La Navidad es un tiempo que todos vivimos de manera especial, pero ¿cómo se vive en clausura? ¿Es muy distinta la celebración entre los muros que la celebración en las calles? ¿Cómo se preparan las personas consagradas para la venida de Cristo?
Las clarisas reparadoras
Las monjas clarisas reparadoras del convento de san José (Ourense) cuentan cómo viven ellas estas fiestas tan especiales.
¿Cómo se preparan en clausura para el nacimiento de Cristo?
– «Nos preparamos, en primer lugar, con la Palabra de Dios contenida en las lecturas del oficio Divino, la Sagrada Escritura, los Sacramentos… Año tras año nos centramos en profundizar en estos riquísimos textos para acercarnos a la comprensión insondable del misterio de la Natividad de Cristo».
En las calles todo se llena de luces, música, escaparates llamativos… ¿Cómo podemos volver la mirada a lo importante en este tiempo litúrgico?
– «Todas esas manifestaciones de luces, sonido, villancicos, regalos, dulces…, son signos que nos hablan de un acontecimiento. Desde la fe, el más importante. Dios se acerca al hombre tomando nuestra naturaleza para salvarnos. Nos despierta tremendamente la forma en que lo hace: nace en una cueva de pastores, muere (o mejor dicho, lo matamos) en una cruz. ¿Por qué? “Contempladlo y quedaréis radiantes”.
¿Cambian las actividades y el horario que tienen en el convento cuando llega el Adviento y la Navidad?
– «En estas fechas se hace necesaria una remodelación del horario habitual que haga compatible el trabajo con nuestras obligaciones de vida contemplativa. Es la repostería, particularmente “el panettone” dulce de gran aceptación en estos momentos, el que obliga a esta adaptación».
¿Cuál es, desde vuestra perspectiva, el aspecto más importante de la Navidad?
– «Desde nuestra perspectiva y la de cualquier cristiano, sin duda, es la fe, único medio de ver a Dios, el aspecto más importante. Todo cobra su sentido desde la fe. Por supuesto, hacemos fiesta como en cualquier hogar que vive con esperanza, porque hasta este punto amó Dios al hombre y Dios no defrauda».
¿Tienen alguna recomendación que nos puedan hacer para prepararnos para acoger a Cristo?
– «Volver a la “Palabra de Dios” meditarla, orarla, es nuestra sugerencia. Por ejemplo:
a) Leer No 3-4 de la Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la divina revelación del Concilio Vaticano II.
b) No 48 de la Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II
c) Leer el libro de la Sabiduría en la Biblia.
d) Capítulo 12 de la Carta a los Romanos de San Pablo.
e) Finalmente “ORAR”, orar sin cesar. Pero ¿cómo? Cuando no es posible hacerlo de otra forma, con el “deseo”. “Todo mi deseo está en tu presencia”. Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo».
Segundo Monasterio de la Visitación
Por otro lado, las monjas de la Visitación cuentan que su “labor es pedir por las vocaciones en general, y por el mundo tan ateo como hoy día, lamentablemente, estamos padeciendo. El Adviento para nosotras es un tiempo de más recogimiento, ante la venida de nuestro Salvador y Redentor. La alegría que invade nuestros claustros no se puede comparar en nada con las fiestas de bullicio y de poco o nada que recuerden estas fechas».
Mercedarias de Cantabria
Desde el monasterio Santa María de la Merced en Cantabria, también han querido compartir su experiencia:
«En un convento de vida contemplativa, el tiempo de Adviento y Navidad, sin cambiar esencialmente nada, se vive como un amanecer, con una alegría y esperanza nueva. Se prepara la cuna y la canastilla del Niño que viene, a base de actos personales de virtud , oraciones, servicios fraternos, etc. La liturgia se vive con mayor intensidad, uniéndonos a la gran espera del pueblo de Israel, a la ansiedad urgente de nuestro mundo que, aún sin darse cuenta, está suspirando por un «Salvador o Libertador».
Toda esta ansia universal se hace viva en nuestra oración personal, comunitaria, litúrgica. El canto gregoriano de las antífonas de la «O» en la espera inmediata de la Navidad crean un clima de alegre espera y de silencio expectante que empapa toda nuestra vida cotidiana fraterna. También materialmente adornamos nuestro conventito con murales de Adviento, con suspiros oracionales de «Marana tha«, «Ven Señor Jesús», con música navideña para despertar por la mañana, etc.
Para nosotras lo más importante de la Navidad es que vivimos el Nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, que toma nuestra naturaleza humana para salvarnos y darnos ejemplo de vida. Es un hecho asombroso, de un amor infinito que llega a tal anonadamiento por puro amor al hombre caído, a cada uno de nosotros, que nos llena de asombro amoroso y nos lleva a una alegría y gratitud desbordante que se traduce en el ambiente coral, fraterno y también en «extras» de alimentación. Pues, como decían los monjes antiguos, las fiestas «en la Misa y en la mesa».
Todo ello nos lleva a compartir espiritual, litúrgica y materialmente con nuestros hermanos, con nuestras ayudas a personas necesitadas, con atender a visitas y llamadas telefónicas, tratando de compartir nuestra fe, nuestra alegría, nuestra gratitud al Dios Amor hecho Niño en Belén.
Mucha pena nos da el que en muchas familias se va apagando la fe y la alegría navideña cristiana y se va cambiando por fiestas paganas en las que ya no se recuerda el motivo de estas fiestas. Nuestro deseo y recomendación a las familias cristianas es que no se dejen arrastrar por corrientes que nada de bueno y profundo pueden aportar y que la unidad familiar se fortalece más alrededor de una mesa de hogar con villancicos, el Nacimiento y el calor de familia, que con tantos sucedáneos ofrece el mundo de hoy y no llevan a mejorar nuestra sociedad.
A todos deseamos que el Niño Dios nazca y crezca en vuestros corazones, en vuestras familias, en vuestras Parroquias y en vuestro ambiente social. ¡FELIZ NAVIDAD JUNTO AL NIÑO JESÚS; MARÍA Y JOSÉ!»
Navidad para todos
Las monjas en clausura nos recuerdan la importancia de fijar la mirada en lo esencial durante estos días de fiesta, recordando siempre que lo que estamos celebrando es el nacimiento de Jesucristo. La vida en clausura puede invitarnos a preguntarnos, junto a san Juan Pablo II: “¿Cómo ha nacido Cristo? ¿Cómo ha venido al mundo? ¿Por qué ha venido al mundo?” (Audiencia general, 27 diciembre 1978). El mismo Pontífice nos da la respuesta: “Ha venido al mundo para que lo puedan encontrar los hombres; los que lo buscan. Al igual que lo encontraron los pastores en la gruta de Belén. Diré más todavía. Jesús ha venido al mundo para revelar toda la dignidad y nobleza de la búsqueda de Dios, que es la necesidad más profunda del alma humana, y para salir al encuentro de esta búsqueda”.