Cuando el Papa Francisco estuvo en México en febrero de 2016, pidió estar a solas con la Virgen de Guadalupe unos minutos. Más tarde explicó que le había pedido que los sacerdotes sean verdaderos sacerdotes. Era la petición de un hijo que conoce mejor que nadie la situación de la Iglesia, y ve como prioridad de nuestro tiempo que los sacerdotes cumplamos bien con nuestra misión, y respondamos a lo que Dios espera de nosotros.
P. GUSTAVO ELIZONDO ALANÍS — Sacerdote.
Ciudad de México
Unos meses después de ese viaje tuve oportunidad de escribir para Palabra (enero 2017, pp. 68-69) un artículo sobre un grupo de mujeres en oración por la santidad de los sacerdotes, que se había formado en mi parroquia para secundar esa petición del Papa a la Virgen. Muy pronto ellas comenzaron a hablar de “maternidad espiritual para los sacerdotes”. Sin saber bien la seriedad de esa real vocación, me di cuenta de que hay en las mujeres un instinto de maternidad que, cuando se tiene fe, se encauza directamente hacia los Cristos, que requieren la asistencia cercana de la Madre de Dios, como Jesús en la Cruz, para poder entregar su vida, sostenidos por la fuerte presencia de quien también da su vida por su hijo, con un solo corazón y una sola alma.
Ayudó mucho para consolidar ese grupo de oración de madres espirituales el que haya comenzado todo en el Año de la Misericordia, ya que se trataba no solamente de orar por la santidad de los sacerdotes, sino de vivir con ellos, como madres, las 14 obras de misericordia. El Papa ha dicho recientemente que “quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia” (Gaudete et Exsultate, n. 107). Muchas de ellas han comentado que sentían ese fuerte llamado a la maternidad espiritual de los sacerdotes, pero no sabían cómo vivirlo, hasta que se encontraron con “La Compañía de María”, que es el nombre con que ahora se le conoce, de acuerdo con el obispo local, y que deja claro que se trata de acompañar al sacerdote, compartiendo la maternidad divina de María, para servir a la Iglesia, como la Iglesia quiere ser servida.