Salomón pide a Dios el don de la sabiduría para ser un rey justo y juzgar según la voluntad de Dios. Se pregunta: “¿Qué hombre puede conocer la voluntad de Dios? ¿Quién puede adivinar lo que el Señor quiere?”.
La revelación contiene muchos elementos para saber lo que el Señor quiere, y la Iglesia ofrece muchas reflexiones y ejemplos a seguir, pero hay veces en que esto no es suficiente. Pidamos por eso a Dios la sabiduría, el don del Espíritu para discernir qué hacer o qué camino tomar, qué decisión adoptar.
La carta a Filemón es sorprendente: una nota de recomendación para un amigo es reconocida como palabra de Dios inspirada y enviada a toda la Iglesia para siempre.
Onésimo, el esclavo de Filemón, que se quedó con Pablo para ayudarle en su prisión, fue generado por él a la fe: lo llama “hijo mío”. La decisión de enviarlo de nuevo a Filemón, pidiéndole que no lo trate más como un esclavo sino como un hermano en el Señor, es tomada por Pablo con la sabiduría y el espíritu de Dios.
Podía mantenerlo consigo evitando incertidumbres, pero lo devuelve a su amo, arriesgándose a que Filemón no entienda su exhortación y siga considerándolo un esclavo.
“Me hubiera gustado tenerlo conmigo para que me asistiera en tu lugar, ahora que estoy encadenado por el evangelio. Pero no quería hacer nada sin tu parecer, para que el bien que haces no sea forzado, sino voluntario”. El mensaje sobre la superación de la esclavitud con el poder de la liberación de Cristo es muy fuerte, y ayuda a comprender la importancia de esta carta.
Sugiere a Filemón que la novedad de su relación con Onésimo significa para él tener mucho más que esta relación “tanto como hombre, que como hermano en el Señor”. Es un crecimiento de la conciencia de la dignidad humana, que la revelación de Cristo nos hace descubrir.
Jesús, viendo que le siguen muchas personas fascinadas por su enseñanza, buscando quizá en su compañía una solución a los problemas de la vida, un camino hacia el éxito, señala dos aspectos decisivos que permiten comprobar si sus disposiciones son idóneas para ser sus discípulos, como lo son los doce que ha elegido.
La primera es la relación con quienes nos han dado la vida y con quienes la hemos compartido: padre, madre, hermanos y hermanas, y con nuestra propia vida. Luego, la esfera de las posesiones: deben estar dispuestos a dejarlo todo. A aquellos primeros se les había pedido un desprendimiento real, que los hacía disponibles para ir a cualquier parte sin alforja y sin tener donde reposar la cabeza.
Para todos los cristianos que viven su fe en la vida ordinaria, este orden de valores es interior, y ayuda, cuando el amor a Jesús contraste con el amor a la familia y a las posesiones, a poder elegir siempre el primero.
La homilía sobre las lecturas del domingo XXIII
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.