El tercer Prefacio de Navidad es, en su conjunto, fuertemente cristológico y está afectado por la polémica de la época en que fue compuesto. Es una fuerte afirmación de la verdadera fe contra arrianos, apolinaristas, docetistas, etc.
«Per quem hódie commércium nostræ reparatiónis effúlsit, quia, dum nostra fragílitas a tuo Verbo suscípitur, humána mortálitas non solum in perpétuum transit honórem, sed nos quoque, mirándo consórtio, reddit ætérnos».
En Él [hoy] resplandece a plena luz el sublime intercambio que nos ha redimido: nuestra debilidad es asumida por el Verbo, nuestra naturaleza mortal es elevada a la dignidad eterna, y nosotros, unidos a ti en maravillosa comunión, participamos de tu vida inmortal.
Prefacio III de Navidad
El Misterio de la Navidad se presenta aquí con el par de términos commercium-consortium: La Navidad es el misterio de este “maravilloso intercambio”:
“¡Oh admirable commercium! Creator generis humani, animatum corpus sumens, de Virgine nasci dignatus est; et procedens homo sine semine, largitus est nobis suam deitatem – ¡Oh maravilloso intercambio! El Creador tomó un alma y un cuerpo, nació de una Virgen; hecho hombre sin obra de hombre, nos da su divinidad’ [Ant. de Vísperas en la Octava de Navidad]” (CIC, 526).
El corazón del mensaje cristiano en la Navidad
Al fin y al cabo, aquí reside el corazón del mensaje cristiano: ese admirable intercambio entre lo divino y lo humano, gracias al cual Dios asumió la naturaleza humana para que nosotros pudiéramos participar de la naturaleza divina. Un intercambio desigual, realizado por el amor, don supremo de la gracia.
Y al mismo tiempo el Misterio de la Navidad es consorcio, participación, comunión. “Por la Encarnación, el Hijo de Dios se unió en cierto modo a todo hombre” (GS, 22).
Concreción de la Redención para cada persona
En torno a este par de términos gira todo el texto de la oración, que da gracias a Dios por el don recibido con una serie de paralelismos antitéticos: gracias a que nuestra fragilidad es asumida por el Verbo de Dios, la mortalidad humana no sólo es elevada a una dignidad perpetua, sino que cada uno de nosotros se hace también eterno.
Se percibe en estas expresiones el deseo de subrayar la concreción de la redención para cada persona individual: no es sólo la humanidad en abstracto la que es objeto de un honor sublime, sino que cada ser humano adquiere la inmortalidad que viene de Dios.
Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma)