El Concilio Vaticano II quiso fomentar la vida litúrgica de los fieles de modo que, a través de unos ritos y oraciones renovados y enriquecidos, pudieran participar en la Liturgia de manera consciente, piadosa y activa, como exige su sacerdocio bautismal. Para esto, en un momento posterior, diversos grupos de trabajo se encargaron de llevar a cabo la necesaria reforma, plasmando las enseñanzas teológicas y pastorales del concilio, acudiendo a las fuentes patrísticas y litúrgicas antiguas, y en un contacto mucho mayor con la Sagrada Escritura.
Un fruto maduro de ese trabajo son los libros que actualmente utilizamos para la celebración de la Santa Misa. En el caso del Misal Romano, en latín, ha conocido hasta cuatro ediciones sucesivas, siendo la última del 2008. La traducción de esta última edición al castellano depende de la Conferencia episcopal de cada país y su fecha de publicación es bastante más reciente.
Para dar a conocer algunas riquezas contenidas en este Misal promulgado por primera vez por san Pablo VI y luego por san Juan Pablo II, comenzamos esta serie de artículos dedicados a comentar las oraciones de los domingos del tiempo de Cuaresma. Trabajaremos con la oración llamada “Colecta”. Esta es la primera que pronuncia el sacerdote, como conclusión de los ritos iniciales, y tiene la particularidad de expresar el carácter propio de cada celebración.
Entrar en el “sacramento cuaresmal”
La Colecta del primer domingo de Cuaresma reza así:
Dios todopoderoso,
por medio de las prácticas anuales del
sacramento cuaresmal
concédenos progresar en el conocimiento
del Misterio de Cristo
y conseguir sus frutos con una conducta
digna.Concéde nobis, omnípotens Deus,
ut, per ánnua quadragesimális exercítia
sacramenti,
et ad intellegéndum Christi proficiámus
arcánum,
et efféctus eius digna conversatióne sectémur
La oración que figuraba en el Misal hasta 1962 (antes de la reforma) era otra, pero, por diversas razones, los estudiosos han preferido recurrir a otra oración más antigua. La encontraremos en el así llamado Sacramentario Gelasianum Vetus, un antecesor de los misales en uso por el s. VII que recogía algunas oraciones para la Misa siguiendo el curso del año litúrgico. Nuestra oración se muestra sencilla en su estructura, aunque no tanto en su léxico, especialmente en su versión latina.
Comencemos comentando la referencia al tiempo litúrgico, que se hace utilizando la expresión “sacramento cuaresmal” (quadragesimalis sacramenti). Tomando en un sentido amplio el concepto de sacramento se quiere mostrar que Dios convierte nuestro tiempo en un signo a través del cual quiere hacernos llegar su gracia. Por la fe, las fechas del calendario hacen referencia a otro tipo de tiempo, a la historia de la salvación, y se hacen portadoras de una realidad divina, que nos es ofrecida.
La Constitución del Concilio Vaticano II sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium, explica que la Iglesia “conmemorando los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación”.
Frutos de la gracia y de nuestro esfuerzo
Por un lado, este tiempo es un don que recibimos del Cielo. Pero también son seis semanas que tradicionalmente llevan asociadas unas “prácticas” (exercitia) de parte nuestra. Este término nos conecta con la idea de un esfuerzo repetido, incluso físico, y aparece varias veces más en el Misal, siempre dentro del contexto cuaresmal. Que la fe y las obras vayan de la mano, aunque la prioridad la tenga la gracia, es una enseñanza apostólica con la que la Iglesia nos interpela también hoy. El don de Dios requiere de nuestra parte que nos dispongamos bien para la conversión, a través de la penitencia.
¿Cuáles son esas prácticas? La respuesta resulta inmediata si prestamos atención a la lectura del Evangelio que acompaña todos los años este primer domingo de Cuaresma: las tentaciones de Jesús en el desierto. Cristo vivió la experiencia del desierto, el combate espiritual, con el ayuno y la oración. Así se preparó desde el inicio de su vida pública para el cumplimiento de su misión, para el sacrificio de su vida en la Cruz, para el don más grande que nos pudo hacer (Jn 15,13). La meta es que crezcamos y nos perfeccionemos (proficiamus) en la comprensión del Misterio de Cristo (Christi arcanum), de manera que deje fruto (effectus) en nuestra vida. Pero esto no se puede hacer desde fuera, de manera teórica.
El Maestro nos está enseñando de manera concreta cómo vencer el pecado y colaborar con la redención de la humanidad. Nos invita a imitarlo y nos entrena para que sepamos hacer también don de nosotros mismos, a través de la abnegación y del desprendimiento. Solo así podremos progresar en el conocimiento de los sentimientos de su Sagrado Corazón, del amor del Padre que nos ha venido a revelar. Este amor es el que debe pasar a nuestra vida, reflejarse en la conducta digna de un hijo de Dios (digna conversatione) y dar los mismos frutos que dio la vida de Cristo, para la vida del mundo.
Sacerdote de Perú. Liturgista.