Un sacerdote se enfrenta a diario a situaciones en las que hay personas que piden perdón a Dios y que perdonan las ofensas/deudas de otros pero ¿basta con la decisión de perdonar por un motivo sobrenatural para que la psicología también responda rápidamente? ¿somos capaces de perdonar de verdad a los enemigos y no guardar rencor? ¿no es una expectativa narcisista pretender amar hasta ese extremo? ¿se cambia la herida tan fácilmente en compasión, se transforma la ofensa en intercesión? ¿y el perdón a uno mismo?
Si te pisan el pie en el bus porque han dado un frenazo, es fácil perdonar. Si te buscan para hacerte el mal, lo hace alguien comprometido contigo, a quien quieres especialmente, o la institución a la que perteneces, es más difícil y la herida más honda. Atentado, infidelidades, traiciones, abandonos, incomprensiones, abusos, violencia y un largo etcétera de heridas en el hondón del alma.
Desde una perspectiva psicológica son conocidos los beneficios del perdón para la salud mental y hay muchos grupos de investigación que trabajan en ello porque desata de rencores en el ánimo, disminuye la obsesividad y libera del malestar. Es un acto que excede la justicia, implica la identidad de cada uno y potencia la libertad. Para que el perdón tenga estos beneficios es necesario recorrer todas las etapas del camino.
Es fácil caer en alguna trampa como ignorar el daño, evitar el conflicto, vengarse, ponerse una coraza, ser dominado por la amargura o la tristeza, simular que se perdona, proyectar el dolor en otra persona, renunciar a los derechos generados por la ofensa, mostrarse imperturbable y sin emociones, hacerlo como alguien moralmente superior, pretender que todo vuelva a ser como antes o exigirse la reconciliación.
El cardenal Raztinger explicó que es exigente: “El perdón cuesta algo, ante todo al que perdona: tiene que superar en su interior el daño recibido, debe como cauterizarlo dentro de sí, y con ello renovarse a sí mismo, de modo que luego ese proceso de transformación, de purificación interior, alcance también al otro, al culpable, y así, ambos, sufriendo hasta el fondo el mal y superándolo, salgan renovados”.
Los expertos proponen cuatro fases:
1.- Fase de descubrimiento.
Descubres el dolor generado y se expresan las emociones que tienes. Examinas las defensas que aparecen como negar que sea tan intenso, mirar para otro lado o culpar a factores externos. Se admite la posible vergüenza o las ganas de venganza. Te haces consciente del enorme gasto de energía emocional que consumes, de la repetición mental de la ofensa y de cómo te comparas con el agresor/a. El justo mundo en el que creías ha sido perturbado.
2.- Fase de decisión.
Quieres cambiar tus emociones, tu actitud ante lo que ha ocurrido y quiénes lo han realizado. Empiezas a considerar el perdón como una opción que puede interesarte y te acercas a este compromiso, al menos como una decisión cognitiva, aunque sigas con emociones desagradables. Separas al agresor de la agresión para poder señalar el mal y reconocer la dignidad de quien te ha ofendido.
3.- Fase de trabajo
Se inicia el proceso activo del perdón. Redefines y reconsiderar la identidad del ofensor, fomentas la empatía y compasión, promueves la asunción y aceptación del dolor, te haces consciente del regalo moral ofrecido.
4.- Fase de profundización
Buscas y encentras un significado que te de sentido a lo que estás haciendo. Tomas conciencia de ti mismo como alguien perdonado y que no está solo. Constatas que aparece un nuevo objetivo en la vida debido a la herida. Percibes que los afectos negativos han disminuido.
¿Es necesario que nos pidan perdón para poder perdonar? ¿es obligada la reconciliación? ¿tiene que ser todo como antes? Los especialistas sugieren que ni es necesaria la petición de perdón ni la reconciliación y que, precisamente por el perdón, las cosas no son como antes de la ofensa, ni como durante la ofensa ni como después de la ofensa sin perdón, son distintas.
Así, se renuncia a la venganza pero no al dolor ni a la justicia ni a la verdad; se aumenta la libertad personal, me hago más digno y dignifico al agresor/a. Establezco un nuevo modo de estar en mi vida. Cuando la actitud personal y la gracia de Dios no son suficientes para recorrer todas estas fases, es adecuado apoyarse en una terapia específica para perdonar.