Al comenzar esta tercera semana nos encontramos con la Colecta dominical más larga de la Cuaresma. Los peritos encargados de la revisión de las oraciones del Misal sustituyeron la que estaba en uso hasta 1962 por una proveniente del antiguo sacramentario gelasiano, con muy pequeños cambios. Así es como llegamos a la formulación actual:
Oh, Dios, autor de toda misericordia y bondad, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados,mira con amor el reconocimiento de nuestra pequeñez y levanta con tu misericordia a los que nos sentimos abatidos por nuestra conciencia. Deus, ómnium misericordiárum et totíus bonitátis auctor, qui peccatórum remédia in ieiúniis oratiónibus et eleemósynis demonstrásti, hanc humilitátis nostrae confessiónem propítius intuére,ut, qui inclinámur consciéntia nostra, tua semper misericórdia sublevémur.
Los pilares de la Cuaresma
Una primera lectura es suficiente para desvelarnos cuál es la piedra angular sobre la que descansa este texto: la misericordia de Dios. En efecto, este atributo divino aparece tanto en la extensa invocación inicial como en la segunda petición, recibiendo, por tanto, un énfasis especial. Invocamos al Padre de las misericordias (cf. 2Co 1,3), como lo han invocado tantos judíos piadosos (cf. Sal 41 [40]; 51 [50]), de una manera que ya en sí misma es una petición. Lo mismo enseñó Jesús en la parábola del fariseo y el publicano (cf. Lc 18,9-14). Y así le suplicaron tantos, como aquel ciego en las afueras de Jericó (cf. Lc 18,38). Ya sea que lo que necesitemos sea la sanación del alma o la del cuerpo, el camino pasa siempre por la misericordia divina.
No por nada quiso el Santo Padre proclamar hace unos años un Jubileo de la Misericordia. Para aquella ocasión, escribió en la bula de convocación: “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro (…) Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado”.
Al mismo tiempo, la bondad divina tiene que encontrarse con la buena disposición humana y, quien pide lo que no puede, debe hacer todo lo que puede. Por eso, la colecta menciona como pilares ascéticos de la Cuaresma la oración, el ayuno y la limosna. Usándolos encontraremos buen remedio para nuestros pecados. Jesús se refiere a ellos en su predicación, como recordamos el miércoles de Ceniza (cf. Mt 6,1-18). En esta misma línea, san Agustín nos ayuda a entender el valor que tienen: “¿Quieres que tu oración vuele a Dios? Dale dos alas: el ayuno y la limosna”.
Sobre el suelo firme de la misericordia divina
A través de las mencionadas prácticas cuaresmales, vividas con espíritu de penitencia y confianza en el Señor, confesamos nuestra humildad y pequeñez ante Dios (humilitatis nostrae confessionem), y le rogamos que pose sobre nosotros una mirada indulgente, de comprensión y perdón (propitius intuere), no de rechazo, ni de condena, porque estamos seguros de que Dios quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4) y con ese propósito envió a su Hijo al mundo (cf. Jn 3,17).
Es la misma mirada que invocamos que tenga el Padre cuando le presentamos dentro de la plegaria eucarística nuestros dones y nuestra vida unidos a la ofrenda que hace Cristo en la Cruz: “Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala” (Canon Romano). El tener limitaciones, miserias y pecados no es motivo ni para apartarnos de Dios, ni para pensar que Él se aparta de nosotros. Muy por el contrario, es un motivo para que lo busquemos con más empeño y es una llamada para que Él se haga próximo a nosotros, porque, así como no necesitan médico los sanos sino los enfermos, así vino el Señor a llamar no a los justos sino a los pecadores a la penitencia (cf. Mc 2,17).
Por eso, la mirada de Dios siempre será una mirada misericordiosa, que nos levanta (misericordia sublevemur), aun cuando los pecados que pesan en nuestra conciencia quisieran mantenernos oprimidos, inclinados (inclinamur conscientia nostra). Es la reacción del padre misericordioso que, cuando el hijo pródigo comienza a confesarle “he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo”, se lanza a cubrirlo de besos y pide el mejor traje, el anillo, las sandalias y organiza un banquete (cf. Lc 15,11-32).
Nada mejor, por otra parte, que terminar esta oración de Cuaresma haciendo una velada alusión a la Pascua, porque la gracia de Cristo nos levanta, nos alza desde lo más bajo a lo más alto, es decir, nos da una vida nueva, la del Resucitado. Llenos de esta vida nueva podemos caminar erguidos y rectos, como corresponde a los resucitados en Cristo, firmemente apoyados en el suelo firme de la misericordia divina.
Sacerdote de Perú. Liturgista.