El nuevo año se estrena con la bendición sacerdotal del libro de los Números: “El Señor habló a Moisés diciendo: ‘Habla a Aarón y a sus hijos y diles: Así bendeciréis a los hijos de Israel, diciéndoles: El Señor te bendiga y te guarde, el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su gracia, el Señor alcance su rostro hacia ti y te conceda la paz’. Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel, y Yo los bendeciré”.
Así la Iglesia pide y comunica la bendición de Dios para todos sus hijos, y para todos los días del año que comienza. Y nos hace vislumbrar que, con el nacimiento de su Hijo, el Señor ha hecho brillar su rostro entre nosotros y se ha hecho presente en nuestra historia como Príncipe de la Paz. De él puede salir la verdadera paz que hoy imploramos para todos los pueblos de la tierra, con la intercesión de la Reina de la Paz, su Madre.
Nosotros, como pastores de Belén, nos acercamos a la Madre de Dios y la contemplamos junto a su esposo José. De ellos aprendemos a recostar a Jesús en el pesebre, que con el tiempo se convertirá en cuna, y luego en cama: entre los objetos de la vida diaria de la familia y de nuestro trabajo. Jesús en los lugares de la casa, entre los juegos de la infancia, las herramientas de trabajo.
Los tiempos de la vida familiar y social son habitados y vividos por el rostro de Dios que se ha hecho visible en el rostro humano del hijo de Dios, hijo de María. Miremos a María, a José y al niño y aprendamos de ellos a escuchar las palabras de Dios de boca de pastores desconocidos enviados por ángeles para mirar ese prodigio: la normalidad llena de Dios.
Nos asombrarnos por las visitas de Dios con sus mensajeros y por la grandeza de los pobres que la acogen y manifiestan. Guardamos ese asombro en el cofre del corazón, para sacarlo y nutrirlo durante los días de todo el año, de toda la vida, como María.
Miramos a José junto a María. Cuando se cumplieron los ocho días prescritos para la circuncisión, se le dio el nombre de Jesús, como lo había llamado el ángel antes de ser concebido en el útero. “Se le puso por nombre Jesús”: el evangelista usa la tercera persona en pasivo. El ángel le había dicho a María: lo llamarás Jesús; y así también a José: lo llamarás Jesús.
La fórmula en tercera persona revela la confianza mutua de los esposos, su profunda unidad. No fue sólo María quien le puso el nombre, ni sólo José; lo hicieron juntos. Hubo una concurrencia de ambos, como ya había sucedido con Isabel y Zacarías cuando dieron el nombre a Juan.
Así José se convierte en el padre legal de Jesús, y María manifiesta que ella es la madre de Jesús de una manera única en comparación con todas las mujeres de la historia de los hombres.
La homilía sobre las lecturas de santa María, Madre de Dios
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.