El texto de este Prefacio IV de Adviento procede de la reelaboración de un antiguo prefacio ambrosiano, que ha sido revisado en su forma actual.
«En verdad es justo darte gracias, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos por el misterio de la Virgen Madre. Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María. En ella, madre de todos los hombres, la maternidad redimida del pecado y de la muerte, se abre al don de una vida nueva. Así, donde había crecido el pecado, se ha desbordado tu misericordia en Cristo, nuestro Salvador. Por eso nosotros, mientras esperamos la venida de Cristo, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo…».
De nuevo, como en el Prefacio III de Adviento, el motivo de gratitud a Dios se expresa ya desde el protocolo: “Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos por el misterio de la Virgen Madre”, expresión única en el corpus de los Prefacios, que nos introduce en el misterio que celebramos: el de la Virgen María, que con su fiat abrió el camino a la Encarnación del Verbo; por eso es alabada como Virgen Madre y este título nos abre ya a la contemplación de la grandeza de María, grandeza que se expresa a lo largo del Prefacio embolismo a través de una serie de paralelismos antitéticos de rara belleza.
La primera de las tres secciones que componen el cuerpo del Prefacio está toda ella entretejida de imágenes bíblicas, que remiten al poder tipológico de la Virgen María. La ruina provocada por el antiguo adversario (cfr. Gn 3, 14-15) no fue la última palabra sobre el destino del hombre, porque del seno virginal de la hija de Sión (Is 62, 11; Zac 2, 14 y 9, 9) nació el que nos alimenta con el pan de los ángeles (Sb 16, 20; Jn 6,38).
Esta última expresión es particularmente bella e importante, pues relaciona el tema del pan eucarístico con el misterio de la Encarnación: el seno virginal, realidad muy carnal, se convierte en matriz de una realidad celestial.
La caída, totalmente reparada gracias al sí de María
La segunda sección se abre con el paralelismo antitético Eva/María, que también da título a este texto eucarístico. La caída de nuestros progenitores, ya evocada en la sección anterior en la imagen de la victoria del diablo, queda totalmente reparada gracias al sí de María, que nos devuelve a nuestra condición primordial. La maternidad de Eva adquiere una nueva dimensión en la maternidad de María: en efecto, la transformación operada por la Encarnación nos hace pasar de estar condenados a la muerte a estar destinados a la inmortalidad.
El típico paralelismo de María, la nueva Eva, termina en la figura de Cristo, que emerge con fuerza en la tercera sección: en Cristo Salvador se desborda la misericordia de Dios, precisamente allí donde es más necesaria, es decir, donde el pecado parece vencerlo todo.
Es la experiencia de la vida sabia de la Iglesia la que señala precisamente en la debilidad humana el lugar de la manifestación del poder de Dios (cfr. 2 Co 12, 7-10) y en el pecado el lugar de la emergencia de la grandeza de Dios.
Cada una de las secciones del cuerpo del Prefacio concluye con un énfasis en los dones mesiánicos (la salvación y la paz, el don de la vida nueva, la misericordia), que indican que Cristo está a las puertas; en este tiempo anterior a la Navidad.
Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma)