Esther me escribió desconcertada: “El domingo durante la homilía, el párroco echó pestes del mindfulness, sólo faltó decir algo malo de los psicólogos… Voy a explicarle que no viene del demonio, que es muy eficaz y que no es incompatible con la fe cristiana”. La Carta a los Obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana (Congregación para la Doctrina de la Fe, 15 de octubre de 1989) admite que “auténticas prácticas de meditación provenientes del Oriente cristiano y de las grandes religiones no cristianas, que ejercen un atractivo sobre el hombre de hoy, alienado y turbado, puedan constituir un medio adecuado para ayudar a la persona que hace oración a estar interiormente distendida delante de Dios, aunque le urjan las solicitaciones exteriores”.
Hay confusión. Los pacientes preguntan: “Me recomiendan hacer mindfulness, pero leo que las raíces son budistas y su medio la meditación oriental. Como cristiano, no sé si es adecuado”. Otro: “¿Estará condicionando negativamente mi relación con Dios por una técnica sincretista?”. La polémica es falsa: mindfulness y oración son dos actividades distintas. La primera es un ejercicio técnico que procura la atención plena sin juicio y con aceptación. Y la oración es un diálogo íntimo y profundo, de naturaleza personal y comunitaria, en el que el ser humano se abre libremente al Dios trascendente, y en el que se encuentran dos libertades.
Hay quien hace mindfulness a una hora y oración en otro momento, quien los solapa porque le centra para abrirse a Dios, o quien hace sólo una de las dos. La oración puede “tomar de las diversas técnicas de meditación lo que tienen de útil, a condición de mantener la concepción cristiana de la oración, su lógica y sus exigencias”.
El mindfulness no sustituye a la oración
Para el cristiano, dice la Carta citada, el “modo de acercarse a Dios no se fundamenta en una técnica […]. La auténtica mística cristiana nada tiene que ver con la técnica: es siempre un don de Dios, del cual se siente indigno quien lo recibe”. El mindfulness no sustituye a la oración, y puede complementarla. Se puede utilizar mal, como quien abusa de una App para rezar o sustituye el orar por experiencias relajantes.
Pero ha mostrado su eficacia, en la experiencia clínica y en los estudios académicos, en la mejoría de la salud física y mental, por la vía de la reducción del estrés y de la ansiedad. ¿Es esto contrario a la fe? Hay quienes así opinan y dicen: “¿Cómo puedes confiar en una técnica que intenta suprimir el dolor humano? ¡Eso va en contra del camino de la Cruz!”. Supongo que están también contra el ibuprofeno.
Una amiga bautizada, sin formación ni práctica cristiana, haciendo mindfulness, escuchó sin voz dentro de ella: “Tienes un templo dentro de ti”. Sorprendida preguntó a dos amigos con fe. Ambos contestaron lo mismo: “Pues claro, es la Trinidad que te está buscando”. Parece lógico que atender al presente te pueda facilitar, si quieres, conectar con Aquel que siempre está en presente.
El mindfulness puede ser un paso previo antes de ponerse en la actitud de abrirse a Dios, de esperarle, de aceptarle. Promueve la aceptación, algo que para un cristiano puede ser camino de imitación del fiat de la Virgen María o de la aceptación que hace Jesucristo de la Pasión. Anima a no juzgar, lo cual resuena con diversos pasajes del Nuevo Testamento. No obstante, pregunta a tu acompañante espiritual si, para ti, puede ser una acción beneficiosa previa a la oración.
La actitud de la persona, la intencionalidad, la apertura a un Dios personal, y a la presencia de la Trinidad, etc., son elementos que nos pueden orientar para integrar el mindfulness en la práctica de vida cristiana y observar qué frutos da, si ayuda a querer más a los demás o ensimisma. “Toda oración contemplativa cristiana remite constantemente al amor del prójimo, a la acción y a la pasión, y, precisamente de esa manera, acerca más a Dios”, dice también la Carta sobre la meditación cristiana.
A imagen y semejanza de Dios
Ser a imagen y semejanza de Dios puede asustar a algunos, que temen que el poder otorgado por Dios al hombre le confunda y quiera ser Dios, pero la historia ya nos ha mostrado que la represión de la verdad -en este caso, de la potencia espiritual del ser humano- no suele traer beneficios. San Ignacio de Loyola, quien enseñaba a rezar con la respiración, o san Juan de la Cruz, que supo desembarazarse de lo temporal y no embarazarse con lo espiritual, abrieron ya camino para integrar cuerpo y espíritu, sin miedo.
Animo a considerar los beneficios que puede traer: reflexión, aceptación, disminución de los juicios, serenidad, conocimiento personal, etc. Cada quien decidirá qué hace con lo conseguido, si se lo queda para él o lo comparte con otras personas humanas, angélicas o divinas.