Argumentos

Para entender la Iglesia en Holanda

Comenzamos una serie de artículos sobre el cristianismo holandés. En este primer artículo una síntesis de los orígenes del cristianismo en los Países Bajos, la reforma protestante y el resurgimiento de los católicos hasta 1940.

Enrique Alonso de Velasco·6 de noviembre de 2024·Tiempo de lectura: 7 minutos
Países Bajos

Iglesia de San Nicolás, Ámsterdam. @WikipediaCommons

Los Países Bajos, país conocido popularmente como Holanda, son tierra de contrastes: a pesar de apenas contar con recursos naturales, es una gran potencia económica gracias al desarrollo técnico y la capacidad de trabajo de su población, 18 millones de habitantes que viven en una superficie doce veces menor que España. La densidad de población es una de las más altas del mundo. 

Una quinta parte de la superficie del país está bajo el nivel del mar y ha sido ‘conquistada’ al mar a lo largo de los siglos. Gran parte del país es un delta en el que desembocan, entre otros ríos, diversos brazos del Rin y el Mosa. A pesar de la pobreza de su suelo arenoso, Holanda cuenta con una producción agrícola considerable gracias a avanzados métodos de cultivo.

Orígenes históricos

La lucha contra el mar y, más en general, el control del agua en los innumerables canales, ríos y lagos, han forjado el carácter holandés. Su historia está hecha por el mar. Antes de que los habitantes de estas tierras construyeran los primeros diques, escribía el historiador romano Plinio el Viejo (47 d.C.):

«Dos veces al día, una vasta marea oceánica barre una gran extensión de tierra y zanja la eterna disputa sobre si esta región pertenece a la tierra o pertenece al mar. Allí, esos pueblos viven en montículos o en plataformas construidas sobre el nivel más alto al que llega el mar. En ellas han construido sus chozas y, cuando la marea está alta son como marineros en sus barcos, pero cuando baja parecen más bien náufragos, ya que alrededor de sus chozas cazan peces que se retiran con el mar. (…) Cogen barro a mano, lo secan al viento y luego al sol, y utilizando esta tierra como combustible [turba], calientan su comida y sus mismas entrañas, heladas por el frío del norte. Y tales pueblos dicen ser esclavizados cuando son conquistados por el pueblo romano». 

Plinio no podía entender por qué los habitantes de la zona costera de la actual Holanda y Alemania (los frisones) no querían salir de su precariedad de vida y convertirse en súbditos del Imperio Romano. Y efectivamente nunca lo fueron. Cuando los romanos en el siglo V abandonaron estas regiones, dejando paso a diversos pueblos bárbaros, los frisones continuaron siendo independientes. Solo siglos más tarde empezaron a mezclarse gradualmente con los francos y otros pueblos, manteniendo una gran autonomía en las zonas costeras.

Cristianización de las tierras

Aunque el sur del actual país fue cristianizado ya en el s. IV, no fue hasta tres siglos después cuando el monje inglés San Willibrordo desembarcó en el norte del país para evangelizar a los frisones. Aun así, los habitantes de las zonas costeras mantuvieron bastantes costumbres paganas; duró siglos hasta que la cultura fue realmente cristianizada. Varios misioneros, entre ellos San Bonifacio (+ 754), fueron asesinados en Frisia.

Ya probablemente desde el s. X cada región cuidaba sus diques, con un sistema eficazmente organizado de representantes populares que, con gran autonomía respecto a las autoridades centrales y regionales, realizaban sus funciones de control de calidad y manutención. La primera «Junta de Aguas» (Waterschap) del delta del Rin fue erigida en 1255, reuniendo diversas pequeñas asociaciones locales. Actualmente existen 21 de dichas «Juntas» en todo el territorio nacional. 

Eligiendo a sus directivos por elecciones directas, estas «Juntas» se cuentan entre las instituciones democráticas más antiguas aún existentes en Europa; al estar al servicio de las comunidades locales velando por su seguridad, contribuyeron sobremanera a desarrollar una mentalidad práctica, solidaria y autosuficiente a la vez, con cierta aversión al centralismo y la acumulación de poder. Estas características han forjado el modo en que los holandeses a lo largo de la historia lucharon por lo que consideraban sus derechos, ya fuera en el terreno político, económico, o en lo referido a las ideas, la moralidad y la religión.

La naturaleza de los holandeses

Podríamos decir que el modo de ser holandés se caracteriza por un gran amor a la libertad (a veces rayando el individualismo), anti-centralismo y pragmatismo. Son más pragmáticos que intelectuales. También tienen una tendencia moralizante, en la línea del dicho popular: «país de pastores [predicadores protestantes] y comerciantes».

La importancia que los holandeses confieren a su derecho de autodeterminación (también económica) fue sin lugar a duda una de las razones por las cuales la sublevación de los Países Bajos tuvo tanto éxito cuando Felipe II exigió una lealtad total, expresada en el pago de impuestos elevados para financiar las múltiples guerras. El apoyo a la revolución no parece haber estado determinado principalmente por factores religiosos, ya que gran parte de las provincias que se separaron del monarca siguieron siendo mayoritariamente católicas hasta mucho después.

Llegada del protestantismo

La reforma protestante en Holanda fue fundamentalmente de corte calvinista. Más que los luteranos, fueron los calvinistas los que apoyaron con más fervor los intereses de Guillermo, Príncipe de Orange y líder de la sublevación contra Felipe II. En 1573, Guillermo, presionado por los líderes calvinistas más radicales y contra su tendencia tolerante, prohibió el culto católico en las dos primeras provincias que consiguió sustraer a la autoridad española.

En 1581, las siete provincias más septentrionales se independizaron y formaron los Estados Generales, que gobernarían el conglomerado de provincias unidas en la República Federal. Aun sin ser un gobierno confesional, la Iglesia Reformada Holandesa y sus miembros gozaron de una posición privilegiada, mientras otros grupos –católicos, judíos y anabaptistas entre otros– sufrían discriminaciones.

Aun así, los católicos holandeses siguieron siendo mayoría hasta bien entrado el siglo XVII sumando el total de la población de las siete provincias septentrionales. Los que se mantuvieron católicos pasaron a ser ciudadanos de segunda clase. Aunque en general no se les forzaba a pasar al calvinismo, sí que sufrieron bastantes discriminaciones: no les estaba permitido acceder a estudios, no podían ejercer ninguna función pública, no podían celebrar su culto públicamente y estaba prohibido tener jerarquía eclesiástica y tener contacto con sacerdotes.

Tierra de misión

La actual Holanda se convirtió a todos los efectos en ‘tierra de misión’, atendida por clérigos o religiosos más o menos clandestinos que dependían del Nuncio Papal en Colonia o Bruselas. Tras décadas sin apenas contacto con sacerdotes y sin muchas posibilidades de celebrar el culto católico, se fue dando paulatinamente el paso de una parte mayoritaria de los católicos al calvinismo en el norte de los Países Bajos.

¿Y qué ocurrió en el sur? La discriminación de los católicos fue llevada a cabo también en las provincias meridionales, que fueron anexionadas más tarde por la República y que formaban una zona fronteriza con las regiones que quedaron bajo gobierno español, en la actual Bélgica. Estas provincias del sur de los Países Bajos, Limburgo y Brabante, cuyas capitales son Maastricht y ‘s-Hertogenbosch, sí que se mantuvieron mayoritariamente católicas hasta finales del s. XX. Sin embargo, el calvinismo como forja cultural tuvo gran influencia en toda la mentalidad y cultura holandesas, también en estas zonas predominantemente católicas.

EL siglo XIX

La ocupación francesa (1795-1813) dio fin a la república de los Países Bajos. Napoleón devolvió a los católicos –al menos legalmente– algunos derechos civiles y religiosos. Ante la ley, los católicos y otros grupos minoritarios dejaron de ser ciudadanos de segunda categoría, e incluso hubo algún intento de restaurar la jerarquía. Pero este proceso de emancipación duraría todavía muchas décadas. Tras más de dos siglos de opresión, la parte católica de la población estaba formada principalmente por campesinos y comerciantes con escasa cultura, influencia o poder económico. En 1815, por deseo de los gobernadores de las diferentes provincias y con gran apoyo popular, Holanda pasó a ser una monarquía constitucional, con Guillermo I como rey (descendiente del insurrecto Príncipe Guillermo de Orange).

Cuando en 1853 se restauró la jerarquía, la emancipación de los católicos (que entonces formaban el 38% de la población) recibió un nuevo impulso. Para superar el atraso económico y cultural con respecto a sus conciudadanos protestantes, debían ayudarse mutuamente, tarea que acometieron con destreza. Guiados por sus recién nombrados obispos, y apoyados por numerosas órdenes y congregaciones religiosas, pusieron literalmente manos a la obra: construyeron entre 1850 y 1920 unas 800 iglesias, fundaron colegios y hospitales, editaron periódicos y comenzaron una radio católica.

Primera mitad del s. XX

En 1923 erigieron la Universidad Católica de Nimega, y desde comienzos del siglo XX se organizaron con éxito para ser representados en el parlamento: el primer católico que llegó a ser primer ministro entró en funciones en 1918 y el partido católico que representaba, participó en todos los gobiernos del país entre 1918 y 1945.

En algunos casos, este resurgir de los católicos y el aumento de su influencia en la sociedad, resultó en desasosiego e incluso protestas por parte del «establishment» protestante, que se sentía amenazado por ese bloque que hasta ese momento no tenía visibilidad ni voz ni voto, pero que se estaba convirtiendo en una fuerza innegable a todos los niveles.

Burbujas sociales

Los católicos, por su parte, se sentían amenazados no sólo por los grupos protestantes, sino también por otros de corte ilustrado, liberal o socialista. Fue por eso que los católicos empezaron a crear instituciones confesionales para protegerse y ayudarse mutuamente. Así pensaban crear un contexto adecuado para vivir su fe y facilitar su desarrollo y emancipación. La asistencia a Misa, la recepción de los sacramentos y el alto nivel de natalidad, llegaron a niveles insospechados e impensables en la mayoría de los países católicos.

Así, los católicos fueron construyendo un muro social alrededor de ‘su mundo’ y se fueron aislando progresivamente, viendo a los no católicos como extraños y competidores, si no como enemigos. Las nombradas instituciones con el predicado «católico» abarcaron no sólo aspectos religiosos, sino también la educación y la cultura, e incluso poco a poco todos los terrenos de la sociedad: la prensa, radio y televisión, el campo sindical o del trabajo, los gremios, la política, e incluso las actividades de recreo y deportivas.

Esto, que –aunque en menor medida– también se verificó entre los liberales, los socialistas y los protestantes, dio lugar a las llamadas «columnas»: sectores o porciones de la población autosuficientes que vivían sin apenas contacto con los demás grupos de la población (las otras «columnas»). Protestantes, liberales, socialistas y sobre todo católicos, se agrupaban así desde la cuna hasta la sepultura, y se distanciaban de los otros grupos de la población. Estas columnas eran lo que hoy en día llamaríamos burbujas sociales.

Columnización: el proceso por el cual la sociedad holandesa en su casi totalidad se fue segregando de modo más o menos espontáneo y libre en diversos grupos –o columnas–: católico, protestante y, en menor medida, liberal y socialista.

Poder humano

Según el famoso historiador católico Louis Rogier, parte importante de la identidad de un católico holandés en la primera mitad del s. XX consistía en esto: «no soy protestante». Esto se traducía en un control social eficaz que inconscientemente favorecía la mentalidad de grupo. ¿Y quiénes eran los líderes del grupo? Sobre todo, sacerdotes y religiosos, ya que la mayoría de los laicos no estaban bien formados y preparados. Efectivamente, gran cantidad de clérigos no solo dirigía parroquias u otras instituciones religiosas, sino también formaba parte de cuerpos directivos y asesores de periódicos, cadenas de radio y tv, partidos políticos, sindicatos, etc.

El resultado no sorprende: un grupo o proyecto bastante uniforme de presión política, social y mediática. Era lo que se llamaba «la Causa Católica» («de Roomsche Zaak») en la que la vida espiritual fue pasando paulatinamente a un segundo plano y el movimiento social de ayuda a los católicos a un primero. Como consecuencia, la Iglesia en general y el clero en particular adquirió mucho poder, que normalmente usaba para ayudar a la población católica, pero no exclusivamente en el terreno espiritual. En algunos casos se dieron excesos y partidismos, y se creó un espíritu de grupo que fácilmente podía asfixiar el legítimo deseo de libertad en asuntos temporales. Fue frecuente la intromisión del clero en asuntos temporales, que si bien estaban relacionados con «La Causa Católica», podían desdecir de su misión espiritual.


Próximos artículos

En un siguiente artículo veremos cómo la «columnización» en Holanda, con las consiguientes injerencias del clero en la vida social, política, familiar y personal de los católicos, –en el mejor de los casos– no favoreció el desarrollo de la libertad interior en los católicos, especialmente en lo que se refiere a su práctica religiosa.

El autorEnrique Alonso de Velasco

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