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La práctica religiosa en Auschwitz: la fe que las cámaras de gas no pudieron matar

Aunque la gran mayoría de los internados en Auschwitz eran judíos, también hubo un número significativo de católicos, principalmente polacos. Muchos de ellos lograron practicar su fe en la clandestinidad, dejando testimonios que revelan la fortaleza del espíritu humano ante la adversidad.

José M. García Pelegrín·31 de diciembre de 2024·Tiempo de lectura: 5 minutos
Auschwitz

Auschwitz, el nombre alemán de la población polaca de Oświęcim, se ha convertido en el símbolo más reconocible del genocidio nacionalsocialista (Holocausto/Shoa). En el complejo que comprende el campo principal, Auschwitz I, y el campo de exterminio Auschwitz II-Birkenau, ubicado a tres kilómetros del original, fueron asesinadas aproximadamente 1,1 millones de personas.

Del total de más de 5,6 millones de víctimas del Holocausto, un millón de judíos perdieron la vida en este lugar. El campo fue liberado por las tropas del Ejército Rojo el 27 de enero de 1945.

Sin embargo, en Auschwitz no solo fueron recluidos judíos, sino también gitanos, homosexuales y polacos, muchos de ellos intelectuales, incluidos numerosos clérigos. Entre 1940 y 1945, al menos 464 sacerdotes, seminaristas y religiosos, así como 35 religiosas, fueron deportados a Auschwitz desde Polonia y otros países de Europa ocupada: Francia, Chequia, Austria, Países Bajos y Alemania. La mayoría de ellos perdió la vida en Auschwitz y en otros campos a los que fueron trasladados posteriormente.

En septiembre de 1940, tras la intervención del Nuncio Apostólico en Berlín, Monseñor Cesare Orsenigo, ante el gobierno nacionalsocialista, se produjo una cierta concentración de clérigos en el campo de Dachau.

De los 2.720 clérigos internados, 1.780 eran polacos, y 868 de ellos perecieron en el campo. Esto no significa que dejaran de enviarse clérigos a Auschwitz; las deportaciones continuaron en los años posteriores, como lo confirman los relatos de los internos y los documentos conservados.

Documentos sobre la vida religiosa

En los campos de concentración, bajo la dirección de las SS —una organización particularmente anticristiana dentro del régimen pagano del nazismo—, estaba terminantemente prohibida cualquier actividad religiosa, y la posesión de objetos de culto era castigada con extrema severidad. Sin embargo, estas prohibiciones no lograron impedir la celebración de actos de culto ni la administración de sacramentos; la página web oficial del “Museo Auschwitz-Birkenau” documenta numerosos testimonios al respecto, respaldados por sus correspondientes fuentes.

Es un hecho documentado que, especialmente en Dachau, donde se concentraba un número considerable de sacerdotes en la denominada “barraca de los curas 25487”, se celebraron misas clandestinas. Para estas celebraciones, se utilizaban hostias y vino sacramental que eran introducidos secretamente por trabajadores civiles. En este campo, incluso tuvo lugar la ordenación sacerdotal de Karl Leisner, el 17 de diciembre de 1944. 

Confesiones en Auschwitz

En los campos de concentración también se realizaron confesiones con frecuencia. Los reclusos recordaban el profundo alivio y consuelo que experimentaban tras confesarse, aunque debían hacerlo de forma discreta. Karol Świętorzecki, prisionero número 5360, describió su confesión en Auschwitz: “A finales del otoño de 1940, me confesé ante un sacerdote después de ser trasladado al bloque nº 2. Más tarde me enteré de que en el bloque vecino, el nº 3, había un sacerdote jesuita. Lo encontré y le pedí que me confesara, lo cual ocurrió tras la lista de la tarde, junto a la pared del bloque nº 3. El sacerdote me preguntó si podía comunicar algo a su superior en el monasterio jesuita de Varsovia, en caso de que me liberaran del campo. Cumplí su petición”.

Cuando los sacerdotes fueron trasladados de Auschwitz a Dachau, “las despedidas y confesiones no tenían fin”, según el testimonio del padre jesuita Adam Kozłowiecki. Otro recluso, Władysław Lewkowicz, relata haberse confesado con el padre Maximiliano Kolbe. Además de impartir confesiones, los sacerdotes distribuían la comunión entre los reclusos que lo solicitaban. En algunas ocasiones, las SS descubrieron estas prácticas, y el castigo consistía en 25 latigazos, como testificó Paweł Brożek.

En Auschwitz, también fueron bautizados niños nacidos en el campo, ya que algunas de las mujeres llegaron embarazadas. Estas criaturas apenas tenían posibilidades de sobrevivir. En tales circunstancias, las comadronas del campo bautizaban a los recién nacidos con el permiso de sus madres.

Maria Slisz-Oyrzyńska, prisionera número 40275, relata uno de estos bautizos: “En la noche del 5 al 6 de diciembre de 1943, nació el primer niño en nuestro bloque 17. La madre era una mujer polaca de Sosnowiec. Dio a luz a un niño, y el parto fue asistido por Stanisława Leszczyńska, una comadrona de Łódź. Cuando nació el niño, me dijo: ‘y ahora vamos a bautizarlo’. Yo fui su madrina, el primer ahijado de mi vida; la madre quería que se le bautizara con el nombre de Adam. Pronunciando las palabras adecuadas, Stanisława Leszczyńska bautizó al pequeño Adam”. Otro testimonio recuerda que, cuando se acercaba el frente, la señora Leszczyńska “de repente vino corriendo y dijo que tenía que le llevaran a todos los niños que aún no habían sido bautizados, para bautizarlos”.

En Auschwitz, sorprendentemente, también se celebró algún matrimonio. Anna Kowalczykowa recuerda una celebración de este sacramento: “Al salir del ‘hospital’, todavía estaba débil. Sin embargo, volví a mi trabajo en la cocina. Recuerdo que un día la capo Zofia Hubert irrumpió en la cocina y dijo: ‘venid: Irka Bereziuk… se va a casar’. Salimos. Irka estaba de pie junto a la valla que separaba el campo de los hombres del de las mujeres, y del otro lado estaban Mietek Pronobis y otro preso, que era un cura. Irka y Mietek estaban cogidos de la mano a través de la alambrada, y el preso que estaba junto a Mietek los estaba bendiciendo”.

Además de los sacramentos administrados, en Auschwitz se formaron grupos dedicados a la oración comunitaria. Sylwia Gross testimonia: “En mayo de 1944, organicé las devociones de mayo en alabanza a la Santísima Virgen María en mi bloque hospitalario. Una de las convalecientes dibujó una figura de la Virgen María en cartulina blanca y yo le coloqué sobre la cabeza una corona de rosas blancas que hice con papel de seda. Dispuse mi rosario en forma de corazón cerca de ese cuadro. Junto a esta capilla provisional, cantamos las canciones de mayo”.

Afrontar la muerte

Maria Slisz-Oyrzyńska también dejó constancia de las oraciones colectivas de las reclusas en el rosario, las frecuentes plegarias por los moribundos y una cruz que poseía una de las reclusas: “Cuando llegaba octubre, rezábamos el rosario por las tardes. Cuando una mujer polaca se moría, rezábamos la oración por los moribundos. Una noche, en noviembre de 1943, había una monja polaca agonizando en una de las literas; no sé por qué milagro poseía una cruz, que sostenía en la mano. Conscientemente rezaba con nosotros la oración por los moribundos. Admiré su valentía y paz en ese momento. Había una mujer yugoslava agonizando en la litera de al lado y a su alrededor también había mujeres yugoslavas de pie rezando en su idioma.

Algunos clérigos de las parroquias cercanas a Auschwitz se comprometieron activamente en la atención a los internados. Aunque el comandante, Rudolf Höss, rechazó la petición del obispo de Cracovia, el cardenal Adam Sapieha, para celebrar una misa en Navidad, argumentando que violaba el reglamento del campo, el sacerdote Władysław Grohs, detenido por actividades clandestinas y encarcelado en Auschwitz, destacaba el gran compromiso del clero de las parroquias de Auschwitz y las cercanas en asistir a los internos, proporcionándoles alimentos, vasos litúrgicos y las especies necesarias para celebrar misa. Para coordinar estas actividades, se estableció un Comité clandestino de Ayuda a los Presos Políticos del Campo de Auschwitz, presidido honorariamente por el canónigo Jan Skarbek, quien extendió su labor a otras parroquias, motivando al clero y a los feligreses a ofrecer su ayuda.

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