En su homilía durante el consistorio para la creación de los nuevos cardenales (7-XII-2024), el Papa Francisco presenta la subida de Jesús a Jerusalén y la actitud de los discípulos. “Mientras Jesús recorre un camino agotador y cuesta arriba que lo llevará al Calvario, los discípulos piensan en el camino llano y cuesta abajo del Mesías victorioso”.
No debemos escandalizarnos, añade el Papa citando a Manzoni, porque “tales son las contradicciones del corazón humano”, así está hecho. Pero sí hay que estar atentos a seguir el camino de Jesús.
Seguir el camino de Jesús
Esto significa, en primer lugar,“volver a Él y ponerlo de nuevo en el centro de todo”. Porque tanto en la vida espiritual como en la pastoral, “siempre necesitamos volver al centro, recuperar el fundamento, despojarnos de lo superfluo para revestirnos de Cristo (cfr. Rm 13, 14)”
En segundo lugar, significa “cultivar la pasión por el encuentro”, pues Jesús nunca camina solo: “Su unión con el Padre no lo aísla de las vicisitudes y del dolor del mundo”. Al contrario, porque ha venido al mundo para curar las heridas y aligerar el peso del corazón humano, para quitar el lastre del pecado y romper las cadenas de la esclavitud. Por tanto: “Lo que debe animar su servicio como cardenales es el riesgo del camino, la alegría del encuentro con los demás y el cuidado de los más frágiles”.
Tercero y último, seguir el camino de Jesús significa, además, “ser constructores de comunión y unidad”, porque esa fue la misión de Jesús.
Por eso, les dice el sucesor de Pedro a los cardenales fijando su mirada en ellos y teniendo en cuenta sus diversas historias y culturas, que representan la catolicidad de la Iglesia: “El Señor los llama a ser testigos de fraternidad, artesanos de comunión y constructores de unidad. Esta es su misión”.
María, hija, madre y esposa
En la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María (8-XII-2024), el Papa celebró la misa con los nuevos cardenales. En su homilía, invitó a detenerse en tres aspectos, tres dimensiones de la belleza en la vida de María: como hija, como esposa y como madre.
La Inmaculada como hija. Aunque los textos no nos hablan de su infancia, nos la presentan como una joven rica de fe, humilde y sencilla. “Es la ‘virgen’ (cfr. Lc 1, 27), en cuya mirada se refleja el amor del Padre y en cuyo corazón puro, la gratuidad y el agradecimiento, son el color y el perfume de la santidad. (…) Porque la vida de María es un continuo donarse”.
Compañera y servidora de Dios
La segunda dimensión de su belleza es la de esposa, por ser “aquella que Dios eligió como compañera para su proyecto de salvación” (cfr. Lumen gentium, 61). Esto significa también, señala Francisco, que “no hay salvación sin la mujer porque también la Iglesia es mujer”. Ella respondió sí, “Yo soy la servidora del Señor” (Lc 1, 38).
“‘Servidora’ –observa Francisco– no en el sentido de ‘sometida’ y ‘humillada’, sino de persona ‘fiable’, ‘estimada’, a quien el Señor le confía los tesoros más queridos y las misiones más importantes”. (Esto, cabría notar, debería ser característico de todo cristiano, más en la medida de la conciencia de la propia vocación y misión).
De ahí que su belleza revele “revele un nuevo aspecto: el de la fidelidad, la lealtad y el cuidado que caracterizan el amor recíproco de los esposos”. Así lo considera san Juan Pablo II cuando escribe que la Inmaculada “ha aceptado la elección para Madre del Hijo de Dios, guiada por el amor esponsal, que ‘consagra’ totalmente una persona humana a Dios” (Encíclica Redemptoris Mater, 39). (Atención, porque Francisco está describiendo la sustancia del amor de los esposos).
Y finalmente, la tercera dimensión de la belleza, la de madre. De hecho, la representamos siempre junto a sus hijos en las diversas circunstancias de su vida. “Aquí la Inmaculada es hermosa en su fecundidad, es decir, en su saber morir para dar vida, en su olvidarse de sí misma para cuidar a quien, pequeño e indefenso, se aferra a Ella”. (Aquí se trata indudablemente de vocación a la maternidad, incluyendo la llamada “maternidad espiritual”).
Modelo real, alcanzable y concreto
Sin embargo –apunta el sucesor de Pedro–, existe el riesgo de que consideremos la belleza de María como algo lejano, demasiado elevado, inalcanzable.
Pero María es un modelo real, alcanzable y concreto. Y de hecho, nosotros recibimos esa belleza en semilla con el bautismo. “Y con ella se nos confía la llamada a cultivarla, como la Virgen, con amor filial, esponsal y materno, agradecidos al recibir y generosos al dar, hombres y mujeres del ‘gracias’ y del ‘sí’, dichos con las palabras, pero sobre todo con la vida”.
Tres propuestas del Papa para el Año jubilar
El mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2025 (“Perdona nuestras ofensas, concédenos la paz”) se inscribe en el Jubileo ordinario recién comenzado. Tiene cuatro partes.
Ante todo, se invita a situarnos “escuchando el grito de la humanidad amenazada” por tantas injusticias que son resultado de los pecados (Juan Pablo II habló de las “estructuras pecado” (Encíclica Sollicitudo rei socialis, 36). Conviene que “todos, juntos y personalmente, nos sintamos llamados a romper las cadenas de la injusticia y, así, proclamar la justicia de Dios” (n. 4).
En la segunda parte se pide “Un cambio cultural: todos somos deudores”. “El cambio cultural y estructural para superar esta crisis se realizará cuando finalmente nos reconozcamos todos hijos del Padre y, ante Él, nos confesemos todos deudores, pero también todos necesarios, necesarios unos de otros” (n. 8).
En tercer lugar, Francisco hace tres propuestas concretas: 1)“una notable reducción si no una total condonación, de la deuda internacional que grava sobre el destino de muchas naciones” (Juan Pablo II, Carta Apostólica Tertio millennio ineunte, 51); 2) “la eliminación de la pena de muerte en todas las naciones” (cfr. Bula Spes non confundit, para el jubileo de 2025, 10); y 3) “la constitución de un fondo mundial que elimine definitivamente el hambre” y facilite a los países más pobres un desarrollo sostenible, contrastando el cambio climático (cfr. Encíclica Fratelli tutti, 262 y otras intervenciones recientes del Papa).
La última parte se titula “La meta de la paz”. Esta pasa por un cambio profundo y práctico de actitudes a nivel personal y social, un “desarme del corazón” (Juan XXIII).“A veces, es suficiente algo sencillo, como ‘una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito’” (n. 14 del mensaje; cfr. Spes non confundit, 18). Porque, “en efecto, la paz no se alcanza solo con el final de la guerra, sino con el inicio de un mundo nuevo, un mundo en el que nos descubrimos diferentes, más unidos y más hermanos de lo que habíamos imaginado”.