Cuanto sucede en el ecosistema podría trasvasarse al ámbito espiritual en una amplia metáfora. Cuando la humanidad recibió las llaves del planeta, en el “contrato” figuraba la obligación del cuidado y el trabajo respetuosos. Pero, enseguida, se olvidó del “Casero”, del “contrato” y de las ventajosas condiciones de arrendamiento.
El sacerdote sabe que resulta muy difícil cocinar evitando los plásticos que acompañan a los alimentos; o conducir por sus parroquias prescindiendo de los combustibles fósiles; o caldear casa, locales e iglesias con energías renovables; o cultivar productos ecológicos 100 % en la finca parroquial. Un “páter” se mantiene alerta porque muchos pretenden robar la Navidad o la Semana Santa, despojándolas de su genuinidad cristiana a base de consumismo y placer desordenado. Pero eso no le impide celebrar las fiestas de las Alianzas del Amor de Dios con sus hijos. Además le gusta que sus colaboradores y pobres cercanos sientan el abrazo cálido de la Iglesia con algún pequeño detalle que les hace llegar. Además, es un experto en aprovechar y reciclar materiales para las distintas actividades de su feligresía.
Los presbíteros siempre recordarán que la raza humana sigue sufriendo a causa de una grave contaminación: la del pecado original, que ha dejado un río putrefacto de consecuencias que emponzoña los campos de la felicidad humana allí por donde pasa. El “cambio climático” que más les convence se refiere a la necesidad de un corazón nuevo y unas nuevas relaciones interpersonales. El respeto, la paz, el perdón, la fraternidad… Jesucristo ideó el “medio ambiente” más saludable para sus hermanos.
Un buen pastor no cree en los “puntos de no-retorno” porque ha aprendido que nunca es demasiado tarde para aplicar la misericordia de Dios. Siempre hay una oportunidad para redimirse y comenzar de nuevo. Así lo vive en el Sacramento del Perdón. Eso sí: es consciente de que alguien ha de “apechugar” con las consecuencias, aunque no haya tenido la culpa. Se requiere reparación; la más importante ha tenido lugar en la Cruz, pero cada uno de los esfuerzos de hombres y mujeres puede asociarse a ese acto de amor y convertirse en el mayor ejercicio de “reciclaje”.
Un párroco dice “no” a los residuos humanos. Cuando la familia echó fuera de casa a uno de sus miembros (razones de peso no faltaban), D. Bonifacio le acompañó a buscar un techo; fue descubriendo su turbio pasado; trató de corregir algunos errores (con poco éxito, dicho sea de paso); y, sobre todo, no desapareció. Venancio, el emigrante, contaba historias inverosímiles en Venezuela. Nadie daba crédito. D. Fulgencio tampoco, pero escuchaba; acudió a visitarle al hospital tras un accidente de tráfico y allí su hijo le desveló que muchas cosas eran ciertas, aunque las narrase a su manera: “Trató a sus clientes mejor que a su familia; pero sí regentó ese comercio…”.
Cuando el padre Rafa recogía el automóvil en el taller, el mecánico le agradeció con emoción que hubiese visitado a todas las familias durante la época navideña; también a sus padres mayores. En esa localidad constataban que la soledad se iba colando en los domicilios del despoblado rural; que la gente recordaba con peligrosa melancolía a los que faltaban por esas fechas; que resultaba muy cuesta arriba infundirles esperanza y, ahora, hasta se les apreciaban nuevas ganas de seguir viviendo.
En un monasterio vivía recluido un sacerdote, apartado de la actividad pastoral por un delito de sangre. “Me lo merezco; no fui yo; fue el alcohol…”. El peso de la culpa no le impedía reconocer sus faltas. Impresionaba entrar en uno de los trasteros del claustro y comprobar la cantidad ingente de manualidades que había llegado a realizar. “Lo pasé muy mal. Me hicieron el vacío. Quería morirme. El médico descubrió que tenía un don para la escultura y me rogó que centrase en ello mi atención. Esta tarea y la visita de algunos compañeros sin prejuicios me salvaron la vida…”.
El “cambio climático” en la sociedad pasa por la oración. Ella misma, de por sí, se convierte en un clima que permite ver a Dios en los acontecimientos ordinarios y sentirse querido y acompañado. También pasa por la figura del sacerdote “paterno”, que hace presente a Cristo “hermano” en las vidas de muchas personas. Y lleva a las almas la Energía limpia de la Gracia, el Perdón, el Alimento Eucarístico, etc.