Las personas con presión alta tienen un mayor riesgo cardiovascular. Concretamente, tienen tres veces más posibilidades de tener un problema coronario (como el infarto) y seis veces más de posibilidades de desarrollar insuficiencia cardiaca. Además, la hipertensión es el primer factor de riesgo para las enfermedades cerebrales, y un factor importante en las renales.
Pero no se asuste si tiene usted la tensión elevada: el riesgo disminuye con un tratamiento correcto y mantenido.
La presión arterial es la fuerza que ejerce la sangre sobre las paredes de las arterias. La presión sistólica (la “máxima”) indica la presión producida por la contracción del corazón; la diastólica (la “mínima”) indica la “distensibilidad” o el tono del sistema vascular. La sangre se mueve gracias a esta diferencia de presión.
Se habla de hipertensión cuando la presión (tensión) arterial está por encima de 140/90 mmHg; pero ya a partir de 120 mmHg de TA máxima y de 80 mmHg de mínima existe una continua y creciente relación con la mortalidad por enfermedades vasculares del corazón o del cerebro. Se considera alta también en niveles inferiores en el caso de los diabéticos y de los pacientes que han padecido algún problema cardiaco.
Ya que la presión puede variar según las circunstancias, a veces es necesario repetir la medición varias veces. Pero la elevación permanente de la presión traduce una situación anómala de las arterias, que pierden parte de su elasticidad y así obligan al corazón a realizar más esfuerzo para expulsar la sangre a mayor presión. Con ello, se produce una hipertrofia del músculo cardiaco, que deriva en problemas cardiacos, renales y cerebrales e, incluso, en demencia.
En ocasiones, la tensión puede aumentar por una reacción de estrés; es la llamada “hipertensión emocional”. Una de sus variantes es la conocida como “hipertensión de bata blanca”, que se presenta en la consulta médica a causa del estrés ante la toma de tensión. Aun en el caso de que el estrés no sea un problema importante, tiende a repetirse en múltiples situaciones cotidianas y, al final, puede convertir en permanente la hipertensión. Por ello, estas personas habitualmente estresadas necesitan tomas periódicas de su tensión.
Como la hipertensión es crónica, requiere seguimiento de por vida. En ocasiones puede ser suficiente con un tratamiento dietético y un aumento del ejercicio físico. Factores nutricionales que influyen en ella son la obesidad (se calcula que alrededor de un 25 % de los casos de hipertensión está relacionado con la obesidad), la falta de ejercicio y el exceso de sal o de alcohol. A menudo hay que utilizar también medicamentos, incluso varios fármacos asociados para lograr un control adecuado.
Es frecuente que el paciente se mida la tensión en su casa, con alguno de los aparatos electrónicos existentes en el mercado. Además de evitar así la hipertensión “de bata blanca”, eso favorece la deseable participación del paciente en el control de la enfermedad y de la eficacia de los fármacos, salvo en casos de personalidad ansiosa que lleve a medirse la tensión de forma obsesiva.
Los aparatos más fiables siguen siendo los clásicos de mercurio, pero los electrónicos evitan los problemas derivados de la toxicidad de ese material y son de fácil manejo y bajo precio. Conviene elegir los de brazo, pues los de muñeca son menos fáciles de usa correctamente. Los de dedo son poco precisos. El manguito o cámara inflable debe ser del tamaño adecuado, ni corto ni largo. La cámara debe cubrir el 80 % del perímetro del brazo, lo que evita lecturas falsamente altas. Todos los aparatos deberían revisarse al menos una vez al año. En cuanto al número de automedidas a realizar, se aconseja al menos tres días, realizando lecturas por duplicado en dos momentos del día (mañana y noche).
Médico especialista en Endocrinología y Nutrición.