El Misal Romano presenta tres prefacios para el tiempo de Navidad, no vinculados a días concretos, sino para ser utilizados a lo largo de todo este tiempo litúrgico. El primero ya desde su título –De Christo luce– centra la atención del creyente en la luz que es Cristo.
Éste es el texto del primer Prefacio de Navidad. En días sucesivos veremos los dos restantes:
En el misterio del Verbo hecho carne ha aparecido a los ojos de nuestra mente la luz nueva de tu resplandor porque conociendo visiblemente a Dios por él somos ganados al amor de las realidades invisibles.
«Quia per incarnáti Verbi mystérium nova mentis nostræ óculis lux tuæ claritátis infúlsit: ut, dum visibíliter Deum cognóscimus, per hunc in invisibílium amórem rapiámur».
Primer Prefacio de Navidad, en español y en latín
El tema de la luz está muy presente en los formularios para la celebración de la Navidad. Por citar sólo algunos ejemplos, en el formulario para la Misa de la noche de Navidad, la oración colecta se abre con una referencia a la luz verdadera («veri luminis illustratione»); lo mismo ocurre con la oración colecta para la Misa de la aurora, en la que se menciona la luz nueva del Verbo encarnado.
La primera lectura de la Misa de la Noche cita el oráculo de Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; brilló una luz sobre los que habitaban en tierra de tinieblas” (Is 9,1); así como el salmo responsorial de la Misa de la Aurora, que está tomado del Sal 96 (97): “Amaneció una luz para los justos”.
Luz, pues, pero evidentemente no una luz natural, no la luz del sol o de la luna; una luz nueva, dice el Prefacio, porque no se ha visto nunca antes: es la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre y que por fin ha venido al mundo (cfr. Jn 1,9); es nueva, además, porque es portadora de novedad: sólo en el Verbo encarnado el hombre se renueva definitivamente; el que nace es el Hombre nuevo, cuya naturaleza está desde ese momento totalmente renovada, porque ha asumido la naturaleza divina.
Todo comienza en la Navidad del Señor
La referencia a la luz nos proyecta directamente a la Vigilia Pascual, con su lucernario, el rito mediante el cual la luz de Cristo («Lumen Christi») atraviesa las tinieblas del mundo y abre a los hombres el camino de la salvación.
Todo comienza aquí, en esta Navidad del Señor, que manifiesta la claritas de Dios («nova lux tuae claritatis»). No se trata de un mero brillo o resplandor, sino de una verdadera referencia a la divinidad de Cristo: en efecto, claritas es una traducción del griego doxa, a su vez traducción del hebreo kabod, que indica la gloria de Dios que se manifiesta de modo particular en los acontecimientos de la salvación. Se afirma, pues, que en esta noche santísima se manifestó la gloria misma del Altísimo: Jesucristo es “el resplandor de su gloria («dóxes autoû») y la huella de su sustancia” (Hb 1, 3).
Manifestación visible de Dios
Tal grandeza ha resplandecido ante los ojos de nuestra mente («mentis nostræ óculis…infúlsit») por el misterio del Verbo encarnado («per incarnáti Verbi mystérium»). La locución “oculis mentis” indica que el misterio del Verbo sólo puede conocerse en su profundidad a través de la fe; de hecho, indica los ojos del alma y abre al juego de referencias cruzadas de la segunda parte del prefacio embolismo, todo ello jugado sobre el paralelismo antitético visible-invisible.
En efecto, el misterio del Verbo encarnado es la manifestación visible de Dios (“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9): en Cristo y gracias a Cristo tenemos la revelación definitiva de la esencia misma de Dios. Y precisamente conociendo a Dios a través de Jesucristo podemos extasiarnos hacia el amor de las realidades invisibles, es decir, de Dios mismo. Esto expresa el poder de la revelación, que no es mero conocimiento intelectual, sino relación con una Persona, que se hizo carne, se hizo niño, para que pudiéramos conocerle y amarle.
Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma)