Mike Aquilina es uno de los autores sobre patrística más prolíficos de Estados Unidos. Sus obras han ayudado a cientos de personas a conocer mejor la historia del catolicismo y a perder el miedo a leer a los Padres de la Iglesia. A través de su labor quiere hacer accesible para todo el mundo este conocimiento que, para muchos, puede parecer enrevesado al principio.
Aquilina está convencido de que los grandes problemas que se plantearon en los inicios de la Iglesia son los mismos que tenemos hoy, o por lo menos se parecen lo suficiente como para intentar buscar alguna ayuda en los textos de los primeros cristianos. Por ello, en esta entrevista dibuja unos trazos para conectar las enseñanzas de los Padres de la Iglesia con la actualidad, acercando el siglo I al siglo XXI.
¿Qué elementos de actualidad podemos encontrar en las enseñanzas de los Padres de la Iglesia? ¿Qué enseñanzas de entonces podríamos aplicar también hoy?
– La naturaleza humana permanece constante. Por supuesto, no encontraremos tostadoras eléctricas ni wifi en los escritos del siglo IV. Pero queremos las mismas cosas que la gente quería entonces. Cometemos los mismos pecados. La sociedad humana funciona según los mismos patrones. Los Padres de la Iglesia hablan de preocupaciones que no cambian.
¿Por qué es importante que no perdamos de vista las raíces de la Iglesia?
– Las fuentes antiguas nos estabilizan. Nos ayudan a comprender lo que puede cambiar y lo que debe permanecer constante. Vemos que Atanasio estaba dispuesto a defender en solitario la fe nicena, que creía que era una articulación clara de la fe apostólica. Estaba dispuesto a sufrir las consecuencias, porque la verdadera doctrina vale la pena. Pero, recordemos, también fue instrumental en la elaboración de un nuevo desarrollo – el uso del lenguaje filosófico para iluminar la vida de la Trinidad.
Hay muchas voces que reclaman una renovación interna de la Iglesia, ¿cómo podemos responder a los retos actuales sin perder de vista la esencia católica?
– Los cristianos de todas las generaciones quieren una renovación. Quieren una reforma de la liturgia. Quieren refrescarse espiritualmente. Esto no es una peculiaridad de nuestro tiempo. La gente quería lo mismo en el 350 d.C., en el 750 d.C. y en el 1250 d.C.
Las grandes mentes de los dos últimos siglos han enseñado sistemáticamente que la renovación vendrá de un nuevo encuentro con las fuentes de la tradición cristiana: la Escritura, la liturgia y los Padres. Este era el deseo de Newman, Gueranger, Danielou, De Lubac, Quasten. Fue una de las ideas impulsoras del Concilio Vaticano II.
Tiene un libro hablando sobre la historia del papado. Hoy muchos critican al Papa Francisco, sin embargo, usted asegura que todo pontificado es la historia de un triunfo. ¿Qué significa esto? ¿Cómo lo aplica al Papa Francisco?
– No me corresponde juzgar al Papa Francisco. No veo ninguna disposición para ello en el derecho canónico. No veo la necesidad de añadir mi propia voz a las miles que llenan las redes sociales con sus imprudentes pronunciamientos. Puedo tener opiniones sobre una u otra de las acciones del Santo Padre. Puedo tener una opinión sobre su estilo personal. Pero he leído suficiente historia para saber que mis opiniones podrían estar muy equivocadas. Y gente buena ha hecho mucho daño a lo largo de los siglos oponiéndose al vicario de Dios. Sí, está Santa Catalina de Siena, ¡pero no puedo reclamar ninguna de sus credenciales para mí!
Para los occidentales, tanto Tierra Santa como la época de Cristo quedan muy lejos. ¿Qué pueden hacer para conocerla mejor? ¿Qué cree que les puede aportar este conocimiento a su vida como católicos?
– Leer historia. Newman se hizo cada vez más católico a medida que profundizaba en sus estudios de historia. Lo mismo han hecho miles de personas después de él. Escribo mis libros para ayudar a la gente a empezar. Mi esperanza es que a partir de ahí, a medida que puedan, lean libros más exigentes que los míos.
Llevo mucho tiempo escribiendo, y he recibido agradecimientos de jóvenes con doctorados que dicen que se encontraron por primera vez con los Padres en uno de mis libros. Es gratificante. Muy poca gente llegará tan lejos. Pero la gente debería empezar y ver hasta dónde les lleva su interés y su pasión.
Si alguien quisiera comenzar a conocer a los Padres de la Iglesia, ¿por dónde le recomienda que empiece?
– Para una introducción, recomendaría mi propio libro The Fathers of the Church. Luego que lea las obras de los Padres Apostólicos – la primera generación de autores después de los Apóstoles. Mi traducción favorita al inglés de los Padres Apostólicos es la de Kenneth Howell, publicada por Coming Home Network.
¿Qué podemos aprender de la evangelización realizada por los primeros cristianos para aplicarlo nosotros en la actualidad?
– Todo. La Iglesia creció de unos pocos miles en el siglo I a la mitad de la población del mundo romano a mediados del siglo IV. Lograron todo ese crecimiento cuando la práctica de la fe era ilegal. Era un delito castigado con la tortura y la muerte. Los primeros cristianos no tenían acceso a los medios de comunicación ni a la plaza pública. Sin embargo, triunfaron donde nosotros hoy fracasamos, a pesar de nuestro dinero, nuestras cadenas de televisión y nuestros innumerables apostolados. Creo que su secreto era la amistad. Extendían el amor de la caridad a la familia de al lado y a los comerciantes del puesto más próximo. Así de sencillo.
La Iglesia revolucionó el mundo con su aparición, y lo ha hecho varias veces a lo largo de la historia. ¿Cuáles cree que han sido sus principales aportaciones?
– De nuevo, todo. Las ideas que más amamos -la dignidad humana, los derechos de la mujer, la igualdad humana- fueron introducidas en la corriente sanguínea de la civilización por el cristianismo. Las instituciones que consideramos fundacionales -el hospital, la universidad- fueron inventadas por los cristianos.
En la historia vemos la voluntad del Padre realizada por los discípulos de Jesús a través del poder del Espíritu Santo. En el siglo V, san Jerónimo dijo que “la ignorancia de la Escritura es ignorancia de Cristo”, y eso es cierto. Yo añadiría, sin embargo, que la ignorancia de la historia es ignorancia del Espíritu Santo. Es ignorancia de todo lo que Dios ha hecho por nosotros en la vida de los santos a lo largo de los siglos.
Hay quienes piensan que la Iglesia está en crisis y que ha perdido su importancia. ¿Ha ocurrido esto en algún otro momento histórico? ¿Qué podemos aprender de esas ocasiones?
– Sí, la Iglesia en la tierra sube y baja, va y viene. Piense en las siete iglesias mencionadas en el Libro del Apocalipsis. Todas han “perdido su candelabro”. Se han reducido a la insignificancia. Piensa en las sangrientas guerras del siglo pasado. Muchas se libraron en países cristianos. Piense en la Alemania nazi, la Rusia comunista, España durante la Guerra Civil. A veces la Iglesia parecía vencida, y luego resurgía.
Chesterton dijo: “El cristianismo ha muerto muchas veces y ha resucitado; porque contaba con un Dios que conocía el camino para salir de la tumba”. La historia demuestra que ese principio es cierto. La historia nos da razones para la esperanza.
Para usted son muy importantes los pequeños testimonios de los primeros cristianos, cosas como las pinturas de las catacumbas o las vasijas que dejaron. ¿Qué lecciones sobre nuestra fe podemos encontrar en estos detalles?
– Vemos lo que la gente corriente amaba. Vemos lo que valoraban. No hace mucho, en Egipto, unos arqueólogos desenterraron una tela con un trozo de papel cosido en su interior. Alguien en el siglo III o IV lo había usado como escapulario alrededor de su cuello. ¿Y qué había en ese papel? El relato evangélico de la institución de la Eucaristía por Jesús. Estaba escrito en el reverso de un recibo.
Hace poco, en Sudán, unos arqueólogos encontraron el cuerpo momificado de una joven que tenía tatuado al Arcángel Miguel en la pierna. Sabía que él sería su defensor en la batalla. Me encantan estos pequeños detalles que la tierra ha conservado para nosotros. Nos muestran la Iglesia antigua tal como era, y es una Iglesia que los católicos modernos pueden reconocer como propia.