La oración Colecta del segundo domingo de Cuaresma es un texto de nueva composición. No se inspira en la tradición romana sino en fuentes litúrgicas de otras tradiciones occidentales, como la española antigua y la francesa; pero sobre todo se inspira en el Evangelio que desde hace siglos va unido a este día: la Transfiguración del Señor (Mt 17,1-9 y paralelos). Hay que reconocer que, en general, no es común que haya esta relación tan estrecha entre oraciones y lecturas en la Misa dominical.
Oh, Dios, que nos has mandado escuchar a tu Hijo amado,alimenta nuestro espíritu con tu palabra;para que, con mirada limpia,contemplemos gozosos la gloria de tu rostro. Deus, qui nobis diléctum Fílium tuum audíre praecepísti,verbo tuo intérius nos páscere dignéris,ut, spiritáli purificáto intúitu,glóriae tuae laetémur aspéctu.
La necesidad de hacer un alto en el camino
A primera vista podría parecer que esta oración no está en sintonía con la idea que generalmente tenemos de la Cuaresma, más ligada a la temática de la conversión y la penitencia. Pero lo que quiere la Iglesia es fortalecer nuestra fe para que vivamos la Cuaresma correctamente, de la misma manera que hizo Jesús con sus apóstoles en aquella última subida a Jerusalén antes de su Pasión. Esta colecta nos ayuda a rezar el misterio de la Transfiguración.
Sigue una estructura muy clásica. Primero, una sencilla invocación a Dios Padre. Luego, la anámnesis, que transmite una referencia a las palabras que pronuncia el Padre acerca del Hijo: “Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias; escuchadle”. Finalmente, dos peticiones a través de las cuales el sacerdote recoge las oraciones de toda la asamblea.
Antes de hablar de lo que nosotros le pedimos a Dios, parece necesario detenernos en lo que Dios nos pide a nosotros: escuchar a su Hijo. La conversión será posible solo si escuchamos a Jesús. Las obras de penitencia tendrán sentido solo si nos sirven para estar más libres para escuchar a Jesús. De nada servirían unas prácticas cerradas en sí mismas, hechas por cumplir, o que nos hicieran encerrarnos en la autocomplacencia espiritual, con el consiguiente peligro de “pelagianismo” sobre el que advierte el Papa Francisco.
La inminente liturgia de la Palabra es el momento privilegiado para escuchar a Dios, porque a través de la proclamación de las lecturas, Dios habla a su pueblo y Cristo le anuncia su Evangelio. Por su parte, el pueblo reunido acoge y hace suya la Palabra de Dios con su canto, con sus aclamaciones y también con su silencio meditativo.
Prepararnos para la gloria
Esta colecta se encuentra directamente relacionada al Evangelio y a toda la liturgia de la Palabra. Esto resulta más evidente al examinar la primera petición: que Dios se digne apacentarnos interiormente con su palabra. Recordamos entonces que, a través de la Santa Misa, Dios alimenta a su pueblo en la doble mesa de la Palabra y del Pan eucarístico. El Buen Pastor nos da como alimento buenos pastos instruyéndonos, enseñando, «porque no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que proviene de la boca de Dios». Incluso se nos da Él mismo como alimento. Este será nuestro sustento durante el ayuno y la abstinencia cuaresmales.
La Palabra de Dios tiene un carácter performativo. Ya lo explicó Benedicto XVI en la exhortación apostólica Verbum Domini: “En la historia de la salvación no hay separación entre lo que Dios dice y lo que hace; su Palabra misma se manifiesta como viva y eficaz”. Por tanto, es su Palabra, al entrar en nosotros, la que conseguirá que tengamos una mirada espiritual purificada (spiritali purificato intuitu). Eso lo que se quiere conseguir con la Cuaresma.
Aquí nuestra conversión se expresa en términos de la mirada interior del alma porque se pone en relación inmediata no tanto con lo que dejamos atrás (el pecado) sino con lo que queremos conseguir: recocijarnos (laetemur) con el semblante, con la apariencia sensible, con la presencia frente a nosotros (aspectu) de la gloria divina. Lo que pudieron hacer Pedro, Santiago y Juan por un momento en el Tabor, y de lo que gozan ya eternamente en el Cielo. De este modo, se nos dice que vivir la Cuaresma es revivir místicamente el acontecimiento del Tabor, prepararnos para la gloria del Cielo, dejándonos alimentar y purificar por Dios aquí en la tierra.
Sacerdote de Perú. Liturgista.