El apego, como constructo psicológico, es el modo con el que alguien se vincula afectivamente a los demás. Habla principalmente de la seguridad de la persona en sí misma y en la relación con otros. Se desarrolla en los primeros años de vida gracias a la relación con los padres, y se enriquece, matiza y modifica posteriormente en la interacción con otras personas (hermanos, profesores, entrenadores, amigos, acompañantes espirituales, etc.) con los que también se vincula afectivamente.
Lo sano es desarrollar un apego seguro conforme se madura desde la infancia-adolescencia a la edad adulta en una familia funcional y estructurada con un estilo educativo que equilibra el control, la autoridad, el afecto y el cuidado. La figura de apego sano está disponible para atender las necesidades físicas y emocionales del niño y también valida las emociones y enseña a regularlas. Así la persona se comprende a sí misma como alguien válida, que es querida por sí misma, aprende a conocer las emociones y regularlas, adquiere herramientas para cuidarse y para enfrentarse al mundo y a las relaciones humanas sin miedo a que les abandonen o les sometan.
Para comprenderlo mejor haz el siguiente ejercicio: cierra los ojos e imagina una situación de peligro; después considera a quién llamarías para que te ayude y que reúna las siguientes características: tienes una conexión profunda, te ayuda a regularte emocionalmente, en la relación con esa persona encuentras tranquilidad, organización y fortaleza. El apego seguro sería la representación interna de este vínculo, que se convierte en una parte importante de la propia personalidad y permite sentirse capaz.
Está estudiado en investigaciones, y experimentado en la práctica clínica, que las personas con apego inseguro tienen mayor tendencia a tener problemas con las conductas sexuales, con las relaciones interpersonales y con el equilibrio afectivo.
De modo esquemático, se pueden observar cuatro áreas en las que se manifiesta la persona con apego seguro: 1.- presenta una estima personal sana, coherente, equilibrada; 2.- tiene relaciones afectivas ricas, vivas y ordenadas; 3.- resuelve los conflictos de forma serena, ni los evita huyendo ni se impone de manera hostil; 4.- comunica sus emociones y sentimientos, está cómodo con la intimidad entre personas.
A las personas con un apego seguro les resulta relativamente fácil intimar emocionalmente con los demás, están cómodas apoyándose o dependiendo parcialmente de otros y cuando los demás dependen o se apoyan en ella; no se preocupan si están solas o si no los aceptan. Sin embargo, quienes tienen un apego inseguro presentan dificultades para intimar aunque lo deseen, prefieren no hacerlo o están incómodos; no terminan de confiar en los demás, tienen miedo a que les hieran, les abandonen, a depender demasiado o a que dependan de ellos.
Estos mismos estilos pueden manifestarse en la relación con las figuras de autoridad o en la relación con Dios, al que pueden considerar como alguien cuidadoso y atento o como alguien distante, al que tienen miedo o de quien no te puedes fiar porque a veces está y a veces no.
En el acompañamiento espiritual se podrá apreciar en qué modo se relaciona con Dios y con el acompañante. Si se siente aceptado y querido de manera incondicional, protegido, contenido de forma estable y predecible; o si proyecta en ellos heridas o experiencias malas del pasado que hacen que vea a Dios como un castigador, controlador, ignorante de sus necesidades o hiperexigente. No obstante, la relación con Dios y/o con el acompañante también puede ser sanadora de esas malas experiencias previas y que sean figuras sanas de apego.
¿Qué puedes hacer al respecto como acompañante? Estar accesible y disponible. Ser referencia para su seguridad y potenciar su seguridad hacia otras personas, favorecer sus relaciones interpersonales, y el abordaje de situaciones desconocidas. Ser sensible a sus necesidades, responder con prontitud y atenderlas en la proporción que te corresponda. Validar sus emociones, tener una comunicación afectiva equilibrada y mostrar estabilidad emocional. Acoger, dar mensajes unívocos y coherentes, no dar siempre tu opinión, y dejar pasar algunos asuntos para recoger más adelante. Interesarte de verdad por sus asuntos, escuchar sin escandalizarte, y evitar la sobreprotección o el abandono.
Si tú personalmente percibes que necesitas potenciar tu seguridad personal en el modo en que te tratas a ti mismo, en cómo te relacionas con otras personas o con Dios, es un buen momento para verlo con tu acompañante espiritual y/o ayudarte con un profesional.