un trabajo o formación. Un sistema que te pide que hagas lo de siempre puede necesitar un cambio por tu parte. Esto nos sirve de nuevo como coeficiente de ajuste para comprender mejor la situación y lo que finalmente vamos a elegir para dar o no dar.
6.- ¿Qué sé dar? Si sé o no sé darle lo que pide y/o necesita, nos ayudará también a tomar la decisión de lo más bueno para mí, en equilibrio con lo bueno para el otro.
7.- ¿Qué le puedo dar? La plausibilidad de dar o no dar, también te sirve como medida.
8.- ¿Qué le quiero dar? Independientemente de que yo tenga lo que me piden, se lo sepa dar y se lo pueda dar, tengo margen para decidir si se lo quiero dar o no, por los motivos que sean. Para poder elegir lo bueno para mí, es necesario tener también la posibilidad de no elegirlo. Elegir lo bueno no será obligado, sino querido.
9.- ¿Cómo lo quiero dar? En última instancia yo decidiré en qué modo y manera doy lo que se me está pidiendo, sea exactamente cómo lo pidieron o con las variaciones en intensidad, tiempos, medidas, etc., que vea yo oportunas.